sábado, 8 de septiembre de 2012

No. 6 Vol 5 Capítulo 2

Por fin le he dado el carpetazo al capítulo este. No me mateis, prometo no tardar tanto con el próximo xD



Capítulo 2
Aquellos en el abismo

Cuando me di cuenta de como iban las cosas, ya estaba metido hasta el cuello. ¿Qué podía hacer? Si me negaba a obedecer, me matarían. O podría suicidarme. En tres ocasiones pensé en dimitir, pero era imposible.

-Wilhelm Keitel, Interrogatorios de Nüremberg


La oscuridad le estaba apuñalando. Sus retinas, sus oídos, su piel, la oscuridad era como agujas que no dejaban de pincharle.

Sion inhaló profundamente y llenó su pecho de aire – no, de oscuridad. Al hacerlo, reprimió el dolor y los temblores. No quería acobardarse. No quería gritar del miedo. Y no quería que Nezumi, que estaba a su lado, le escuchase.

No quiero que me oiga gritar.

No quería exponer su lado cobarde ante Nezumi. Sion volvió a tomar aire, consciente de que su orgullo, incluso en aquella situación, no le dejaba tranquilo.

Hn.

Nezumi bufó con sorna a unos centímetros de su oído. Al mismo tiempo, el brazo alrededor de la cintura de Sion apretó con más fuerza, presionando contra su torso.

Intentando hacerte el duro, creyó escuchar susurrar a Nezumi. Pero lo que escuchó en realidad fue:

“Vamos a caer.”

Era una voz monótona, vacía de cualquier emoción. Aquella voz sin emoción se convirtió en un viento helado que se envolvió alrededor de Sion. Con su sentido del dolor, del miedo y del orgullo olvidados, durante un instante,  Sion estaba vacío. Al igual que una cigarra dejando atrás su piel, se convirtió en un recipiente vacío del cual solo quedaba  su apariencia externa intacta. A veces tenía esa sensación al escuchar la voz de Nezumi. Pero no le importaba mucho. De hecho, hasta le parecía refrescante. Quedarse vacío hasta le parecía estimulante.

Cuando Sion intentó inhalar por tercera vez, el suelo desapareció. Con un golpe sordo se había partido en dos. Era como una horca. Casi le parecía raro que una cuerda no se le estuviese clavando en el cuello; no escuchar el ruido de la columna vertebral al partirse; no sentir su cuerpo colgar en el aire.

Estaban cayendo. Cayendo hacía abajo – o al menos se suponía que era así, pero no terminaba de comprender lo que estaba pasando. No estaba seguro de si estaba cayendo, flotando, o subiendo. No podía diferenciar entre descenso, suspensión y ascensión. La oscuridad que le rodeaba le envolvía todos los sentidos.

Un impacto. Sintió su cuerpo chocarse contra algo duro. Se quedó sin aliento. En lo que fuese que había caído era ligeramente elástico, absorbiendo el golpe con la fuerza necesaria para no romperse los huesos.

¿Sobre qué he caído-?

No tuvo tiempo de comprobarlo. Tiraron de el con fuerza.

“Rueda.”

Nezumi le medio empujó para que girase. Rodó una y otra vez, sin pensar en nada, sin tener miedo. Se golpeó el hombro contra algo duro, y sintió un dolor seguido por un hormigueo. Era evidente que había chocado con una pared. Noto un temblor – unas vibraciones – cuando puso las manos en el suelo para levantarse.

“Levanta. Pégate a la pared.”

Sion se levantó y se pegó a la pared, la cual tenía una superficie áspera – cemento lo más seguro. Sus pensamientos, su fuerza de voluntad y sus sentidos estaban medio entumecidos. No podía hacer más que seguir las instrucciones de Nezumi y moverse como éste le decía. El cuerpo de Nezumi se puso sobre el suyo. Estaba más caliente de lo normal. Pero los latidos que sentía Sion en su espalda eran rítmicos. Al aplastarlo con tanta fuerza, Sion no pudo evitar hablar.

“No puedo respirar.”

Pero su voz, entrecortada, se disolvió al instante en el gran ruido que tenían detrás. No estaba seguro de haber oído su propia voz.

“Nezumi.”

Se retorció un poco.

“Esto-”

En toda su vida, nunca había escuchado algo así, voces como esas.

¿Qué es? ¿Qué son?

¿Gemidos? ¿Chillidos? ¿Gritos?

Un gran estruendo envolvió a Sion en todas direcciones; brotaba del suelo, llovía del techo; se retorcía y se enredaba en sí mismo. Se escuchó un grito desgarrador. Entonces dejó de escuchar y un silencio inquietante lo sustituyó. Pero sólo durante un instante. Y, otra vez, empezó a brotar, a llover…

Aquellos no eran sonidos del mundo humano. No eran simples ruidos.

“¡Nezumi!”

Incapaz de seguir escuchando, Sion se retorció. La fuerza contra él se relajó. El calor del cuerpo de Nezumi se apartó. Le cogió del pelo y le dio la vuelta. Le apretó contra la pared mientras le cogía del pelo con fuerza.

Le levantó la barbilla. Nezumi acercó los labios al oído de Sion, y susurró como si quisiese meter las palabras dentro.

“Mira si quieres. Escucha si quieres. Pero-”

Los dedos de Nezumi le soltaron el pelo y se deslizaron por su cuello. Trazaron la cicatriz roja.

“Pero vas a tener pesadillas el resto de tu vida. Prepárate.”

Heh. Su corta risa, casi una mera exhalación, se filtró en el cuerpo de Sion. Era una risa fría. Puede que condescendiente. Nezumi controlaba con total libertad la forma en que se reía. Normalmente, esto hubiese cabreado mucho a Sion. Le hubiese dicho que no tenía por qué reírse así.

Había sido el propio Nezumi el que se lo había enseñado: condena a aquellos que desprecian, miran por encima del hombro y se rebajan a si mismos. No sólo le había enseñado a cabrearse, también le había enseñado a afilar todas las emociones que poseía, ya fuese llorar, reír, tener miedo, rechazar, añorar o amar.

No dejes que se entumezcan. No dejes que se marchiten. Enseña los dientes a todo aquello que amenace con profanar tu humanidad.

Sion había aprendido. Pero ahora mismo, estaba demasiado abrumado para cabrearse. Sus emociones estaban cayendo, filtrándose.

“Nezumi… ¿qué es esto?”

“La realidad.” No quedaba ningún rastro de risa en su voz. “Si vas a mirar, observa hasta el final. Si vas a escuchar, no pienses en taparte los oídos.”

¿Ver… todo esto?

Sion abrió la boca para coger aire.

Ante sus ojos había oscuridad. Y en el fondo de esa oscuridad había gente arrastrándose. Para él, se estaban arrastrando. La oscuridad tenía tonos de luz y de oscuridad, y sus ojos, que habían empezado a adaptarse, captaron el tono más oscuro. Era una masa de gente unos encima de otros. Habían estampado contra el suelo a la gente que habían metido en el ascensor, y ahora se estaban arrastrando.

Se escuchó un grito de los que helaban la sangre. Cayó una sombra. Alguien que se había estado aferrando a alguna parte del ascensor y que había terminado por quedarse sin fuerzas. Sion no podía decir si era un hombre o una mujer. Al igual que el rugido de un animal, el gritó resonó en aquella oscuridad pintada de negro.

Thud.

El sonido de carne golpeando carne. Las vibraciones sacudieron todo su cuerpo, no sólo los tímpanos, haciendo que se le pusiera la piel de gallina.

Sion intentó recordar. Intentó recordar a todos y cada una de las personas que habían metido con él en el ascensor.

Había un hombre. Una mujer. Una señora mayor con el pelo gris. Una chica joven y morena. Un mercader enjuto con los ojos hundidos. Un hombre demasiado pálido, un superviviente de los Despachadores.

¿No había una madre cogiendo a su hijo? ¿No había un bebé en los brazos de su madre? Los había. Estaba seguro.

Envuelto en un trozo de tela blanco y sucio, el niño se estaba retorciendo contra el pecho de su madre… de alguna parte, en aquella masa de gente – salía un hedor que se le había metido en la nariz. Era como si todos  sus sentidos, aletargados hasta ese momento, se hubiesen despertado a la vez.

Empezó a sudar a chorros. Sus dientes se negaban a quedarse juntos, y no dejaban de castañear. El hedor de la sangre, materia fecal, olor corporal asaltó su nariz con muchísima más fuerza que en el camión. Escucho a gente ser aplastada. Gente siendo aplastada por el peso de otra gente. Aunque era algo que estaba escuchando por primera vez, podía decir que era el sonido de la destrucción humana.

“Esto es el infierno,” se escuchó murmurar con debilidad.

“Esto es la realidad,” le contestó otro murmullo. “Esto no es ningún infierno. Es la realidad del mundo en el que has estado viviendo, Sion.”

Sintió nauseas. Dejando el peso contra la pared, Sion se tapó la boca con las manos. Sus jugos gástricos se escapan entre sus dientes. El sudor le picaba en los ojos. Tras los párpados le pasaban recuerdos de sus días en  No. 6.

Las rosas de diversos colores que florecían en Chronos; el cielo por la tarde; las paredes azules de su clase; Safu agitando el brazo; las mañanas en Lost Town; el aroma del pan que llenaba la casa; la espalda de Karan; las pisadas de una niña pequeña – ‘Buenos días, hermanito’ ‘Buenos días, Lili’; el cuerpo redondo de Sampo; el sombrero que Ippo había aplastado por accidente – decorado con una flor rosa – ‘Ippo, eso no está bien-’ Yamase gritando; el aroma del café en la cafetería en la que había entrado con Safu; las ramas de los árboles crujiendo con el viento – oh, el verde – era tan vívido.

Quiero ir a casa.

Lo ansiaba con todas sus fuerzas.

Quiero volver a  No.6.

Quería volver al mundo dentro de la muralla. Quería volver a su pacífico y tranquilo mundo. Aunque fuese una tierra decorada con mentiras, quería enterrarse en aquellas mentiras tan hermosas.

Apretó los dientes. Se tragó los jugos gástricos que tenía en la boca. Levantó la cabeza con lentitud. Tenía la cara empapada de sudor.

“Nezumi…” Reunió toda su fuerza en las piernas, y consiguió mantenerse de pie. Si caía de rodillas ahora, no podría volver a levantarse. Tenía que mantenerse de pie aunque eso le costase no poder respirar apenas. Nezumi no le tendería la mano. No le apoyaría. Si Sion se encogía ahí, si se volvía loco, si no podía mantenerse en pie – no quedaría nada.

“¿Qué tengo que hacer ahora?” Sion consiguió hablar con aspereza. Notó como la presencia que tenía delante tomaba aire.

“¿Puedes moverte?”

“Lo haré.”

Si no lo hacía, moriría. Y no podía hacerlo. No había entrado allí para morir. Estoy aquí para salvarla, para vivir. No lo olvides. Voy a sobrevivir a esta realidad. Apareció una grieta en el cruce de No. 6 que estaba pasando por su mente. Se vino abajo. Se hizo añicos y desapareció, junto con el deseo de huir y volver.

Sion alzó la mano, preparado para que se la apartasen. Toco un brazo firme. Apretó los dedos a su alrededor.

Nezumi.

No hago esto para que me ayudes. Quería dejarlo claro.

Estoy bien. Puedo moverme. No voy a encogerme y a quedarme aquí.

No apartaron los dedos con los que apretaba.  El brazo frío y crispado sólo se retorció un poco. Le respondieron a lo que no había dicho en voz alta.

“Entiendo.”

Casi al mismo tiempo, una luz naranja parpadeó detrás de Nezumi. Sion abrió los ojos. Su corazón tembló al ver aquellas luces del tamaño de una canica. Le entraron ganas de llorar. Extendió el brazo y cerró los dedos alrededor del aire.

“Vamos a correr siguiendo esas luces. Van a estar encendidas un minuto y medio más o menos.”

En la pared había colocadas, a intervalos regulares, unas pequeñas bombillas. Eran muy, muy pequeñas, y apenas eran suficiente para diluir un poco aquella oscuridad que se cernía sobre ellos. Pero seguía siendo luz. Había algo que no era oscuridad.

“Vamos.”

Nezumi le dio la espalda, y echó a correr. Sion se movió para echar a correr detrás de él, cuando pisó algo viscoso.  Había un charco de sangre a sus pies.

“Joder,” gruñó sin pensar. Algo que no era ni miedo ni sorpresa rugía en su pecho, llenándolo y haciendo presión; y, al fondo, saltó la chispa. Ira. Las llamas de la ira, formando una espiral, ardieron.

Esto es la realidad. Realidad. Realidad.

“Maldita sea.”

No voy a perdonarla. No voy a perdonar esta realidad.

Avanzó. Avanzó, como si estuviese apartando el charco de sangre de una patada. Corrió con desesperación tras la figura que amenazaba con desaparecer en la oscuridad.

Sobreviviré. Sobreviviré para destruir esta realidad.

La ira de Sion se convirtió en el combustible de su cuerpo. Estaba lleno de energía, de los pies a la cabeza. Nezumi se giró. Estaba muy oscuro para ver su expresión. Se volvió a girar y bajó un poco el ritmo. Incluso en aquella situación sus movimientos eran elegantes.

Las bombillas parpadearon. Ante ellos había un pasillo estrecho, con la anchura suficiente para que pasase una sola persona. Las paredes eran de cemento.

“Sigue la pared.”

“Nezumi, ¿hacia dónde lleva?”

“Al campo de ejecución.”

“¿Eh?”

“Lo que tienes detrás y lo que te espera, a ambos se les puede llamar campos de ejecución. La cosa está en cuándo se va a ejecutar la sentencia.”

Un motor ronroneaba a sus espaldas. Era un modelo antiguo que traqueteaba y chirriaba.

“Nezumi, espera. El ascensor se está moviendo otra vez.”

“No te pares,” Nezumi chascó la lengua, irritado. “Sigue avanzando. No dejes de andar.”

“Pero el ascensor-”

A Sion le temblaron los labios. Una gota de sudor frío rodó por su columna. Nezumi abrió la boca.

“Pues claro,” dijo con frialdad. “Planean meter a toda la gente que han cazado en esta cámara subterránea.”

“¿Va a caer más gente?”

“No se caen, los tiran. Igual que una horca. El suelo se abre. Caen al fondo del abismo. Si tienen suerte, se rompen el cuello y dejan este mundo sin sufrir mucho.”

“Tenemos que decirles lo de este pasillo.”

“¿A quién?”

“A todos. Ahí hay gente que aún puede moverse. Tenemos que decirle a esa gente que escape.”

“Y entonces, ¿qué? Piensa.”

“¿Eh…?”

“Sí, hay gente que aún puede moverse.  Unos cuantos. Pero, ¿qué va a pasar cuando se pisoteen los unos a los otros para entrar aquí?”

“Bueno…”

Una marabunta desesperada irrumpiría. Todos y cada uno de ellos empujaría para intentar entrar en aquel pasillo, en el que apenas cabía una persona.

¿Qué pasaría?

Uno caería, y los demás caerían sobre él. El pasillo se llenaría con más gritos y gemidos.

“¿Lo ves?” dijo Nezumi. “Mira detrás de ti.”

Con una mano sobre la pared, Sion se giró. Varias sombras se movían en aquella dirección, arrastrándose por el suelo.

“Sólo los que se dan cuenta de que hay un pasillo aquí y consiguen llegar se salvan. Entonces consiguen llegar al próximo nivel.”

“Entonces, esta luz - ¿es-?”

Antes de que pudiese acabar la frase, las luces se apagaron. Se volvieron a sumir en la oscuridad. Entonces, se escuchó algo. El aire vibró. La oscuridad tembló.

¿Cuánta gente había metida en ese ascensor? Diez, quince, veinte… ¿más? Pero, el único sitio en el que se podía ver un ascensor así hoy en día era en un museo… a juzgar por el ruido que hacía, la correa de distribución estaba bastante hecha polvo… espera, creo que hay un ascensor así en Lost Town. ¿Dónde estaba? Hacía muchísimo ruido.

Le dieron una bofetada. Le dolió dentro de la boca. Sus pensamientos y sentidos volvieron a la normalidad. Pero eso también quería decir que su consciencia había vuelto a aquella realidad infernal.

“Sion.”

“Uh… ¿qué?”

“No habrá una próxima vez.”

La próxima vez, te dejo atrás. No soy ningún santo que va a arrastrarte si te distraes. Has dicho que podías moverte. Entonces usa tus piernas para escapar.

Sion se secó el sudor de la barbilla con el dorso de la mano.

“Sígueme. No te separes.”

Nezumi volvió a darle la espalda. Estaba muy oscuro, pero Sion podía ver su figura con claridad.

No voy a dejarte.

Se puso la mano en la mejilla, que le ardía.

Nunca te dejaré. Me aferraré a ti, no te soltaré, vayas a donde vayas.

Nunca perdería de vista la espalda que estaba vuelta hacia él. Se arrastraría por el suelo para seguirle si tenía que hacerlo. Era el único pensamiento en su mente. No tenía tiempo para pensar en No. 6, su madre, Safu, o las avispas. Se pegó una bofetada a sí mismo. Por fin había aprendido que el dolor era señal de estar vivo. Su mejilla le decía, puedes vivir, puedes seguir andando.

Aparentemente, las luces sólo iluminaban la entrada al pasillo. Era relativamente recto, con una anchura uniforme. El simple hecho de andar sin parar le despertó la mente.

Este pasillo – está hecho por el hombre.

Al pensar eso, Sion sonrió un poco. Nunca habría pensado que podría sonreír, pero sintió como los labios se le curvaban hacia arriba. Era una sonrisa amarga, dirigida a sí mismo.

Claro que está hecho por el hombre, sonreía para sí mismo. Era el Correccional. Era un edificio en el que No. 6 encerraba a la gente que consideraba criminales. Naturalmente, todos los caminos y paredes estaban hechos por el hombre. La escena que Sion había visto en la oscuridad era lo mismo. No era un infierno creado por algún desastre natural. ¿No era una realidad creada a partir de la voluntad humana? Allí, todo estaba creado por mano del hombre.

Esta es la realidad del mundo en el que vives.

Repitió mentalmente las palabras de Nezumi.

Esta es la realidad del mundo en el que vivo. Entonces, ¿quién lo ha hecho? ¿Y para qué?

Intentó visualizar la cara del alcalde. Había visto fotos, en las que sonreía con amabilidad, por todas partes en la calle. Se acordaba de haberle visto en televisión. “No me gustan sus orejas. Son muy vulgares.” Eso era lo que su madre había dicho, pero nunca nadie había criticado al alcalde de No. 6. El porcentaje de ciudadanos que le apoyaban era casi del cien por cien.

¿Él? ¿Ha sido él? No, pero… ¿era posible una catástrofe así bajo el mandato de un solo hombre? Ninguno de los residentes de No. 6 conocía aquella realidad tan horripilante. ¿Por qué no lo saben? ¿Por qué…? Sus pensamientos se frenaron a tirones, al igual que aquel ascensor desfasado. No fue una sensación agradable. Pero tenía que seguir pensando.

¿Por qué no lo sabe ninguno?

“Porque no han intentado saberlo,” dijo Nezumi, todavía dándole la espalda. Se detuvo y giró el torso para mirar a Sion. Sion no sabía si era porque sus ojos se estaban acostumbrando, o porque el propio Nezumi repelía la oscuridad, pero podía ver su expresión con total claridad.

“Nezumi, ¿cómo sabes lo que estaba pensando?”

Estaba soprendido. Tanto, que casi había perdido el hilo de sus pensamientos. Nezumi se encogió de hombros.

“Ya te lo había dicho, ¿no? Eres muy fácil de entender… bueno, algunas partes de ti. El resto de cosas me desconcierta.”

El tono de voz de Nezumi cambió. Tenía un tono de suavidad que se escuchó con total claridad. Era una voz preciosa. Sion no podía explicar exactamente por qué era preciosa. No podía explicarlo con palabras, pero sintió como la calma se filtraba en su interior. Era como estar tumbado sobre el césped. Incluso creyó ver un atisbo de cielo azul.

“¿Estás cansado?”

“No, aún puedo andar.”

“¿Tienes hambre?”

“¿Eh?”

“Te estoy preguntando si tienes hambre.”

“Oh. Uh – no.”

Intentó acordarse de la última vez que había comido algo decente. No pudo. Pero no tenía hambre. No tenía ganas de llevarse nada a la boca. Considerando lo que acababa de pasar, no tenía lo que hay que tener para tener hambre.

“No tengo hambre.”

“No te queda mucha energía, ¿no?”

“No-”

Un brazo se extendió hacia él. Nezumi le tocó el pecho a Sion con la punta de los dedos suave y lánguidamente.  Pero Sion sintió como caía.

¿Eh?

Tropezó y cayó sentado. No tenía fuerza en las piernas.

“¿Lo ves?” dijo Nezumi. “No puedes tenerte en pie casi. Por lo menos, asume tu estado.”

Cogió a Sion por el brazo y lo levantó. Empezó a dolerle el pecho. El corazón le latía con fuerza; no podía respirar. Empezó a sudar otra vez.

“Es un trauma considerable. Ten cuidado no vaya a decidir tu corazón que ya ha tenido bastante. No creo que aquí hayan médicos que vayan a atenderte.”

“¡Echa a los perros tus medicinas!”

“¿Qué dices?”

“¿No sabes curar su alma,
borrar de su memoria el dolor,
y de su cerebro las tenaces ideas que le agobian
? ¿No tienes algún antídoto
contra el veneno
que hierve en su corazón?”

Nezumi se movió, incómodo. Sion pudo escuchar un profundo suspiro.

“Déjalo ya, ¿quieres? Conforme estás destrozando esas frases, lo más seguro es que Macbeth se esté revolviendo en su tumba.”

“¿Me estás diciendo que actuar no es lo mío?”

“Una falta de talento impresionante. No valdrías ni para extra en una obra de Shakespeare. Te aconsejo que no te hagas ilusiones, Sion.”

“Supongo que será lo que haga. Una pena, de verdad.”

“Buen chico.”

Sion estaba sonriendo. No era una mueva: era una sonrisa genuina, aunque leve, la que tenía pintada en los labios. En ese mismo instante, pudo sentir el cielo expandirse sobre él.

Invitado por la voz de Nezumi, Sion había sonreído y había visto el cielo.

Era del azul más profundo que había visto en toda su vida, tumbado en la hierba. El color del cielo se expandía a través de la oscuridad. Sí, el mundo estaba lleno de crueldad y falsedad. Sí, era lo que reinaba. Pero no era lo único que existía. Porque, mira – en este mundo, y en el alma de las personas, existían cosas hermosas como el azul del cielo.

La voz de Nezumi se convirtió en la primavera que envolvió a Sion, saciándolo por completo. Era una voz extraña. Derretía el alma y regeneraba a la gente.

“Un poco más, y podremos descansar un poco.”

Nezumi se medio giró para mirarle. Sion podía ver una luz tenue tras los hombros de Nezumi. No parpadeaba como las bombillas. Era una luz oscura, pero no era el tipo de oscuridad que ponía nervioso y hacia preguntarse cuándo iba a apagarse.

“¿Qué hay ahí?”

“Una sala de descanso. Aunque temporal.”

“Una sala de descanso… podemos descansar ahí, ¿eh?”

Tenía la sensación de que podría seguir andando eternamente. Creía que tenía que seguir pensado eso, o de lo contrario no saldrían con vida de allí.

Pero podemos descansar.

Exhaló. Quería echar a correr, pero no tenía fuerza en las piernas, y andar era a lo máximo que llegaba.

Llegaron al final del pasillo. Sion tragó saliva. El entorno cambió por completo.

Era una habitación con las paredes y el suelo blanco. Y muy amplia. Gracias a la luz artificial que había instalada en el techo, la oscuridad se había reducido hasta ser una mera sombra. Aunque borroso, Sion podía ver las cosas bien.

Al fondo vio una puerta gris. En aquella habitación no había ni muebles ni ventanas. No apestaba a sangre ni se escuchaban gemidos. Era una habitación blanca, completamente vacía. Había unas cuantas figuras encogidas en un rincón. Lo más seguro es que eran parte del primer grupo que habían metido en el ascensor, y que habían conseguido sobrevivir y llegar hasta allí.

Sion cayó de rodillas en la entrada. La fuerza abandonaba su cuerpo.

“No te duermas.” Nezumi se arrodilló junto a él. “No tenemos tiempo para eso.”

“¿Vamos a otra parte?”

“Claro, si este fuese nuestro destino final no tendría gracia la cosa. ¿No habías venido a por tu amiguita?”

Safu.

Apretó los puños. Echó un vistazo alrededor. Tal y como pensaba, no encontró la mirada que buscaba. Después de todo, el Departamento de Seguridad la había secuestrado  y la había encerrado en el Correccional.

“Me pregunto si Safu estará bien.”

“Quién sabe.” Contestó Nezumi. “Pero si está viva, seguramente su situación sea mucho mejor que la nuestra. Lo mismo hasta está tomando el té. Si sigue viva, claro está.”

“Safu está viva.”

“Quieres creer que lo está. No es más que tu propio deseo egoísta.”

“Tú también lo crees. Si no, no hubieses venido conmigo.”

“¿De verdad?”

“¿Me equivoco?”

“Sion, por qué no dejas a un lado esa inocencia de vez en cuando, ¿eh?”

“Nezumi, pero… oh-”

Sion se calló. Un hombre se dirigía hacia él, tambaleándose. Cayó hacia delante, de morros contra el suelo. El hombre que iba detrás de él tropezó con el cuerpo, cayendo también. Ninguno de los dos se movió. Pero seguían respirando. Sion veía como subía y bajaba la espalda al hacerlo. Pero el hombre que había caído primero dejó de moverse poco después.

“¿No vas a ayudarle?”

El silecion de Sion fue la respuesta a la pregunta de Nezumi.

“¿Qué pasa? Normalmente le habrías ayudado enseguida.”

“No puedo.”

Sentía como si sus manos y sus pies estuviesen atados a pesas. Incluso mover un dedo suponía un gran esfuerzo. Mantenerse de pie le estaba costando toda la energía que tenía. No podía ayudar a los demás. Y además…

Si intentaba ayudar al hombre, ¿qué haría después? No podía curarle las heridas, ni consolarle, ni siquiera podía darle agua.

De pronto, el hombre gimió. Empezó a toser. Volvió a gemir cuando dejó de toser. Lo más probable es que es tuviese gravemente herido. El gemido estaba lleno de dolor, como si le estuviesen retorciendo las entrañas.

“Que alguien… me ayude…”  gimió el hombre. Luchaba por respirar como un animal herido. “Por… favor…”

Sion se tapó los oídos. Cerró los ojos. Sabía que estaba siendo un cobarde. ¿No había aprendido, muchas veces ya, lo cobarde y vergonzoso que era intentar no ver, intentar no escuchar?

Mira. Escucha. No intentes buscar excusas. Lucha contra todo aquello que intente hacer que lo hagas. Tus enemigos no están siempre fuera de ti. También están en tu interior. Tienes que luchar contra la parte de ti que quiere hacer que apartes la vista de lo que no quieres ver y hacer que no escuches lo que no quieres escuchar.

Lo sé. Lo sé, Nezumi. Pero ahora mismo no puedo hacerlo. Ahora mismo, soy lo más débil y frágil que existe. No puedo soportar seguir escuchando o mirando.

El hombre levantó la cara. Sus miradas se cruzaron. Para su total desgracia, sus miradas se habían cruzado. Sion retrocedió. El hombre estaba muriendo. Estaba al borde de la muerte, pero no era capaz de morir, y estaba sufriendo por ello.

“Ayuda… me…”

Quizás tenía los huesos rotos; quizás tenía hemorragias internas: espuma manchada de sangre salía por la boca del hombre. Su cuerpo estaba convulsionando. Para el hombre, morir era la única salida al sufrimiento. Pero hasta la Muerte se reía de él. No iría a por él tan fácilmente. La poca vida que le quedaba al hombre volvía a él una y otra vez.

Se arrastró hacia ellos. Su mirada nunca abandonó a Sion. Sus ojos eran como una ciénaga y una caverna sin fondo al mismo tiempo.

“Ayuda…me…”

Por favor. Salvadme. Liberadme de este sufrimiento. Dejadme descansar – oh, por favor – dejadme estar en paz.

Sion se tragó la saliva que tenía en la boca. Antes de darse cuenta, se estaba arrodillando al lado del hombre, que estaba tumbado boca arriba. Su largo cuello asomaba por la camisa, que estaba destrozada. Era un cuello delgado, fibroso y patético. Lo más seguro es que antes de acabar allí no había llevado una buena vida. Era impresionante que hubiese durado tanto.

El hombre miraba únicamente a Sion. Una ciénaga, una cueva sin fondo. En aquella profundidad no se reflejaba nada, no había nada. No parpadeaba. Lo único que se movía eran sus labios ensangrentados.

“¿Por qué… he tenido que…?” dijo con la voz ronca.

Sí. ¿Qué había hecho ese hombre? ¿Por qué tenía que pasar por algo así? Era un residente del Bloque Oeste: ¿aquella era la única razón por la que tenían que aplastarle como a un insecto? ¿Por qué tenía que sufrir tanto?

“¿Por qué…? ¿Por qué…?”

Los labios del hombre no dejaban de moverse. Usando sus últimas fuerzas, repetía la pregunta una y otra vez.

Dímelo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Sion negó con la cabeza.

No puedo contestarte a eso. No tengo respuesta.

“Lo siento,” susurró. Lo único que podía hacer…

Puso los dedos alrededor del cuelo del hombre. Estaba húmedo, pero frío. Todo lo que tenía que hacer era apretar un poco. Dejaría de respirar sin dolor, lo más seguro. Entonces descansaría en paz. Lo único que puedo hacer, es apretar y asfixiarlo.

Notó la carne y el hueso en sus manos, en sus dedos. Las leves convulsiones y el pulso. El hombre abrió la boca, y de ella salieron espuma ensangrentada y un gemido. No dejaba de mover la punta de la lengua. A Sion le temblaron los brazos. No tenía ninguna fuerza en ellos.

“Para, es suficiente.”

Le cogieron del hombro y le apartaron. A Sion le resbalaron los dedos como si el cuello estuviese cubierto de algo viscoso.

“No es tan fácil.”

Sion se giró y miró a Nezumi. Durante un instante, una sombra atravesó aquellos ojos grises. Era una sombra coompasiva.

“Nezumi, yo…”

“No puedes hacerlo.” Un suspiró escapo de sus labios. “Creo que ser Verdugo se te daría peor que ser actor.”

Apartando a Sion, Nezumi avanzó. El hombre estaba tumbado boca arriba, respirando con gran dificultad. A cada exhalación la acompañaba un gorgoteo. Tenía los dedos doblados, cogiendo el aire. El sufrimiento no había disminuido lo más mínimo. El hombre se quedó quieto, gorgoteando como si hubiese perdido hasta la fuerza para retorcerse de dolor. Nezumi se arrodilló sobre una rodilla, se agachó y le susurró.

“¿Duele?”

Su única respuesta fue la respiración del hombre.

“Tranquilo. Te sentirás mejor enseguida.”

“Sentirme… mejor…”

“Sí. Lo has hecho bien. Vas a dejar de sufrir. Relájate y cierra los ojos.”

“He… cometido crímenes…”

“¿Crímenes?”

“Una vez… le pegué… a un niño…”

“Mm-hmm.”

“Engañé… a un anciano… y le… robé…”

“Mm-hmm.”

“He dicho… muchas… muchas mentiras….”

“Mm-hmm.”

“He… traicionado… a mucha… gente…”

Nezumi se puso los guantes de cuero. Entonces, acarició la mejilla del hombre con suavidad.

“Bien. Lo he escuchado todo. No pasa nada, estás perdonado.”

“Per… donado…”

“Sí. Se te han perdonado todos tus crímenes. No tienes nada que temer.

La mano de Nezumi descansó sobre la boca y la nariz del hombre.

“Has aguantado. Has vivido. Te admiro profundamente, y voy a dedicarte una canción.”

“Una canción… para mí…”

“Para ti.”

Con la mitad inferior de la cara cubierta, el hombre entrecerró los ojos. Estaba sonriendo. Sion no podía creer lo que estaba viendo. Se quedó anonadado mirando los ojos del hombre, ojos que se había suavizado.

Está sonriendo.

“Cierra los ojos. ¿Ves? Todo el sufrimiento… va a desaparecer.”

Una leve melodía atravesó el aire. Suave, cadenciosa, los sonidos se superponían. Sion sintió como su propio cuerpo se elevaba. No pesaba nada, y flotaba con la brisa como si fuese algodón. Como si fuese un pájaro, encaró la corriente de aire y se elevó. Se había liberado.

Su canción roba las almas de las personas que sufren porque no pueden morir. Al igual que el viento esparce los pétalos de las flores, su canción separa el alma del cuerpo.

Eso era lo que le había dicho Inukashi. No era mentira. Estaba guiando su alma. La estaba llevando sin ningún esfuerzo hacia un lugar que no estaba allí. La estaba robando.

La canción acabó. El silencio los envolvió. Sion había cerrado los ojos sin darse cuenta. El silencio parecía apremiarle para que abriese los ojos. Abrió los ojos para ver a Nezumi aún arrodillado, a punto de quitar la mano de la cara del hombre.

El hombre tenía los ojos cerrados. Tenía la boca manchada de sangre, pero ya no estaba torcida por el dolor.

“¿Ha muerto?”

“Acaba de hacerlo.” Nezumi exhaló profundamente y se dejó caer contra la pared. Se quitó los guantes y los apretó con el puño.

“Idiota,” escuchó maldecir a Nezumi entre dientes.

“Nezumi…”

“Jodido idiota.”

“¿De quién estás hablando?”

“De ti.”

El par de guantes se dirigió hacia él. Atacaron a Sion como si tuviesen voluntad propia, dándole en toda la cara, y cayeron al suelo.

“No tienes remedio. Idiota, patoso e inútil sin remedio.”

“Lo sé.”

Sion cogió los guantes. Nezumi tenía razón. Era idiota, patoso e inútil. Débil y sin habilidad. Le dijese lo que le dijese, sólo podía asentir.

“Y no sólo tú.” Nezumi se apartó el flequillo bajó la mirada. “El hombre que acaba de morir, y yo también. No somos más que escoria.”

“¡Tú no!” Sion se inclinó para mirarle a la cara. Nezumi levantó la cara y frunció el ceño.

“Tú y yo somos iguales.”

“No. Somos completamente diferentes.”

“¿Cómo?”

Sion miró directamente a aquel par de ojos grises.

“Le has salvado.”

“¿Yo? Yo sólo le he ayudado a dejar de respirar. Le he dado un empujoncito.”

“¿Y no es lo mismo que salvarle?”

El borde de los ojos de Nezumi tembló.

“Es asesinato.”

Era una palabra que no había esperado escuchar. Nezumi parpadeó despacio, una única vez, ante Sion y extendió la mano hacia él.

“Dame mis guantes.”

“¿Eh?”

“Mis guantes. Que me los des.”

“Oh – claro.”

Cunado tuvo los guantes en la mano, Nezumi chascó la lengua irritado y murmuró que se habían ensuciado.

“Están llenos de la sangre y la saliva del hombre ese. Eran mis guantes favoritos.”

“Nezumi… ¿qué quieres decir con asesinato?”

“Un asesinato es un asesinato,” contestó Nezumi con brusquedad. “Lo que he hecho ha sido matar a ese hombre. Le he tapado la boca mientras aún estaba vivo, y le he asfixiado. Por si no lo sabes Sion, la gente suele llamar a eso asesinato.”

“Pero se ha salvado gracias a ti. Se ha salvado del sufrimiento.”

“¿Y?”

“Y-” Sion tartamudeó. “Y le has salvado. Ahora descansa. Ya no sufre, ha podido arrepentirse de sus pecados y se ha podido ir en paz. No has asesinado a nadie. Le has salvado.”

Nezumi se apoyó contra la pared y volvió a parpadear.

“Que arrogante por tu parte.”

“¿Arrogante?”

“Sí. Es muy arrogante por tu parte, ¿lo sabías? Es muy arrogante llamar ‘salvación’ a matar a alguien. ¿Quién eres, Sion? ¿Eres Dios? ¿Eres tan grande que estás por encima de la muerte de la gente?”

“Nezumi, sólo-”

“Ese hombre no tendría que haberse ido en paz,” dijo Nezumi con ferocidad.

“¿Eh?”

“Debería haber sufrido hasta morir. No debería de haberse arrepentido de sus pecados y haberse ido tranquilamente. Debería haber maldecido y odiado una muerte que no es justa, y debería haber exhalado su último aliento retorciéndose de dolor. Mira.”

Nezumi señaló con la barbilla.

“Mira esta habitación. Acuérdate de la cámara de ejecución de antes. ¿Cómo puede uno dejar este mundo en paz después de haber sido aplastado, matado y atormentado como un mero insecto? No se puede. Claro que no se puede. La mayoría de la gente que atrapan en la Caza no escapa. Se les obliga a tener una muerte horripilante. Y cuando esta gente moribunda se va, tienen que hacerlo dejando atrás palabras de odio y sufrimiento. Lo que sienten de verdad – aunque sea un profundo resentimiento o maldiciones… Nunca se les debería arrebatar lo que sienten de verdad. Una muerte pacífica es una imitación. ¿Ser tratados como insectos, sufriendo abusos y morir sonriendo? Qué salvación, ¿eh? Eso no es más que una excusa conveniente. Es una excusa rastrera. ¿No estás de acuerdo? Aquí no hay más que muertes horripilantes. Creo que hasta deberías entenderlo, ¿o no?”

“Sí…”

“¿De verdad lo entiendes? Entonces-” Nezumi apartó los ojos de Sion. No había sido mucho el movimiento de aquellos ojos grises, pero Sion sintió como si una sombra hubiese cubierto la luz tenue que había estado brillando en ellos. Era imposible, lo sabía, pero podía sentirlo.

“Entonces mantén a raya esa arrogancia tuya. Respeta la muerte. No te lo creas tanto, y no creas que puedes otorgar una muerte indolora. No vuelvas a poner los dedos alrededor del cuello de alguien.”

Sion abrió ambas manos. Todavía podía sentir el cuello del hombre en ellas. Le temblaban los dedos.

Si estas manos tuviesen poder, si tuviesen el poder para otorgar una muerte indolora, si tuviesen el poder para robar almas igual que lo hace Nezumi, ¿qué habría hecho?

Sion se preguntó a sí mismo, y sintió que aquellos dedos temblorosos le daban la respuesta.

Probablemente no hubiese aflojado el agarre… y si eso es asesinato, entonces me habría convertido en un asesino. Pero – pero - ¿de verdad se puede considerar eso como algo malo?

“Nezumi.”

“¿Qué?”

“¿Está mal poner excusas?”

“¿Qué?”

“¿Está mal que en los últimos instantes de vida te liberen del dolor? ¿Está mal morir sonriendo?”

Aunque no fuese más que una excusa o una burda imitación, Sion, al contrario que Nezumi, no podía rechazar el hecho de que la gente pudiese desear una muerte pacífica, y que había quienes concedían ese deseo. Nezumi suspiró.

“Sion, ¿sigues sin entenderlo? Si piensas en las docenas – no, cientos de personas a las que han matado aquí… ¿qué pasa con todas esas vidas? ¿Con su odio? ¿Con su resentimiento? ¿Vas a poner excusas y fingir que nunca han existido?”

“No. Nada de eso. Eso es algo que no se podría tolerar. Pero es lo que se supone que hacen los supervivientes. Viven, recuerdan y lo cuentan a los otros. Cuentan la verdad de lo que pasa aquí. Es el trabajo de los supervivientes – nuestro trabajo. Lo grabamos en nuestra memoria y no lo olvidamos nunca. Pero – pero al menos – aquellos que están muriendo… si pudiesen abandonar su odio al irse, si pudiésemos-”

“¿Darles el sueño eterno?”

“Sí.”

“Mira que eres idealista.”

“No creo que esté mal. No creo que hayas asesinado a nadie. No puedo verlo así.”

La respiración de Nezumi se aceleró levemente. Una sombra cubrió sus ojos. Su mirada se oscureció al mirar a Sion y tembló junto a su respiración.

“Recordar es el trabajo de los supervivientes, ¿eh? Que conveniente, ¿verdad? ¿Cómo puedes estar tan seguro de que alguien va a sobrevivir? Espera, veo que ya has asumido que vas a sobrevivir. Cuanto optimismo, joven amo.”

“Juramos volver juntos.”

“¿Qué no moriríamos sin importar que?”

“Sí. Sobreviviremos y volveremos juntos a esa habitación.”

Volver a esa habitación. La habitación subterránea en la que vivían se le pasó por la mente a Sion. Era una imagen tan vívida que parecía que la tenía delante. Todos los libros que había tardado una semana en ordenar, las estanterías, que cubrían las paredes y llegaban hasta el techo; aquel libro tan bien encuadernado – Nezumi había dicho que era una historia de un país lejano; la silla vieja y desteñida, pero resistente; aquel colchón tan duro; la tetera soltando vapor encima del fuego; los ratones esparcidos por la habitación. Cravat, Hamlet, Tsukiyo.

Sion se llevó la mano al pecho. Tenía muchísimas ganas de verlo.

Quiero volver allí. Quiero volver a vivir esos días una vez más. Aquellas imágenes no se hicieron añicos como lo había hecho su visión de No. 6. No se resquebrajó y desapareció. Permaneció firme, vívida y casi repulsivamente real. Le trajo hasta el olor de los libros y los ruiditos de los ratones. Sintió un fuerte impulso de clavarse las uñas a sí mismo. Ansiaba volver con todas sus fuerzas.

Aquella habitación era al único lugar que tenía intención de volver con vida.

Nezumi chascó lo dedos.

“Deberías sobrevivir y hacer un documental de tu infiltración en el Correccional. Seguro que vende.”

“Hace un tiempo me dijiste que lo mío no era ser escritor.”

“¿En serio? Es muy difícil encontrar un trabajo apropiado para ti. Pero tengo que reconocer que te manejas bien con los perros y ordenando libros.”

“Ahora que lo dices, creo que me he dejado un libro a medias en tu cama.”

“¿Cuál?”

“Una historia que se desarrolla en un país lejano. Sobre un hombre que vende su alma al demonio.”

“Ah.” Nezumi cerró los ojos unos segundos y murmuró algo. “Sion,” dijo.

“¿Hm?”

“Este viaje no ha hecho más que empezar.”

“Ya lo sé. Queda mucho por delante… ¿verdad?”

“Tengo ganas de verlo.”

“¿El qué?”

“A ti,” respondió Nezumi. “Según tú, recordar es el trabajo de los supervivientes. Me pregunto cuanto tiempo vas a poder actuar según esas palabras. Voy a observar con total atención si de verdad intentas recordar todo lo que veas a partir de ahora o si te fuerzas a ti mismo a olvidar. Voy a observar hasta el final, hasta que esos labios pasen de decir palabras bonitas a retorcerse en una mueca.”

Su tono de voz era monótono y regular. No había rastro de sarcasmo, ira o irritación. Era una voz que no contenía ninguna emoción pero que, por alguna razón, era pesada. Sion apretó los puños y preguntó.

“¿No me crees?”

“Si hablamos de memorizar cosas, tengo una fe absoluta en ti.”

“Lo que quiere decir que tus dudas son con respecto a mi propia humanidad.”

“Unas cuantas.”

Nezumi extendió la mano y pellizcó a Sion en la mejilla. Entrecerró los ojos y su luz gris se intensificó.

“Siempre he pensado que no seríamos capaces de vivir en harmonía,” dijo, “que no importa cuanto tiempo estuviésemos viviendo juntos, cuantas experiencias compartiésemos, mi vida llegaría a su fin y no habría sido capaz de entenderte. Voy a decirte la verdad. A veces…  te odio hasta el punto de querer matarte. Pero solo a veces.”

“Ya lo sabía.”

“¿Lo sabías?”

“Digamos que me daba cuenta – de que me odiabas.”

Los dedos de Nezumi apretaron con más fuerza su mejilla.

“Eres igual que No. 6. Ofrece palabras e ideologías bonitas, pero su autentica forma es algo horrible. Como un demonio cruel envuelto en un velo precioso.”

“¿Y estás diciendo que yo soy así?” Sion cogió a Nezumi por la muñeca y la retorció para soltarse. “¿Así es como me ves?”

No hubo respuesta. Sion apretó la muñeca de Nezumi con fuerza.

“No soy como No. 6. Soy completamente diferente. Pero tú no te das cuenta.”

Podía sentir con los dedos el pulso de Nezumi. Apretó aún más.

“¿En qué eres diferente?”

“Nunca te mentiría. No usaría ningún velo. Todo lo que pongo delante de ti, es como soy en realidad.”

“Sion, suéltame. Duele.”

“Estoy poniéndolo todo sobre la mesa. Tus ojos son los únicos en los que no se puede ver nada. Te aferras a la idea de No. 6 y ni siquiera intentas verme sin asociarme a ella. ¿Mi auténtica forma? Tienes que estar de coña,” escupió. “¿Cuándo has intentado verme por quien son en realidad?”

Su ira hervía quemándole por dentro.

Eres tú el que nunca intenta dar ese paso hacía mí. Si me odias hasta el punto de querer matarme, ¿por qué no lo haces? Lo único que haces es juzgarme o aborrecerme a través de la imagen de No. 6. Si pudieses lanzarme tus emociones – a mí como ser humano – aunque fuese un odio que llega hasta el punto de querer matar, las aceptaría. Me he preparado para aceptarlas.

¿Por qué no lo entiendes?

La ira de Sion había sobrepasado sus límites y emanaba con total libertad. Nezumi negó con la cabeza, como apartándole.

“Suéltame.” Se soltó del agarre de Sion. “Tch, no aprietes con tarta fuerza. Me podrías haber roto algo.”

“No eres tan delicado.”

“Estaba hablando de tu fuerza. Si la tienes, me gustaría que la usases cuando de verdad hace falta. Mira, esta rojo.”

Nezumi enseñó l a muñeca, que hora tenía unas marcas rojas. Sion había estado apretando con más fuerza de la que había creído.

“No sabías que tenías tanta fuerza, ¿verdad?” preguntó Nezumi.

“No, no lo sabía.”

“Ves, ni siquiera sabes eso sobre ti mismo.” Nezumi se puso los guantes, tapando las marcas rojas. “No sabes que tipo de persona eres. Y tu mami probablemente tampoco lo sabe. Seguro que piensa que eres un chico adorable con buenos modales.”

“Tampoco es que tú lo sepas, ¿no?”

“¿Yo? Bueno, no estoy seguro,” dijo suavemente. “Seguramente sepa más que tú o tu mami, por decir algo. Sion, tienes razón: estoy tan obsesionado con No. 6 que no te veo con claridad. Pero no siempre es así. A veces – muy de vez en cuando – siento que he sido capaz de entender algo de la persona que eres en realidad.”

“Y entonces es cuando te entran ganas de matarme.”

“No, no es así. No quiero matarte – más bien…”

“¿Más bien?”

“Puede – que me asuste.”

Nezumi se quedó en silencio. Movió los labios ligeramente.

Monstruo.

¿Era aquella la palabra que habían formado sus finos labios al moverse?

¿Monstruo?

Nervioso, Sion abrió la boca para volver a preguntar.

Pero se escucharon pasos. De varias personas. Y eran ligeramente más firmes que los de un hombre a punto de morir. Un par de hombres y una mujer llegaron hasta donde estaban y se sentaron en medio de la habitación. Todos estaban sin alientos, pero ninguno a punto de morir.

“Se acabó,” dijo Nezumi.

Se refería a que habían terminado lo que estaban haciendo. De la gente que habían capturado en la Caza en el Bloque Oeste, habían eliminado a los que habían caído de camino al ascensor; entonces, los habían metido a todos en la oscuridad bajo el suelo. Se habían deshecho de ellos: los ancianos, niños, hombres y mujeres, sin hacer distinción alguna.

“Venga, nos vamos.”

“¿Eh?”

“No me vengas con “ehs”. Estoy diciendo que tenemos que tenemos que hacer nuestro movimiento. No vamos a conseguir nada aquí mientras hablamos. Y ya era hora, que me estaba poniendo malo.”

“Nezumi, espera. Sobre lo que estabas diciendo antes…”

“Es suficiente.”

Se cortaron palabras con meras palabras.

“Por desgracia, no estamos en una situación en la que podamos permitirnos quedarnos quietos y hablar. Joder,” maldijo Nezumi, “siempre me pasa lo mismo cuando estoy contigo. A esto me refería con lo de idiota. Vamos. Podemos tirarnos todo el día esperando, pero no nos van a traer un té. Se acabó el descanso. Muévete.”

“¿A dónde vamos?”

“Vamos a volver por este pasillo, justo por donde hemos venido. ¿A qué es fácil? Creo  que hasta tú tienes que entenderlo.”

“¡Volver! ¿Para qué?”

“Para avanzar.”

Nezumi empezó a andar. Sion volvió a seguirle. El pasillo apestaba a sangre. Se preguntó si los olores pesaban. El olor de la sangre que aún fluía de los cuerpos era pesado, y parecía arrastrarse por el suelo y subirle por los pies.

Se dio cuenta de que se estaba acostumbrando al olor. Comparado con la primera vez que había atravesado el pasillo, las nauseas y el impulso de taparse la nariz no eran tan fuertes. Se estaba acostumbrando al olor de la sangre. ¿Significaba eso que se estaba volviendo más fuerte, o más insensible?

Sion empezó a dar pasos más grandes, como si estuviese intentando librarse de aquel olor.

Monstruo.

 La palabra que habían formado los labios de Nezumi: ¿qué quería decir? Aunque preguntase, lo más seguro es que no obtuviese una respuesta.

Sion levantó la cara. Nezumi estaba lo suficientemente cerca como para tocarle el hombro si estiraba el brazo. El olor de la sangre se hizo más pesado. Los gemidos y gritos de la gente que no podía morir dejaron caer su peso sobre él. Sion volvió a encontrarse cara a cara con el hecho de que él mismo estaba entre la vida y la muerte.

“Nezumi.”

No hubo respuesta. Alzó ligeramente el hombro derecho.

“En los planos del Correccional, aparte del área que han construido hace poco, había otro espacio en blanco, ¿verdad?”

“Sí…”

“¿Esto es ese espacio en blanco?”

“Sí.”

Una respuesta clara.

“Conocías este sitio, ¿verdad?”

“¿Y qué pasa si es así?”

“Entonces, ¿qué era esa línea que se extendía hasta abajo del espacio?”

Aquella vez, Nezumi ni siquiera se dio a vuelta. Pero su forma de andar cambió.

“¿Te has dado cuenta?” dijo.

“Bueno, era algo raro…”

Era una línea rara. Destacaba mucho, sobre todo teniendo en cuenta que todo el plano estaba lleno de líneas que señalaban las incontables habitaciones que formaban la complicada estructura del Correccional, los circuitos eléctricos y las barreras a intervalos regulares. El primero era el área que acaban de construir en la planta superior; el otro era el sótano. A partir de ahí, había una línea que se extendía hasta llegar más abajo. Una línea recta. No era el símbolo de un circuito o de una tubería; de hecho, parecía un pasaje. Pero no había nada al final de dicho pasaje, ni siquiera un espacio en blanco. Se acababa de golpe a mitad. En el Correccional, hasta el más mínimo detalle estaba calculado para evitar cualquier posibilidad de fuga; estaba diseñado para maximizar su funcionalidad de la forma más eficiente posible. Teniendo en cuenta eso, aquella línea era algo muy raro.

Nezumi se detuvo. Girándose ligeramente hacia Sion, le miró.

“¿Qué crees que es?”

“¿Es algo que podría llegar a adivinar?”

“No. Da igual lo mucho que fuerces a tu patética imaginación, nunca serías capaz de averiguarlo. Seguro que este sitio también estaba fuera del alcance del radar de tu imaginación, y no por poco.”

Si existiese dicho radar, haría mucho que se habría hecho pedazos. Nunca había imaginado que pudiese existir un mundo así.

No había sabido nada. Pero ahora, lo sabía.

Los dos espacios en blanco: con una imaginación como la suya, no podía percibir lo que había en la planta superior. Pero ahora entendía lo que había en el sótano. Lo sabía a la perfección. Ese lugar, que no era más que un espacio en blanco en los planos era el infierno que la Ciudad Sagrada había materializado en aquel mundo. No. 6 era una ciudad estado: eso significaba que las personas la hacían funcionar. Entonces, ¿quería decir que era posible que las personas se volviesen tan salvajes? ¿Cómo podían evitar convertirse en eso? Entonces…

Sion se mordió el labio. Mientras seguía mordiendo, negó con la cabeza.

No era buena idea pensar ahora – no tenía el tiempo ni la fuerza. Pero algún día estaba seguro de que encontraría la respuesta.

¿Cómo de despiadados podían volverse los seres humanos?

¿Cómo podían evitar convertirse en eso?

Algún día lo averiguaría.

Sion tomó aire y olió la sangre. Tenía confianza.  Estaba completamente convencido de que algún día encontraría la respuesta por sí mismo. Era como una roca. También era la convicción de que, sin importar a que tipo de situaciones tuviese que enfrentarse, sería capaz de seguir siendo un ser humano.

Nezumi seguía girado, mirando a Sion. Sion fijo su vista en Nezumi.

Si, Nezumi. Tengo confianza. Siempre y cuando siga junto a ti, puedo estar seguro de que seguiré siendo humano.

“¿Qué?” Nezumi parpadeó. “¿De qué te ríes?”

“¿Reirme?” Se llevó una mano a las mejillas. La sangre y el sudor se habían secado, formando una capa de suciedad. “¿Me estaba riendo?”

“Sí. En serio, ¿te parece graciosa esta situación? Pensaba que te habías vuelto loco del todo.”

“Aún estoy cuerdo. Creo.”

“Espero que sea así. Es un sitio como este, la locura y la cordura están a un paso de distancia.”

“Si me volviese loco, ¿me dejarías aquí?”

“Por supuesto. Ya eres una cargar bastante grande estando cuerdo.”

“Me lo imaginaba.”

Heh. Los labios de Nezumi se curvaron. Él también estaba sonriendo en una situación como aquella. Era una sonrisa que no era ni amarga, ni fría. Hasta se podía decir que era una sonrisa alegre.

“No te abandonaría, Sion.”

Sion levantó la barbilla un poco. Estaba claro que lo siguiente que iba a decir no era una frase bonita como, “te llevaré hasta allí aunque tenga que llevarte a cuestas.”

“Te abriría la garganta con un único corte.”

Todavía sonriendo, Nezumi levantó un dedo. Sus ojos grises no estaban sonriendo. Estaban quietos, como la superficie de un lago congelado.

Sion se llevó la mano a la garganta sin pensar. Ahí estaba el corte que había hecho Nezumi un par de días atrás. Había hecho un corte superficial con la punta del cuchillo. La cicatriz que había quedado, que sólo había sangrado un poco y se había cerrado hacía bastante, latía.

“Tranquilo,” dijo Nezumi arrastrando las palabras. “Hasta yo me apiado de la gente. Sería rápido. Nunca te haría sufrir.”

“Gracias,” dijo Sion a falta de algo mejor para decir, con la mano aún en la garganta. “Muy amable por tu parte.”

“Siempre soy amable contigo. A veces creo que te malcrío demasiado. Algo de lo que hoy me arrepiento.”

“Podría ser un estado de confusión momentánea.”

“¿Eh?”

“Asegúrate de diferenciar si me he vuelto loco de si estoy en estado de shock por la confusión. Entonces puedes decidir si quieres cortarme el cuello. No debería ser muy tarde para tomar la decisión.”

“Si tengo tiempo para ello.”

“Hey, un momento,” dijo Sion indignado. La cicatriz aún latía bajo sus dedos.

Si Nezumi iba a ser el que acabase con su vida, no tenía ninguna queja. Tal y como había dicho, lo más seguro es que Nezumi le cortase la garganta sin causarle ningún dolor. Sion había visto por sí mismo lo atrayente que era una muerte pacífica. No se quejaría. Pero no quería que su muerte fuese inútil. Quería vivir y volver a aquella habitación, costase lo que costase.

“Puede que sea difícil, pero quiero que te asegures por si acaso. Por favor.”

“¿Cómo?”

“Tírame agua. Y si no hay agua… supongo que no queda otra, supongo que puedes darme una bofetada como la de antes. Dicen que la gente puede recuperarse de un brote de histeria con algo tan pequeño como-”

“Te daré un beso.”

“¿Eh?”

“Antes de abrirte la garganta, te daré un beso,” dijo Nezumi con suavidad. “Ya verás lo bien que se me da eso de dar besos de despedida. Entonces puedes irte al cielo.”

“Nezumi…”

Lo más seguro es que estuviese rojo como un tomate. Tenía calor. Tenía la frente empapada de sudor. Nezumi hablaba con un tono bromista, pero lo más seguro es que no estuviese bromeando.

Te vuelvas loco o te hieran, si no puedes moverte es tu fin. Así que te daré un beso de despedida antes de abrirte la garganta.

Un beso mortal. La parte más íntima de Sion latió en respuesta. Negó con la cabeza. Daba igual lo seductor que fuese, tenía que alejar de él cualquier cosa que le llevase a la muerte.

“No es buena idea. Necesito que encuentres otra forma o tendré problemas.”

“¿Por qué?”

“Mi ataque de pánico sólo empeoraría.”

Nezumi abrió los ojos desmesuradamente durante un instante, entonces giró la cara para reírse. Aunque estaba intentando no reírse, su cuerpo temblaba al hacer el esfuerzo y no podía controlarse bien.”

“No-” cogió aire, “No – lo entiendes, ¿verdad? Mira que… responder con seriedad…. Yo… mira que eres corto.”

“¿Tan gracioso es?”

“No podría haberlo hecho mejor.” Quitándose los guantes, Nezumi se secó los ojos. “Nunca habría imaginado que… me reiría en serio en un sitio así. Muy gracioso.”

“No era una broma.”

“Vale, Sion, para. Lo entiendo. Nunca te volverías loco, ¿no?” Secándose los ojos otra vez, Nezumi tomo aire. “Los humanos son más dados a reírse de lo que esperaba. Ya sé algo nuevo.”

La sonrisa desapareció de la cara de Nezumi. Con una expresión tan firme que le recordó a Sion a la de una máscara. Nezumi señaló con lentitud con la barbilla.

“Vamos.”

Estaban en el final del pasillo. Estaban en aquel sitio otra vez. Parecía que la oscuridad se había hecho aún más profunda desde la última vez que habían escapado de ella.

La montaña de cadáveres había crecido. Era normal, ya que habían añadido un tercer grupo a la pila. Pero aun así Sion se encontró a sí mismo retrocediendo. Y pensar que la masa de personas muertas se había hecho más grande…

“Hmm, creo que es suficiente,” murmuró Nezumi, de pie entre el torrente de oscuridad, hedor y los gemidos de la gente que aún estaba viva. Sion sintió un escalofrío recorrerle la espalda.

“Nezumi, ¿qué vamos a-?”

“Escalar.”

“¿Escalar?”

“¿Has escalado alguna vez?”

“Nezumi… ¿de qué estás hablando…? Con eso de escalar no estarás diciendo que-”

“Pues claro que lo estoy diciendo. No hay caminos. Ni señales, mapas ni linternas. Tu cuerpo es lo único en lo que puedes confiar.  ¿Lo entiendes? Sigue mi ritmo.”

Nezumi puso el pie en la masa negra. Sion estaba mirándolo atónito.

“¿A qué esperas? Date prisa.” Podía escuchar la voz de Nezumi caerle desde arriba. No contenía rastro alguno de irritación o desdén, pero era una voz que le dolía. Era como si le estuviese dando con un látigo.

No voy a tolerar ninguna duda. No podemos volver, retrasarnos o buscar otro camino. Sólo podemos seguir adelante. Y no voy a permitirte dudar aquí, Sion.

Lo sé. Lo sé. Lo sé.

Sion avanzó hacia la pila negra. Los dedos le temblaban con violencia. No podía cogerse bien.

“¡Sion!”

Lo sabía. Sabía que no tenía permitido asustarse. Se metió el puño en la boca y mordió con fuerza. El temblor paró. Escucho el sonido de la tierra temblar que provenía de alguna parte de aquella masa. Se quedo petrificado. No era la tierra temblando. Eran las voces de la gente. Aquella montaña estaba hecha de gente. No lo olvides. Vive y grábalo todo en tu memoria. Sobreviva y cuenta la historia.

No voy a permitirme dudar.

Levantó la mano. Los dedos ya no le temblaban.



3 comentarios:

  1. Primero (?) woa, me he leido todos los caps aqui, mil gracias por traducirlos ;o; Son tan hermosos y tan bien traducidos!
    PD: No eres Joey en DZ? -preguntarandom-

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    1. ¿DZ? (Creo que con esto queda claro que no soy yo xDDDD)

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  2. Antes que nada, felicitarte por el excelente trabajo que estás haciendo con la traducción de las novelas. Es soberbio y te agradezco muchísimo que lo hagas porque gracias a ti puedo entender un poco mejor la relación de Nezumi y Sion... y la verdad... es que es muchísimo más compleja de lo que se puede percibir en el manga o en el anime. Principalmente en este capítulo, creo que se nota claramente como los sentimientos abiertos de Sion consumen y atacan directamente el intelecto de Nezumi. Es obvio que no pueden estar en el mismo nivel emocional, dadas las vidas tan diferentes que ambos han llevado, pero me he llevado una sorpresa interesante al ver la forma en que Nezumi percibe a Sion. Wow!! No sé si esto puede llamarse una historia de amor, pero creo que a todas luces existe una conexión entre ambos que va mucho más allá de una simple empatía amistosa... lamentablemente creo que Nezumi sufre por ello y por eso a veces trata de esa forma a Sion. Es muy muy interesante y jamás me habría percatado de ello si no fuera gracias a ti y la maravillosa novela que te muestra mucho más de ambas personalidades.
    Gracias y sigue adelante. Le das mucha alegria a muchas personas con estas traducciones, incluída yo, que siempre llego a casa, después del trabajo, pensando en que teno un capi más que leer de No. 6.
    Saludos!!!!

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