martes, 24 de abril de 2012

No. 6 Vol 3 Capítulo 3

Esta vez ha sido rápido, ¿eh?



Capítulo 3
El fin de la tierra.

Los humanos nacieron del ojo de Ra. Ra creó el cielo, la tierra y todas las cosas. Como era el Sol y el rey de todos los dioses, se decidió que fuese el primer rey de la tierra
-Mito egipcio ‘El Comienzo del Cielo y de la Tierra’

Estaba borroso. Todo era vago y envuelto en niebla.

Pero tengo que despertarme…

Safu se esforzó en abrir los ojos. Se mordió el labio con toda la fuerza que pudo. Sintió un dolor leve. Empezaba a recuperar los sentidos.

Safu se dio cuenta de que estaba atada a una camilla. Se abrió una puerta blanca y entraron por ella. Con esa visión tan borrosa no podía saber dónde estaba. Notó su cuerpo deslizarse hacia un lado.

“Ah, ¿ya te has despertado?” Era la voz de un hombre. “Aunque no hacía falta. Vamos a ponerte un poco de anestesia, ¿te parece bien? Así podrás volver a dormirte en paz.”

“¿Dónde… estoy…?”

“A ver si aciertas.”

¿Qué me pasa? ¿Qué ha pasado? Había ido a casa de Sion, y entonces –

Un hombre vestido con el uniforme del Departamento de Seguridad.

‘¿Eres Safu?’

El pinchazo en el cuello. El entumecimiento que se extendía por su cuerpo.

Casi gritó, aterrorizada. Separó los labios, pero no salió ningún sonido. Se le quedó la voz en la garganta.

“Co… rrec… cional…”

Escuchó una risita aguda. El hombre se estaba riendo.

“¿Te gusta el Correccional? A mí me parece que sí. Ya sé, una vez que hayamos terminado con la operación, puedes vivir aquí, en tu propia suite especial hasta que mueras. Me encargaré de arreglarlo.”

¿Operación?

“Op…”

“Sí. Estás acostada en una camilla.” La voz del hombre estaba llena de regocijo. Un resplandor blanco lo cubrió todo. Safu suponía que sería la lámpara del quirófano. Estaba aterrorizada – más que cuando la habían detenido los del departamento de seguridad.

Le cayó una lágrima.

“No tienes por qué llorar. No te va a doler nada. Que duermas bien.”

Sion. Sion. Sion.
Ese nombre me protegerá de todo lo malo.
Me salvará. Me rescatará y me sacará de aquí – Sion.


“Sion.”

Escuchó su nombre. Sion se detuvo. Su guardaespaldas, un perro enorme, gruñó.

“Rikiga-san.”

Rikiga estaba saliendo por las desvencijadas puertas de un restaurante que estaba en bastante mal estado. Aunque, aun estando en mal estado, era uno de los establecimientos más decentes que había en el mercado del Bloque Oeste. La mayoría de los establecimientos que había allí consistían en unos cuantos barriles puestos en la calle para sentarse y servían platos que no podía decirse de qué estaban hechos. Sion tenía que ir tapándose la nariz mientras pasaba por allí debido al olor a una especie de estofado que salía de algunos de esos establecimientos. Pero aun así, algunos niños hambrientos y mendigos rondaban por las tiendas, algunos con la esperanza de conseguir algo de comer, otros observando fijamente a las personas que se llevaban la comida a la boca. Uno de los dueños de una de las tiendas empezó a gritar y a tirar agua en la puerta de la tienda para ahuyentar a los que estaban allí como si no fuesen más que perros.

Y, delante de los que tenían hambre, aquellos que habían tenido la suerte de poder conseguir algo devoraban la comida con ansía y se chupaban los dedos mientras les goteaba grasa por la cara.

Tener dinero y poder.

Para comer había que cumplir esas condiciones.

Sion lo había aprendido en el tiempo que llevaba allí. Pero no conseguía acostumbrarse. No soportaba mirar la escena que tenía delante. No podía evitar apartar la mirada y fijar la vista en el suelo.

“Si va a hacer que te sientas mejor, entonces échales una mano. Pero sólo si puedes darle de comer a todas y cada una de las personas que viven aquí,” había dicho Nezumi. Para Sion, en aquel momento eso era algo imposible.

“¿Qué puedes conseguir con esa compasión a medias tuya? A lo mejor puedes salvar a unos cuantos niños de morirse de hambre durante algún tiempo. Pero eso sólo significa que estás creando dos tipos nuevos de gente – los que pasan hambre y los que no. Déjame decirte algo interesante, Sion. Es más fácil soportar el hambre cuando nunca has comido que cuando te han dado de comer una vez y vuelves a tener hambre. No hay nada más duro que volver a pasar hambre después de haberse saciado. Esos niños nunca han comido hasta saciarse. No saben lo que es estar satisfechos. Por eso pueden soportarlo. ¿Lo entiendes? No puedes hacer nada, absolutamente nada.”

Nezumi había escupido esas palabras y se había ido. Pero antes de eso, se había parado en seco delante de la puerta, y se había dado la vuelta. Había un perro marrón acostado en un lado.

“Así que Inukashi te ha puesto un guardaespaldas, ¿eh? Y también he oído que te han subido el sueldo. Parece que te has convertido en su favorito.”

“Dice que puedo seguir trabajando para él. Me ha pedido que limpie las habitaciones y que cuide a los perros.”

“¿Y has aceptado el trabajo?”

“Por supuesto,” contesto Sion entusiasmado. “Estaba tan feliz que no podía parar de darle las gracias.”

Nezumi adoptó un aire despectivo.

“Vaya vaya, el señorito de la élite de No. 6 se alegra de limpiar habitaciones y cuidar de perros. Va a ser interesante ver hasta que punto vas a rebajarte.”

“No creo que me esté rebajando,” replicó Sion. “Y tú estás de acuerdo, ¿verdad? No crees que esto sea rebajarse.”

La cara de Nezumi se contrajo. Se encogió de hombros.

“Ah sí, Sion. Inukashi te ha pagado hoy, ¿no? Ve a comprar carne deshidratada y pan.”

“¿Al mercado?”

“¿Conoces algún otro sitio en el que vendan comida?” dijo Nezumi sarcásticamente.

“Bueno, no, pero…”

“Carne deshidratada y pan. Y míralos bien cuando te los den. Distráete como haces siempre y acabarás con un pedazo de pan lleno de moho. Y regatea. Regatea como si fuese el fin del mundo. Me voy.”

Se cerró la puerta y los pasos se oían cada vez menos.

Tendría que ir a comprar carne deshidratada y pan delante de esos niños.

Nezumi se lo había dicho.

Carne deshidratada y pan.

A Sion le rugía el estómago con insistencia. Se le hacía la boca agua. Sólo había comido la rebanada de pan y las frutas que le había dado Inukashi al mediodía. Estaba muerto de hambre. No había comido nada de carne ni pan blando desde hacía días.

Le rugía el estómago y se le  hacía la boca agua.

Quería comer. Quería llenar su estómago vacío.

Suspiró y se caló más el sombrero.

¿Qué puedes conseguir con esa compasión a medias tuya?

Recordaba las palabras de Nezumi una y otra vez.

Tienes razón. No puedo hacer nada. Lo único que hago es pretender que me importan esos niños para aumentar mi autoestima. La verdad es que voy a comprar carne y pan, delante de esos niños, para satisfacer mi propio deseo de comer. Eso es lo que soy en realidad – el tipo de persona que soy. ¿Esto es lo que querías decir, Nezumi?

Tenía unas cuantas monedas en el bolsillo. El sueldo que le había pagado Inukashi.

“Parte de aquí es como agradecimiento por haber curado a mi hermano. No voy a poder darte tanto siempre,” le había dicho Inukashi secamente, pero Sion le agradecía su amabilidad. Puede que fuese más de lo normal por un día de trabajo. Pero aun así, sólo era suficiente para pagar unas cuantas tiras de carne deshidratada y dos o tres hogazas de pan mohoso. Casi no quedaba comida en aquella habitación llena de libros. No podía vivir a costa de la buena voluntad de Nezumi eternamente. Tenía que conseguir algo, por poco que fuese, para mantenerse.

Sion abrió la puerta y salió. El perro se levanto con lentitud y echó a andar detrás de él. Cuando Sion puso un pie en la calle del mercado, se acercó a él y empezó a seguirle de cerca. Estaba bien entrenado. Era obvio que Inukashi enseñaba bien a sus perros. Sion sonrió avergonzado al haberse sorprendido, otra vez, con algo de lo que pasaba en el Bloque Oeste.

Casi era de noche. Estaba oscureciendo y las voces se escuchaban con más fuerza. Debajo de tiendas rasgadas y delante de barracas, la gente vendía y compraba cosas, comía y bebía. Tan pronto como la calidez de la tarde desapareció en el horizonte, empezó a hacer frío en cuestión de minutos. Seguramente el hotel de Inukashi estaría lleno. Para aquellos que no tenían dónde dormir iba a ser una noche dura. Mujeres enseñando los pechos llamabn  la atención desde la oscuridad de los callejones, mujeres mayores vestidas con harapos se apiñaban en esa misma oscuridad. Los niños corrían entre la multitud, recibiendo algún grito de vez en cuando. Y aun así la gente seguía comprando y vendiendo, comiendo y bebiendo.

No sé lo que me espera mañana. Pero por lo menos he sobrevivido hoy.
Así que voy a comer y a beber. Es lo único que tenemos aquí.
No puedo disfrutar delas cosas que he dicho una vez haya muerto.
Así que voy a disfrutarlas hoy que sigo vivo.
Eso es todo. Todo lo que tenemos aquí. Todo lo que tengo.

Alguien estaba cantando. Sion se paró a escuchar. Apretó con fuerza contra el pecho el pan y la carne que acababa de comprar. Ese clamor lo superaba – ese clamor, esa mezcla de ruidos que parecía salir del mismo suelo –

Estaba conectado a la gente que tenía un gran apego a la vida y a la energía que irradiaban. Aquí, todos se aferraban a la vida. Se aferraban con egoísmo a la supervivencia. Porque nada les garantizaba un mañana, esa gente vivía aún más desesperada. Esta energía, este clamor. Era algo que no existía, que no tenía permitido existir, en No. 6.

¿Qué sentiría Nezumi al andar por esas calles?

“Hermano.”

Una voz débil lo estaba llamando. Se dio la vuelta y vio a un niño vestido con ropa descolorida. Tenía el pelo largo y castaño y la cara sucia. Sion no sabía decir si era un chico una chica.

“Dame un poco de pan,” suplicó el niño débilmente, con una voz que no era más que un susurro. “No he comido nada desde hacer tres días. Por favor, sólo un bocado.”

La cara del niño le recordaba a una pequeña niña con la que jugaba a veces en Lost Town. La niña se llamaba Lili.

“Un bocado…”

Extendió las pequeñas manos hacia él. Casi sin pensarlo, Sion estaba metiendo la mano dentro de la bolsa. Nada más sacar un pedazo sintió un golpe en la espalda. Le habían empujado. Perdió el equilibrio. En cuanto perdió el equilibrio un par de manos pequeñas aprovechó para quitarle la bolsa de las manos. En ese mismo instante le volvieron a empujar y se cayó de rodillas.

“¡Corre!”

El niño gritó con una fuerza que no tenía nada que ver con el tono en el que había susurrado momentos atrás. Varios niños pasaron corriendo por el lado de Sion. El perro saltó adelante sin hacer ruido. Atacó al niño que había robado la bolsa. El grupo empezó a gritar.

El niño cayó al suelo, abrazado al paquete de carne y pan. Unas cuantos pedazos de pan y de carne se salieron de la bolsa y se esparcieron por el suelo. El perro sujetó al niño con las patas y le enseñó los dientes.

“¡Para! ¡Heel!” gritó Sion sin pensarlo. El perro obedeció, cerró la boca y le echó una mirada cargada de reproche a Sion. El niño no perdió la oportunidad. Se levantó de un saltó y echó a correr con la bolsa en la mano. Se movía con la misma agilidad que un animal salvaje. En cuestión de segundos había desaparecido entre la multitud. Los otros niños también habían desaparecido.

“Increíble…”

Sion no pudo evitar murmurar al ver esa artimaña. Tenía que admitir que estaba impresionado. Pero no tardó en darse cuenta de que no era el momento te estar impresionado, y se levantó y empezó a recoger lo que quedaba del pan y de la carne. ¿Qué diría Nezumi después de ver que no quedaba ni un tercio de lo que había comprado? ¿Diría algo? ¿Se encogería de hombros? ¿Se burlaría?

Sion se quitó el abrigo y envolvió la carne y el pan con él. Lo compartiría con Nezumi para cenar. Probablemente aquellos niños harían lo mismo. Lo compartirían entre ellos saliendo a muy poca comida por cabeza. Compasión inocente que no significaba nada. Sabía que Nezumi iba a criticarle con dureza por ello, pero Sion estaba un poco aliviado.

Por lo menos aquella noche esos niños tendrían algo para comer. En su situación no podía salvarlos de pasar hambre. No podía hacer nada. Pero si ese pan y esa carne les llenaba algo el estómago - ¿no significaba algo aquello? Era lo suficientemente aceptable rendirse porque no tenía poder para hacer nada. Era aceptable, pero arrogante. ¿No pensarías eso, Nezumi?

“Hey tú, el de ahí.”

Una mujer lo llamó desde el puesto en el que vendía kebaps. “¿Quieres quitarte de delante de mi tienda? ¡Molestas!”

“Oh, lo siento,” Sion inclinó la cabeza disculpándose, pero la mujer ya se había puesto a atender a un cliente y no le estaba prestando atención. Aquí nadie se preocupaba por los extranjeros. No les interesaba. Ya podían dedicarse a robar, a pedir o a pelearse en medio de la calle, no le importaba a nadie. Esas cosas eran algo normal que pasaba todos los días.

“Venga, vámonos a casa,” Sion llamó al perro y se dio cuenta de que estaba masticando algo.

“No me dirás que-”

El perro se tragó el pedazo de carne y miró a Sion con lo que parecía una sonrisa.

“¿Cuándo has cogido esa carne? Eres más rápido que yo, ¿eh?”

El perro se relamió y empezó a trotar por delante de él. A Sion le parecía gracioso, aunque no sabía por qué.

Llevaba un rato siguiendo al perro cuando se había encontrado con Rikiga. De cara al público, el trabajo de Rikiga consistía en publicar revistas para adultos. Pero a lo que se dedicaba en realidad era a hacer de intermediario a la hora de contratar prostitutas. Y se decía que enter sus clientes había oficiales importantes de No. 6. Según Nezumi, era gracias a eso que Rikiga conseguía tanto dinero.

Pero también era al hombre al que la madre de Sion, Karan, le había dicho que acudiese a pedir ayuda. Según les habiá contado Rikiga, mucho antes de que se hubiesen separado el Bloque Oeste y No. 6 con aquel muro de aleación especial, había estado enamorado de Karan. Pero era un amor unilateral, Karan sólo había mostrado respeto por los artículos periodísticos que Rikiga había escrito en esa época.

“Es un claro ejemplo de un hombre corrupto.” Eso era lo que había dicho Nezumi, pero Sion se había dado cuenta de que le gustaba aquella aura distante y sin miedo del hombre que había amado a su madre. Aún tenía el periodismo en el alma. Eso era lo que sentía Sion.

Rikiga tenía la cara colorada y los ojos aun más rojos que la cara. Tenía pinta de haber estado bebiendo más de la cuenta.

“Rikiga-san, beber tanto es malo para la salud, deberías parar un poco.”

“Eres muy amable, Sion. Es como si la que me estuviese echando la bronca fuese Karan. Me lo estaba diciendo el otro día, “Rikiga, preocúpate por tu salud.’

“¿El otro día? ¿Mi madre?”

“En el sueño que tuve. He estado soñando con ella desde que te conocí. Y todas y cada una de las veces que la veo me echa la bronca. No bebas, ten cuidado, no pierdas de vista el objetivo de tu trabajo-”

Un sonrojo que no era producto del alcohol se instaló en las mejillas de RIkiga. Giró la cara como evitando la mirada de Sion.

“Bueno, un sueño es un sueño. Karan siguió adelante y tuvo un hijo tan admirable como tú. Estoy seguro que ha cambiado desde que era joven – en cuerpo y mente.”

“Ha envejecido,” concedió Sion. “Y ha engordado un poquito. – Pero si volviese a verte, estoy seguro de que te diría las mismas cosas que en tu sueño. Es el tipo de persona que es.”

Rikiga abrió la boca para decir algo, y frunció los labios.

“Bueno, sobre Karan – es – está bien. Si te digo la verdad, recordarlo es un poco doloroso…” su voz se fue apagando antes de cambiar de tema radicalmente. “¿Hoy estás solo?”

“Voy con el perro.”

“¿Ese que me está mirando tan mal? No creo que quieras morderme, chucho. Ahora mismo tengo el cuerpo empapado de alcohol por dentro y por fuera. Muérdeme y acabarás vomitando por intoxicación etílica.”

El perro miró al hombre borracho, movió la nariz con desprecio y frunció el ceño. Sion bajó la vista y se rio para sí mismo.

“¿Qué le pasa?” refunfuñó Rikiga mirando al perro. “Entonces, aparte del perro, ¿no hay nadie más contigo?”

“¿Te refieres a Nezumi?”

“Sí, ese actor tan sarcástico que va de listillo. Tch, creo que no he encontrado a nadie que sea más mal hablado que él.”

“Pero eres fan suyo, ¿verdad?”

“No sabía como era en realidad, eso es todo. Quiero decir, Eve  es fascinante encima de un escenario. Nunca se me hubiese ocurrido que fuese un idiota impertinente. El crío dice lo que le da la gana cuando le da la gana. Es difícil imaginarse que alguien con una cara tan bonita es tan cruel. Increíble, te lo digo yo.”

“Nezumi sólo dice la verdad.”

Sus palabras podían ser bruscas y duras, pero no eran ninguna mentira. Por eso eran como espadas que le atravesaban el pecho a Sion, dejando un dolor que no podía olvidar. Era un dolor que no habría experimentado si no hubiese conocido a Nezumi. Cada vez que una de las incontables punzadas se revolvía en su interior, Sion sentía que algo dentro de él cambiaba poco a poco. Una parte se caía a pedazos mientras que otra nueva se construía; y otra parte nacía. Cada palabra de Nezumi, con el dolor que la acompañaba, guiaba a Sion al cambio, y le empujaba a seguir adelante. Sion podía sentir como la fuerza de otra persona le estaba haciendo cambiar.

“Ya lo sabes, Sion. Si es muy insoportable, puedes quedarte conmigo,” dijo Rikiga mientras andaban. El aliento le apestaba a alcohol.

“¿Insoportable? ¿Qué quieres decir?”

“No, lo entiendo,” dijo Rikiga abruptamente. “No tienes que esconderlo. No puedo imaginar que vivir con Eve no será insoportable. Imagino que tus condiciones de vida estarán muy por debajo de lo normal. ¿Comes suficiente? Creo que de esto hay muy pocas posibilidades, pero si por lo que sea Eve te influencia y te vuelves tan retorcido como él – hm,” refunfuñó para sí mismo. “Sí. No puedo dejar que le pase eso al hijo de Karan. Vente a vivir conmigo. Te daré de comer y  una cama para dormir.”

“No, no pasa nada. Estoy bien.”

“Pero Karan te dijo que vinieses a pedirme ayuda, ¿no?”

“Sí, pero no quiero ser una carga para ti, Rikiga-san,” insistió Sion. “Estoy bien. Me las he apañado hasta ahora y me las seguiré apañando. La verdad es que me gusta estar con Nezumi.”

“No puede ser que te guste vivir con alguien como él. No tienes que hacerte el valiente. Lo estás pasando mal, ¿verdad? Mírate, ni siquiera llevas un suéter. Pobre chico.”

“Ah, no, es que lo estoy usando para envolver la carne y el pan-”

Pero Rikiga no estaba escuchando a Sion. Estaba mirando a su alrededor y asintiendo para sí mismo con ganas.

“Conozco una buena tienda. Vamos.” Cogió a Sion del brazo y entró en una tienda llena de ropa alineada en perchas. Era una tienda de ropa usada, y había cosas colgando hasta del techo. El estado de la ropa iba de muy usado a casi nuevo.

“Buenos días.” Una mujer casi tan grande como la dueña del puesto de kebaps apareció de detrás de la sombra de una montaña de ropa. En cuanto se dio cuenta de que el cliente era Rikiga sonrió enseguida.

“Me alegro de volver a verlo, Sr. Rikiga,” dijo arrastrando las palabras. “Si estás buscando un vestido para alguien, tenemos unos cuantos muy bonitos. Uno de estos le encantaría, seguro.”

“Hoy no estoy buscando ropa de mujer,” contestó Rikiga. “¿Puedes buscar algo que abrigue y que le quede bien a este chico?”

La mujer entrecerró los ojos y miró a Sion de la cabeza a los pies.

“Vaya vaya, que hombrecito mas adorable tenemos aquí,” dijo apreciativamente. “Y ese pelo tan raro. ¿Es lo que se lleva entre la juventud hoy en día?”

Sion se caló más el gorro de lana. Su pelo blanco destacaba hasta en la oscuridad de la tienda. Cuando la avispa se había instalado en él, como precio por sobrevivir o alguna clase de efecto secundario, el pelo de Sion había perdido el color en una sola noche y una cicatriz le marcaba el cuerpo desde el cuelo hasta la pierna. Podía esconder la cicatriz con la ropa, pero no era tan fácil esconder el pelo. El pelo blanco y el rostro joven eran una combinación inusual y atraía miradas fuese a donde fuese. En el Bloque Oeste no era raro que la gente joven se estuviese quedando calva o que tuviesen el pelo gris debido a la mala nutrición. Había muchos niños con las canas que con una buena vida empiezan a salir cuando están entrando en los cuarenta o cincuenta. Pero un pelo tan blanco y brillante como el de Shion era raro.

“Yo diría que es más transparente que blanco. Es mucho más bonito que antes, si te soy sincero.” Hasta Nezumi lo había dicho, mientras le acariciaba el pelo con la punta de los dedos.

“¿Es tu chico? Aunque yo diría que no es muy probable,” remarcó la  mujer con esa sonrisa falsa aún pintada en la cara mientras observaba a Sion. Era como si le estuviese examinando. Era un poco incomodo.

“Rikiga-san, um, de verdad que no necesito nada, ¿podemos-?”

“Tonterías,” interrumpió Rikiga. “Los inviernos son duros. Y tú estás muy flaco como para soportar el frío. Necesitas unas cuantas prendas de calidad para protegerte del frío. ¿Y bien?” le dijo con impaciencia a la dependienta. “¿Vas a sacar ropa o no? Si no vas a sacar nada, me voy a buscarla a otro lado.”

La mujer se puso enseguida en movimiento.

“Claro, claro, ya voy. Acabamos de recibir un envío. Un momento.” La mujer sacó un montón de ropa de detrás de una cortina sucia.

“Aquí tienes. Elige el que más te guste. Son de una calidad excelente.

Sion tenía sus dudas acerca de que la ropa fuese de una calidad excelente, pero sí que era verdad que había mucha variedad. Habían abrigos, abrigos tres cuartos, sueters, chales, y chaquetas de chándal de todas las tallas, materiales y colores.

“Supongo que sólo hay que mirar en el sitio adecuado,” murmuró Sion para sí mismo. Aquí había mucha ropa y fuera había gente vestida con harapos temblando de frío. Incluso en un sitio tan pobre como el Bloque Oeste había una división obvia entre los pobres y los privilegiados.”

“Sion, no tienes que ser modesto. Coge lo que te guste.”

“Pero, Rikiga-san, no hay razón para que seas tan amable conmigo-”

“No te preocupes por eso. Eres el hijo de Karan – y para mí, es como si también fueses mi hijo. Piensa en ello como un regalo de tu padre.”

Sion parpadeó y miró al sonrojado Rikiga. Parecía que todo lo que había bebido había acabado con sus inhibiciones; lo que estaba diciendo seguramente era lo que más se acercaba a lo que sentía en realidad. Quizás rikiga había vivido toda su vida en el Bloque Oeste solo, sin una familia. Y ahora estaba intentando recrear una con el hijo de la mujer la que había amado. Libertad y soledad. Tenía lo que hacía falta para montar un negocio que funcionaba con oficiales de No. 6; pero también tenía la fragilidad de alguien que ha vivido solo toda su vida.

Las personas eran complejas. Tenían fuerza y fragilidad; ying  y yang; luz y sombra; sangrado y pecaminoso. Aquí estaba lo que era un humano de verdad, lo que nunca habría podido situar en todo el vasto conocimiento que había adquirido en No. 6.

Lo que conocía del cuerpo humano – aproximadamente unos 32000 genes; unos 100000 tipos de proteínas diferentes; 300 de millones de secuencias base de ADN; las neuronas; fibras de colágeno; macrófagos; la estructura divida en capas de los músculos; el volumen de la sangre en circulación – no pensaba que eso fuese un desperdicio. No lo pensaba en absoluto. Pero entender a un ser humano estaba en  una dimensión completamente diferente. Era imposible aprender la complejidad o la verdadera forma de un ser vivo basándose en  una información sistemática que podía convertirse en números.

Era algo que Sion había aprendido en los días vividos con Nezumi en esa tierra.

“Bueno, en ese caso, voy a ver qué encuentro.”

“Eso está mejor,” dijo Rikiga con energía. “¿Cuál quieres? ¿Has visto algo que te guste?”

Sion sacó un abrigo oscuro y pesado.

“Me llevo este. Parece calentito.”

“¿Seguro que quieres algo tan apagado? Bien, entonces escoge un suéter que destaque. Eres joven, los colores te sientan mejor.”

“No, de verdad-” protestó Sion. “No necesito tanto.”

“Tonterías. El abrigo solo no te va a proteger del frío.”

“Ah, tiene razón, señor,” añadió la mujer. “Nuestros sueters son muy cálidos, ¿ves? ¿Por qué no te pruebas uno?”

La mujer sacó un suéter de la pila. La montaña de ropa se vino abajo y se desperdigó por el suelo.

“Vaya. Lo siento.”

Rikiga chascó la lengua con molestia.

“¿Qué estás haciendo?” dijo irritado. “Ahora no podemos elegir con todo este lío. Ridículo, ¿eh, Sion?” Hizo una pausa “Sion - ¿qué pasa?”

Aunque Rikiga estaba a su lado hablándole, Sion no escuchaba. Tenía la vista pegada a lo que había aparecido debajo de la ropa desperdigada. En su campo de visión todo había perdido el color y el sonido y aquello era lo único que veía.

Un abrigo tres cuartos gris.

Un color suave, con un toque azul; la calidad saltaba a la vista que era excelente; los botones grandes que tenía en las mangas – lo había visto antes.

“Esto-” Le temblaba la mano cuando cogió el abrigo. Tenía un desgarrón en el hombro qu e habían remendado con hilo negro. También le faltaba un botón que parecía que se lo habían arrancado. Las manos empezaron a temblarle con más fuerza. Quería parar, pero no podía.

“¿Ese te gusta? Pero es un abrigo de mujer. De la mejor calidad, eso sí – pero a lo mejor te queda un poco justo. No creo que te esté. El otro abrigo, el negro, ese-”

“¿De dónde-?”

“¿Perdona?”

“¡¿De dónde lo has sacado?!” Estaba gritando. No tenía intención de intimidar a la mujer, pero ella arqueó las cejas sorprendida y dio un paso atrás.

“Este abrigo - ¿de donde – de donde lo has sacado?”

“¡Sion!”

Rikiga le puso la mano en el hombro a Sion. “¿Qué pasa? ¿Por qué te cabreas tanto? ¿Qué tiene de malo el abrigo?

Sion tragó saliva y apretó el abrigo.

“Es de Safu.”

“¿Safu? ¿Quién es Safu?”

“Mi amiga. Alguien… importante…”

“¿Amiga? ¿Te refieres a cuando vivías en la ciudad?”

“Sí.”

“¿Estás seguro? Tienen que haber muchos abrigos como este.”

Sion apretó los dientes con la esperanza de que eso hiciese que dejasen de temblarle las manos y movió la cabeza de un lado a otro.

No se equivocaba. Era el abrigo de Safu. Se lo había regalado su único pariente, su abuela, y hasta un chico como Sion podía decir que era una prenda elegante que complementaba la cara bien definida de Safu.

“Tu abuela te conoce muy bien, Safu. Siempre elige las cosas que mejor te sientan,” le había dicho.

“Sí, supongo. Es decir, me ha criado. Dime, Sion – si tuvieses que darme un abrigo, ¿qué tipo me darías?”

“¿Qué? Lo siento pero con mi paga no te voy  a poder comprar un abrigo tan bonito como ese en la vida.”

“Preguntaba hipotéticamente. Quiero saber qué elegirías.”

“Hmmm, una pregunta difícil.”

“Bueno, pues piensa. Contestar preguntas difíciles es lo tuyo, ¿no?”

El año pasado habían paseado en invierno manteniendo esa conversación. Los rayos de sol que se colaban entre las ramas desnudas hacían brillar levemente el abrigo de Safu. Esa había sido la primera vez que había pensado que su amiga de la infancia era guapa. El sol invernal, la sonrisa cálida, el abrigo gris. Era el de Safu. Estaba seguro.

¿Por qué – qué está haciendo esto aquí? ¿Por qué, por qué, por qué…?

“¿Por qué?” Insistió Sion con urgencia. ¿De dónde y cómo has conseguido este abrigo? Dímelo, por favor. Ya.”

“Sion, cálmate.” Rikiga se puso delante de Sion impidiéndole ver a la mujer. “¿Por qué ruta ha llegado esto? ¿Viene de No. 6 o…?”

Hacía tiempo que la mujer había dejado de sonreír. Ahora su expresión era una de sospecha.

“Aquí estoy yo siendo amable contigo, Rikiga-san, ¿y qué recibo a cambio? ¿Es asunto tuyo de dónde saco mi mercancía? ¿O intentas encontrar todos los defectos que puedas para poder comprar las cosas a un precio muy bajo? Esto no tiene gracia. Ninguna gracia.”

“¿Y para qué cojones quiero que te rías?” dijo Rikiga con brusquedad. “Puedo asegurarte que el pelo que tengo en la cabeza es más que la intención de hacerte reír. ¿Por qué no contestas? ¿Por qué tienes tanto cuidado? ¿Tan peligroso es de donde te envían la mercancía?”

La mujer abrió la boca y empezó a soltar una retahíla de quejas.

Suficiente. Lo único que tienes que saber es que tengo un negocio decente. Si tienes alguna queja puedes salir por la puerta. ¡Largo!”

Antes de que hubiese podido terminar de hablar Rikiga le había retorcido el brazo por la espalda y la había puesto contra el mostrador.

“¿Qué cojones estás haciendo? ¡Cerdo cabrón!”

“Si no quieres te que rompa el brazo, empieza a hablar,” dijo Rikiga. “¿De dónde has sacado este abrigo?”

“De una planta de desechos de No. 6. Lo he cogido porque estaba flotando en la alcantarilla. Es todo, ¡lo juro!” hizo una mueca de dolor.

“¿Hay una alcantarilla que sale de allí? Nunca había escuchado nada al respecto.”

“Es lo que estoy diciendo, hace mucho tiempo de eso - ¿de verdad es tan importante? Lo han tirado porque era basura. Soy libre de hacer lo que quiera con él. No es asunto de nadie, especialmente tuyo.”

“¡Es mentira!” gritó Sion. “¡Es mentira! Este abrigo era importante para Safu. ¡Nunca se desharía de él!”

“¿Qué es este escándalo?” se abrió la puerta trasera de la tienda y entró un hombre. Era enorme – de más de dos metros de alto. Parecía que pesaba unos cien kilos. Estaba completamente calvo y tenía la cara retorcida de una forma extraña. A pesar de la estación, iba sólo con una camiseta de manga corta. Tatuajes de escorpiones y calaveras le decoraban los anchos brazos.

“Has vuelto justo a tiempo. ¿Puedes echar a estos dos a patadas?” la mujer sonrió con suficiencia mientras Rikiga seguía sujetándola. “Os diré que mi marido tiene mucha fuerza en los brazos. Puede romper un cuello o dos antes del desayuno. Si fuese vosotros, saldría de aquí antes de acabar muertos.”

Rikiga soltó a la mujer y se encogió de hombros despreocupadamente.

“¿Y bien?” dijo la mujer con impaciencia. “¿A qué esperas? Dales una paliza hasta que no se aguanten de pie, venga.”

El hombre permaneció en silencio. Entonces, sin decir una palabra, inclinó la cabeza.

“Cuanto tiempo sin verte, Conk,” dijo Rikiga. “No sabía que te habías casado. Así que ahora eres el marido de la dueña de la tienda de ropa, ¿eh?”

“Nos casamos el mes pasado,” murmuró el hombre.

“Vaya, vaya. Felicidades. ¿Serías tan amable de preguntarle a tu mujer de dónde ha sacado este abrigo? Tiene agallas la chica. Nos está costando sacarle las cosas.”

El hombre que Rikiga había llamado Conk miró fijamente el abrigo que Sion tenía en la mano, y se giró hacia la mujer.

“Dile a Rikiga-san la verdad.”

“¿Qué te pasa? ¿Por qué les haces caso?”

“Rikiga-san se portó muy bien conmigo hace tiempo. Venga. Díselo.”

La mujer frunció el ceño bajo la mirada amenazante de Conk. Con el ceño aún frungido, bufó airadamente y giró la cara.

“Se lo he comprado a un hombre. No se de dónde lo habrá sacado.”

Rikiga chascó la lengua.

“Mentirosa. Siempre sabes de dónde sale tu mercancía.”

“No puedo saber lo que no sé,” dijo la mujer con terquedad. “Es imposible.”

Rikiga preguntó otra cosa mientras sujetaba a Conk, que había dado un paso adelante con el puño cerrado.

“Entonces, dime quién es el hombre,” dijo. “Ya averiguaré yo el resto.”

La mujer no contestó. Rikiga se sacó unos billetes del bolsillo del pecho, se los puso a la mujer en la mano y le cerró los dedos alrededor.

“Estabas hablando para ti misma y se te escapó el nombre. Nosotros lo escuchamos por casualidad. Eso será lo que pasó. No voy a crearte problemas.”

La mujer miró los billetes que tenía en la mano, y con la cara aun girada, murmuró una respuesta.

“La que cuida a los perros. Ese rarito que usa a los perros para llevar su negocio.”

El perro tumbado a los pies de Sion levantó las orejas. Rikiga gruñó levemente.

“Inukashi, ¿eh? Entonces tiene que haber salido del Correccional.”

“¿Del Correccional?” repitió Sion incrédulo.

“Sí,” dijo Rikiga. “Tengo entendido que mete en el mercado negro las pertenencias de los prisioneros.”

A Sion se le había parado el corazón. O por lo menos, eso es lo que le parecía. No podía respirar. Le zumbaban los oídos.

Correccional, prisioneros, Correccional, prisioneros, Correccional…

“Entonces… ¿Safu está en el Correccional?”

“Lo más seguro,” contestó Rikiga con pesadez. “Y creo que tampoco la han invitado cordialmente. Lo más seguro es que la hayan detenido – como a cualquier prisionero.”

Sion salió corriendo de la tienda con el abrigo gris en las manos.

Tenía que ver a Inukashi. Tenía que saber si eso era verdad.

“¡Sion!”

A su espalda, el grito de Rikiga se perdió en el viento.



El hombre andaba raro, llevaba haciéndolo desde hacía un tiempo. Se tropezaba como si estuviese borracho.

Un Juse de doce años inclinó la cabeza asombrado mientras de bajaba de la bici. A su izquierda podía ver el edificio en el que vivía su familia. Estaba en la esquina de un parque, uno de mucho de los que había en las áreas residenciales. Aunque no era tan grande como el Parque Forestal, era un sitio muy tranquilo y con mucho verde. Juse empujo la bici mientras andaba – una bici de montaña que le había regalado su padre por su duodécimo cumpleaños – y siguió al hombre con la mirada. No podía evitar preocuparse; no podía dejar al hombre ahí. Su madre siempre se quejaba de ese hábito suyo. ‘No te metas en los asuntos de los demás,’ le decía. ‘Metes las narices en todo, Juse. Me pregunto si lo habrás sacado de tu abuelo.’ Pero si lo había sacado de su abuelo, eso sería lo mejor que le podría haber pasado a Juse. Siempre había pensado así.

Juse adoraba a su abuelo. Cuando Juse aún era pequeño, su abuelo, que había sido marinero, se lo subía al regazo y le contaba historias. Le hablaba del mar, el cual Juse no había visto nunca; de las ballenas blancas que eran tan grandes como montañas; de tierras que estaban cubiertas de hielo y nieve todo el año; de una masa enorme de miles de mariposas que cruzaban el cielo; gigantes que vivían encima de las nubes; criaturas misteriosas que vivían en la profundidad del mar; magia; guerras de los dioses antiguos – su madre lo odiaba, pero hubo una época en la vida de Juse que dependía de las historias que su abuelo le contaba.

Creció y no mucho endespués de empezar a ir a un colegio seleccionado por el Departamento de Educación, su profesor le echó la bronca por tener esas fantasías metidas en la cabeza. Le habían dicho que tenía que preocuparse por su futuro. Su madre se echó a llorar y su padre se tambaleó por el golpe. Metieron a Juse en el Programa Especial y le dieron una formación especial durante un año. Se habían desecho de todos los libros que había cogido de la estantería de su abuelo. Y unos meses después, se llevaron a su abuelo. Lo habían llevado a Twilight Cottage. Juse siempre había escuchado que era lo mejor que le podía pasar a una persona mayor, pero se había pasado muchas noches llorando por la soledad que le provocaba el no poder ver a su abuelo. Y las noches que lloraba hasta dormirse, soñaba con las historias que le contaba su abuelo.

Un año más tarde, Juse ya no hablaba de ballenas blancas gigantes ni de hadas de alas transparentes. Los adultos suspiraban aliviados. Pero en la profundidad del alma del niño esas historias permanecían vivas. Nunca se desharía de ellas. Quizás era por eso por lo que seguía preocupándose por los demás. No podía evitar preguntarse ¿qué hace esta persona? ¿Qué siente ahora mismo? Pero también había aprendido a guardarse esos pensamientos para él.

“¡Eh-!” gritó levemente. El hombre se había caído redondo delante de un árbol. Gimió de dolor. Juse dejó la bicicleta y corrió al lado del hombre. Creyó haber visto volar algo negro alejándose del hombre, que estaba boca abajo. Juse no tenía tiempo para comprobarlo. El hombre había empezado a convulsionarse, pero no tardo mucho en quedarse quieto.

“Um – señor-”

Juse le llamó titubeando. Miró al hombre a la cara. Al siguiente instante, Juse estaba gritando.




 


3 comentarios: