jueves, 13 de septiembre de 2012

No. 6 Vol 5 Capítulo 3

Antes de nada, dar las gracias a Dokhi por el menú desplegable y a Naomie Neko por la imagen de la cabecera.

Y ahora...

¡Al turrón!




Capítulo 3
Aquellos que florecerán

Entonces debería hablar de los dos Espíritus existenciales del principio, de los cuales el Sagrado le dijo al Malvado: nuestras elecciones, palabras y actos, incluso nuestras almas, nunca estarán de acuerdo.


El bebé empezó a llorar. Tumbado sobre una manta llena de agujeros y sucia, se movía y gritaba con una voz lo suficientemente fuerte como para hacer eco.

Tch, ya vale.

Inukashi chascó la lengua, y volvió a meter las monedas que estaba contando en la bolsa. Eran sus ganancias del día, y era una suma considerable.

Había pasado una noche desde la Caza, y el Bloque Oeste seguía sumido en la angustia y la confusión. Nadie sabía cuántos habían muerto, a cuántos habían secuestrado y cuántos habían escapado. Y tampoco tenían los medios ni la energía para averiguarlo.

Aquella mañana Inukashi había ido con un perro al mercado. O mejor dicho, lo que había sido el mercado – el trozo de tierra en el que había estado hasta ayer.

La mayoría de los edificios – aunque no estaba muy claro si aquellos barracones merecían ese nombre – habían sido reducidos a escombros. Aquella Caza había sido más grande y brutal que las anteriores. No, eso ni se le acercaba. Aunque ya habían destruido casas anteriormente, e incluso arrasado la zona con el fin de capturar gente, nunca se habían ensañado tanto. Si Inukashi pudiese ver las cosas con un ojo de pájaro, seguramente habría visto algo raro – un cráter en medio del mercado, con un anillo de escombros alrededor.

El mercado estaba formado por unos barracones, siempre llenos de ruido, y de una naturaleza cuestionable con prostitutas, carteristas, niños hambrientos, mendigos, cucarachas y ratas por todas partes. Pero en cuestión de unos minutos había desaparecido por completo.

Es increíble.

Inukashi se paró encima de las ruinas y suspiró. No era un suspiro de desesperación. Ya no era tan inocente como para angustiarse por una catástrofe así. Más bien, estaba anonadado.

Hasta a esto van a llegar.

La gente del Bloque Oeste no eran enemigos. No se habían rebelado. Se habían limitado a reunirse ahí, sin armas ni poder. ¿Por qué tenían que aplastarlos así?

Mas que ira o angustia, lo que sentía era incredulidad.

Aquel poder destructivo, aquella crueldad. Le impresionaba.

Se inclinó para coger una piedra del escombro que tenía a sus pies. Aunque estaba muy resquebrajada, no tenía quemaduras. Así que No. 6 no había usado armas de fuego aquella vez. Normalmente usaban armas antiguas de gran calibre como cañones u obús; otras veces, se limitaban a quemarlo todo con lanzallamas.

Inukashi frunció la nariz. Ni siquiera con su sentido del olfato podía oler aquel olor a humo tan particular que dejaban las armas de fuego. Lo único que percibía era el hedor de los cadáveres. Un arma inodora. No dejaría nada tras el halo de su destrucción.

¿Ondas expansivas  sonoras?

Intentó decirlo en voz alta. Recordaba haber escuchado decir algo a Nezumi al respecto. Habían estado hablando sobre las ballenas. No se acordaba de cómo habían terminado hablando de eso. Inukashi nunca había visto o tocado una ballena antes. Ni siquiera sabía cómo era el océano. El mundo que Inukashi conocía se limitaba al hotel en ruinas y sus alrededores. Desde que podía acordarse había vivido allí. Nunca había pensado en salir del Bloque Oeste. Estaba satisfecho con su pedacito de mundo, las ruinas, sus perros y el mercado en el centro. No tenía intención de ir a ninguna parte. Pero Nezumi era un trotamundos. Era el tipo que aparecía y desaparecía porque sí. Nunca se asentaría en un sitio. Inukashi no confiaba en los trotamundos y, a ser posible, no quería tener nada que ver con ellos. Pero le atraían las historias que contaba. Eran historias de mundos que no había visto, y seguramente nunca lo haría. El océano era uno de ellos. Una masa enorme azul de agua salada y los animales enormes que vivían dentro – a Inukashi se le aceleraba el pulso sólo de escuchar hablar de ellos. Aunque no tenía intención de ir a ninguna parte, su corazón se sentía atraído al mundo desconocido del que hablaba Nezumi. Seguramente sería por lo bien que contaba las historias y la voz tan preciosa que tenía – aunque “preciosa” estaba lejos de ser una descripción adecuada, “preciosa” era la única palabra que le venía a la mente. Y para satisfacer el deseo de escuchar su voz y sus canciones, la gente del Bloque Oeste  juntaba los pocos ahorros que tenía e iban al destartalado teatro.

Todos caen en su trampa con mucha facilidad. Pero yo no soy así. Sí, escuchaba todas sus historias como estando en trance, pero no pudo engañarme. Me daba cuenta. Tenía lo que hacía falta para ello.

Inukashi sacó pecho, aunque en aquellas ruinas no había nadie ante quien presumir.

Pero no se le había escapado.

Inukashi se había percatado del sutil cambio en el tono de voz de Nezumi mientras contaba la historia sobre las ballenas. Se había vuelto monótona, perdiendo toda la suavidad que acariciaba normalmente a los oyentes como si fuese una pluma. Justo cuando Inukashi le había quitado una pulga a uno de sus perros y se la había llevado a la boca.

“¿Ondas expansivas sonoras?” Inukashi repitió tras lamerse los dedos. “¿Qué es eso?”

“Un rayo de sonido. Convierte las ondas de sonido en ondas expansivas para entumecer a la presa y capturarla.”

“¿Esos… cacharrotes o como se llamen?”

“Cachalotes.”

“Hah,” soltó Inkuashi. “Cazar comida con ondas sonoras, ¿eh? Impresionante. Si tuviese delante a un cachalote le pediría un autógrafo.”

“Los humanos también pueden hacerlo.”

“¿Eh?”

“Digo que los humanos también pueden usarlas.”

“¿Esas ondas expanloquesea?”

“Sí.”

“¿Para conseguir comida?”

“Para causar destrucción.”

¿Destruir con ondas sonoras expansivas? Inukashi no lo entendía. Pero claro, tampoco entendía la mayoría de las cosas que decía Nezumi. Y tampoco quería entenderlas. Pero también era verdad que la mayoría de esas cosas que no entendía dejaron marca en su memoria.

Para destruir.

“¿Estaba…?”

Inukashi apretó el escombro que tenía en la mano.

¿Estaba prediciendo que esto iba a ocurrir? ¿Sabía que esta destrucción, esta catástrofe se estaba acercando?

El viento soplaba. Como burlándose de lo que había pasado, el sol brillaba y se podía apreciar un hermoso cielo azul. Que color más seductor. Le escocía en los ojos.

Inukashi tomó aire. Su cuerpo temblaba de la emoción de seguir vivo en aquel momento, de estar respirando. Muchos habían muerto. Nezumi y Sion estaban desaparecidos. O estaban enterrados bajo los escombros, o su plan de infiltrarse en el Correccional había tenido éxito – fuese lo que fuese, no volverían a verse. Estaba seguro de ello.

Todos están muertos. Todos han desaparecido. Pero yo sigo aquí, he sobrevivido. Se lamió el labio inferior. Estaba sonriendo, aunque a nadie en particular.

Estoy vivo.

La sensación de triunfo que le recorrió le hizo tener ganas de gritar; le sacudió con una fuerza aún mayor. ¿Pérdida? ¿Apatía? No tenía tiempo para esos sentimientos. Los que viven son los ganadores. He sobrevivido. Yo gano. ¿No es así, Nezumi?

Un perro ladró. Escarbó entre los escombros con las patas delanteras, les dio un golpecito con la nariz y volvió a escarbar.

“¿Has encontrado algo?”

El perro, que tenía el pelo gris y las orejas caídas, ladró con orgullo y trotó hacia Inukashi para dejarle en la mano lo que llevaba en la boca. Era una moneda de plata.

“Buen chico.” Le acarició la cabeza al perro. “Cava un poco más. Tenemos que encontrar más dinero.”

La cola del perro se movía de un lado a otro con fuerza al haber recibido una alabanza de su dueño.

“Escucha. La carnicería estaba aquí. Cava, y seguro que encuentras carne. Será tu cena. Carne y dinero. Encuentra las dos cosas.”

Aquella vez, el ladrido lo dio un perro blanco y pequeño- En la boca llevaba una bolsita de tela.

“¡Genial!”

No había monedas de oro, pero había varias de plata y mucho cambio. A Inukashi le dieron ganas de ponerse a saltar. Sinceramente, no había pensado que iba a encontrar un botín tan grande con tanta facilidad.

Es mi día de suerte. Nunca había tenido tanta suerte.

Animó a sus perros a cavar más, a encontrar más.

Había escuchado que el carnicero tenía una gran suma de dinero guardada. Acababa de confirmar que dicho carnicero estaba muerto bajo los escombros. Un brazo peludo que conocía bien asomaba de una de las paredes. Era el mismo brazo que usaba para tirar ramas y piedras a los críos y a los mendigos. El mismo Inukashi había estado a punto de recibir un puñetazo de ese mismo brazo. El hombre llevaba unos gruesos anillos de oro en el índice y en el pulgar, anillos que brillaban cada vez que levantaba el brazo para asestar un golpe. Inukashi tuvo suerte con el anillo del índice. No tuvo tanta suerte con el del pulgar, que estaba completamente destrozado.

Era un cerdo egoísta y apestoso. Pero mala suerte. Una vez que eres un fiambre no puedes gastarte el dinero ni guardarlo.

En acabar con la carnicería, Inukashi tenía pensado cavar en la tienda de ropa que había al lado. Si lo hacía bien, podría tener suerte y conseguir un par de prendas que aún podían usarse. Quería una chaqueta de las gruesas, pero se conformaba con una camisa o una capa. Después de aquello iba el puesto de comida. Le vendría muy bien encontrar la olla grande en la que calentaban las sobras.

Inukashi sintió una presencia. Echó un vistazo alrededor y chascó la lengua. Había aparecido un grupo de gente de la nada, y habían empezado a escarbar en los escombros. Uno de ellos desenterró algo y gritó, igual que había hecho Inukashi momentos antes. Un grupo de críos sucios se estaban peleando por un trozo de tela, presumiblemente una manta. De momento en el Bloque Oeste seguramente se apreciarían más objetos que dinero. El dinero era inútil en un lugar destruido como aquel. Pero en un mes aquel sitio volvería a ser un mercado, igual que antes. Tendría las mismas tiendas  que antes, la gente iría y vendría y el sitio se llenaría de gritos, risas y todo tipo de olores. Las prostitutas se pondrían en los callejones oscuros, y los mendigos irían de aquí para allá. El oro y la plata hablarían, y lo harían en voz alta.

Más y más gente se dirigía a los escombros. Parecían brotar de los mismos edificios en ruinas. Si Inukashi seguía perdiendo el tiempo, se llevarían todos los objetos de valor. Tenía numerosos competidores.

Que jodienda.

Inukashi volvió a chascar la lengua antes de reírse en silencio. Levantó la cara y echó un vistazo al leve resplandor que emitían las paredes de la muralla de No. 6, aquellas paredes de aleación especial.

No. 6, esto es quienes somos. No importa las veces que nos aplastes, volveremos a levantarnos. Nunca nos destruiréis. Nos arrastraremos por el suelo, echaremos raíces y viviremos. Somos más duros de lo que crees.

Entrecerró los ojos.  La aleación especial de las paredes brillo a la luz proveniente del cielo. Inukashi siempre había apartado la vista de esa luz. Era demasiado cegadora. Pero hoy no. La pared tenía un aspecto tan barato y endeble como los anillos del carnicero.

“Quizás eres la frágil.” Se sorprendió a sí mismo. Echó un vistazo alrededor, preguntándose si lo había dicho otra persona, pero no había nadie tan cerca como para escucharlo alrededor más que sus perros. Inukashi era el único que hablaba el lenguaje humano.

Se llevó una mano a la boca y frunció el ceño.

Supuestamente, no tenía que estar pensando en No. 6. Supuestamente, no tendría nada que ver con ella. La Ciudad Sagrada siempre había reinado sobre ellos. Era un tirano. Poseía una fuerza absoluta, y aplastaba al Bloque Oeste bajo sus pies. Pero por otra parte, también era verdad que salía gente y mercancía de contrabando. También era verdad que Inukashi había obtenido gran parte de sus beneficios así.

Se pegaría a No. 6 como una pulga y viviría de ella. Después de todo, para No. 6 su existencia no era más que la de una pulga – aunque lo más seguro es que los ciudadanos no hubiesen visto una pulga en su vida.

Eso era lo que siempre había pensado.

La Ciudad Sagrada reina; y nosotros no somos más que insectos.

Pensar así no le hacía daño. Hacía tiempo que se había desecho del orgullo o la vergüenza. Una vez se había desecho de las cosas inútiles y se había dicho a sí mismo que así eran las cosas, podía vivir en cualquier parte.

Aquella era la filosofía que había seguido Inukashi toda su vida. Había vivido de acuerdo a ella, con sus perros, y no le había ido del todo mal.

Pero se notaba raro últimamente. El eje de su filosofía estaba empezando a temblar. La muralla de No. 6, que se suponía que era absoluta, a veces parecía un juguete cutre. Ahí estaba él murmurando cosas como ‘quizás eres la frágil’. Algo no iba bien. Era muy raro.

Pensó que quizás – y si – pero negó con la cabeza.

Era una historia absurda. Sí, absurda. Las cosas eran como eran. Siempre y cuando no le importase que le aplastasen y pudiese chupar un poco de sangre en el proceso, no pasaba nada. Era mejor no pensar en sí podía cebarse con el punto débil del otro.

Inukashi se lo repitió a sí mismo, y volvió a hacer una mueca. Su mente iba a mil por hora, insistiéndole para que se pusiese a desenterrar cosas en lugar de dejar todo el trabajo a los perros, pero sus manos no se movían.

Con las manos colgando, Inukashi frunció el ceño y dirigió la mirada a las paredes de la ciudad.

La Ciudad Sagrada reina.

Y nosotros no somos más que insectos.

Pero ya era tarde, ya había pensado en ello: podría asestar un golpe a los principios de aquella relación. Podría atravesar aquellas paredes artificiales y exponer a No. 6. Era su culpa. Esos dos – Sion  y Nezumi – me han metido ideas raras en la cabeza.

El rostro de Sion apareció en su memoria. Fue tan de repente, que Inukashi se inclinó y se tambaleó, casi tocando el suelo que tenía detrás con las manos.

Sion. El chico que Nezumi había traído con él. Era un ciudadano de No. 6, un idiota sin remedio y – aunque difícil de creer – un criminal de primera clase.

Era simplemente increíble. Hablando de pulgas, ¿sería capaz de matar alguna? Y ese pelo. A pesar de ser joven, tenía el pelo completamente blanco. Era muy raro. Bueno, puede que el pelo no fuese tan malo. Era muy brillante y no era el tipo de pelo que podías ver en cualquier parte. Si Inukashi conseguía arrancarle el cuero cabelludo, lo mismo podría venderlo por un buen precio – pero daba igual, su apariencia no era lo único rarito que tenía; de hecho, él era mas raro que su apariencia.

“Sí.” Se acordó de la respuesta de Sion. ¿Somos iguales que las personas de No. 6? Había preguntado Inukashi. La respuesta de Sion había sido clara.

“Sí.”

Inukashi se había reído de él, pero en cuanto había escuchado esas palabras, su corazón había latido con fuerza.

Iguales. Entonces, ¿las personas que viven a este lado de la muralla y las que viven al otro son iguales?

Sí.

Inukashi podía asegurar con total facilidad que Sion no estaba diciendo eso sólo por decir; creía en ello. Según Sion, no importaba donde vivía uno, el color de la piel, todos entraban en la categoría de “humano”. Era lo más raro que había escuchado en su vida. Debería haberle preguntado dónde había aprendido eso.

Y Nezumi. Nezumi tampoco era una persona normal. Era misterios, mucho más peligroso que Sion. Tenía planes de, un día, destruir por completo No. 6. Prefería morir antes que admitirlo, pero Nezumi le aterrorizaba. Lo había hecho desde la primera vez que le vio. Esos ojos grises, esa voz que roba almas, su manejo del cuchillo: no eran normal. Era imposible tener una imagen general de él. No sabía por donde empezar. Por alguna razón, era aterrorizante. Pero lo raro era que Nezumi tenía miedo de Sion. Inukashi no estaba completamente seguro, pero podía sentirlo. Inukashi confiaba en sus instintos.

Nezumi tenía miedo de Sion. La razón era algo que no entendía, pero no se equivocaba. Los dos eran bichos raros. Pero – pero he dejado que me metan ideas en la cabeza. He creído en ellos – en que algún día podríamos hacer caer esas paredes.

Un perro ladró. Parecía que había encontrado algo de carne. Estaba babeando. Miró a Inukashi, como si le estuviese preguntando.

“Comed.” Inukashi  levantó la barbilla. Los tres perros se abalanzaron sobre el pedazo de carne. Un niño que estaba en los huesos estaba mirándolos fijamente. Inukashi esnifó con desdén lo suficientemente algo para que el chico le escuchara.

Mala suerte, chaval. Aquí tienes que buscarte la vida. Nadie va a auidarte.

El chico se fue. Los perros clavaron los dientes en la carne. El cielo era azul y no había ni una sola nube.

Sion, Nezumi.

Miró al cielo.

¿Os habéis ido de verdad? ¿No nos vamos a volver a ver? ¿De verdad os habéis marchado? ¿Soy el único que queda?

La sensación de victoria que había experimentado momentos antes no mostró señal de volver a crecer.

¿Cómo se supone que voy a enfrentarme a esa pared desde este lado, si no estáis?

Awoo.

Un perro se quejó. No era ninguno de los que había traído con él. Inukashi podía diferenciar a los perros por su forma de ladrar.

Aquella voz era –

Inukashi se bajó de los escombros con un salto y silbó. Un perro largo y oscuro salió de las sombras de lo que quedaba de la carnicería. Se lanzó sobre Inukashi.

“Estás vivo, ¿eh?”

Si la Caza estaba cerca, pasear por el mercado sería peligroso. Pero si se quedaba metido en las ruinas no podría hacer negocios. Así que Inukashi le había ordenado a ese perro pasearse por el bazar. Como no había vuelto a casa aquella noche, se había rendido, asumiendo que el perro había muerto en la Caza. Inukashi no esperaba que siguiese vivo.

“Buen trabajo, has sobrevivido. Pero, ¿por qué no has vuelto directamente a casa? ¿Eh? ¿Estás herido o algo?”

Inukashi pasó las manos con rapidez por el cuerpo del perro. No había sangre. No parecía que le doliese nada. Estaba sucio, pero no herido.

“Bueno, entonces, ¿qué estabas haciendo?” dijo con firmeza. “Si estabas vivo, deberías haber vuelto-” se paró a mitad de frase. Podía escuchar un llanto. No era el perro. ¿Era – humano? Parecía un bebé. El perro agarró la manga de Inukashi con los dientes y estiró.

“¿Qué?”

El perro le estaba diciendo que lo siguiese. Inukashi tenía un mal presentimiento. Nunca le daban buena espina las cosas, y si lo hacían la mayoría de veces se equivocaba, siempre tenía malos presentimientos. Y siempre solía acertar.

Venga ya, no me digas que…

El perro guio a su dueño entre las ruinas de la carnicería y la tienda de ropa. Se giró y movió las orejas con orgullo. Inukashi se quedó quieto, mirando la cosa que estaba tumbada en una grieta entre la pared y el suelo. Echó un vistazo, parpadeó y observó el espacio entre el suelo y la pared.

Era un bebé. Podía mirarlo como quisiera, era un bebé. Envuelto en algo oscuro, llorando. Era una voz fuerte, con energía, casi incompatible con aquel sitio.

“¿Has estado con el crío toda la noche? ¿Dándole calor para que no se congelase?”

Pues claro, parecía decir la cola del perro al moverse de un lado para el otro.

“Idiota,” le espetó Inukashi. “¿Qué vas a hacer? ¿Adoptar a un bebé humano? ¿De qué vale, si no puedes venderlo ni comértelo? ¿En qué estabas pensando?”

Aunque seguramente no fuese por los gritos de Inukashi, el bebé empezó a llorar con más fuerza. Con tanta fuerza que hizo que Inukashi se preguntase si la pared se vendría abajo por el ruido. Le dio la espalda rápidamente.

Nunca salía nada bueno de mezclarse con bebés. Los cerdos y las cabras daban carne, y leche también. No se perdía nada por encargarse de ellos. Pero los bebés no eran más que una carga inútil. Pero claro, también estaba la posibilidad de venderlo cuando llegase a cierta edad. En el Bloque Oeste había comerciantes que compraban y vendían niños.

Pero no gracias a mí.

Inukashi no era alguien que rechazase algo con lo que podía ganar dinero. Se ensuciaba las manos con casi cualquiera cosa. Aquel sitio no era uno en el que se pudiese vivir con ideologías bonitas. Sí. Hacía cualquier cosa para sobrevivir, y seguiría haciéndolo. Pero traficar con niños era algo que no quería hacer. Los únicos que hacían ese trabajo eran los que ya no podían caer más bajo. Inukashi no era alguien preocupado por la moral. Pero no quería caer tan bajo. Pero eso no quería decir que fuese a salvar al bebé que lloraba a sus espaldas. Le gustaba pensar que no era dado a la amabilidad que le haría extender una mano compasiva, especialmente sabiendo que no sería más que una carga.

Si dejaba al niño allí, sin lugar a dudas acabaría muerto. Las nubes empezaban a cubrir el cielo. Quizás nevaría por la tarde. El suelo se congelaría al llegar la noche y acabaría fácilmente con la vida de aquel bulto indefenso.

Pero, ¿qué tenía que ver eso con él? Si el bebé iba a morir, mejor que fuese más pronto que tarde. Que pudiese abandonar el mundo sin saber lo que era el sufrimiento quizás era una forma de felicidad. Por lo menos le haría una tumba. No haría falta un hoyo muy grande para meterlo. Sería mucho más fácil que enterrar a un perro.

¡Woof!

El perro ladró  y se lanzó contra Inukashi, casi tirándole.

“¡Hey, para! Ya vale de hacer el idiota,” le gritó Inukashi. Sus ojos se encontraron. De entre los perros que vivían en las ruinas, este era particularmente listo. También era descendiente de la perra que había criado a Inukashi.

Tiene los mismos ojos que mi madre.
Ojos tranquilos e inteligentes.
Si los humanos tuviesen unos ojos como los de mi madre…

De vez en cuando, Inukashi pensaba en cosas así.

Si las personas tuviesen los mismos ojos que mi madre, quizás el mundo sería un lugar mejor.

El perro estaba sacando al bebe de debajo de la pared. Pisaba el suelo con suavidad.

“Pero… qué…” Inukashi tragó. Había reconocido la prenda en la que estaba envuelto el bebé. Cogió al bebé y se dio la cuenta de que era un abrigo. Uno de segunda mano, pero de buena calidad.

“Sion…” Era el abrigo de Sion. Era el abrigo que le había comprado Rikiga y le había obligado a aceptarlo. “¿Por qué Sion ha…?”

El perro se tumbo a sus pies. Inukashi se acordó de que ese perro quería a Sion. Sion también quería al perro, y le cepillaba el pelo casi a diario. Los dos eran muy listos; quizás sus mentes se parecían.

“¿El bebé te lo ha dejado Sion?”

Un único ladrido – woof ­–  una afirmación.

“T-tiene que ser una broma,” dijo con nerviosismo Inukashi. “¿Por qué me tengo que quedar con un bebé? No pienso hacerme cargo de él. Tch, tiene que ser una broma.”

El bebé se retorció en sus brazos. Ya no estaba llorando. Dos ojos llenos de lágrimas estaban fijos en Inukashi. Eran negros, con un tono morado. Dependiendo de como les diese la luz, el morado se veía más. Quizás eran las  lágrimas: aquellos ojos le recordaban a la superficie de un lago por la noche, rebosante de agua quieta. Pensó que se parecían mucho a los ojos de Sion. Eran similares. Quizás iguales.

“Hey, no serás hijo de Sion, ¿verdad? Lo más seguro es que ni sepa como se tienen hijos.” Inukashi se encontró a sí mismo hablándole. El bebé sonrió. Todavía mirando a Inukashi, empezó a reírse. Inukashi sintió como si algo tirase de su pecho. Creía que iba a llorar.

¿Qué narices…?

A Inukashi le faltaba poco para llorar. No sabía qué hacer.

Una sombra tapó el sol. Las nubes se acercaban. El viento soplaba alrededor de su cuerpo. Notó algo frío en la base del cuello. Inukashi se dio cuenta de que había estado sudando.

Me voy a casa.

Inukashi clavó los talones con fuerza en el suelo. La grava que tenía bajo los pies crujió.

Me voy a casa. Uh - ¿Qué hago ahora…? Sí, voy a dejar al bebé en su sitio y a despedirme. Y entonces, y entonces… tengo que darme prisa en volver a las ruinas… oh, antes de eso, tengo que sacar lo que pueda de la tienda de ropa…

Echó un vistazo a su alrededor y le faltó poco para gritar. Había tres veces más gente de la que había antes buscando entre los escombros, escarbando con las manos desnudas. No les importaba que les sangrasen las manos o arrancarse las uñas. En aquella estación, la ropa de abrigo estaba a la par que la comida en cuanto a necesidad. No iban a romperse como si fuesen platos o a aplastarse como si fuesen fruta; si sacaban ropa, la lavaban y la remendaban, podían revenderlas.

Empiezo tarde.

Inukashi chascó la lengua. Aunque se uniese a la gente ahora, lo más seguro es que no pudiese encontrar nada. ¿Podría usar a los perros para echarles? La idea se le pasó a Inukashi por la cabeza, pero la desechó enseguida. Era muy peligroso. La gente del Bloque Oeste siempre estaba al límite, aferrándose a la vida, pero hoy estaban aún más desesperados. No. 6, junto al mercado, también había arrasado la poca moral y el poco orden que se habían asentado en aquel sitio.

SI Inukashi mandaba a los perros, la gente se iría por el momento. Pero, ¿qué pasaría después? Le cogerían en alguna parte y le lincharían. La gente no perdonaba a los que, en medio de la confusión y la destrucción, intentaban monopolizar los recursos. SI lo permitiesen, se quedarían sin nada. No iban a tolerar a nadie que pusiese en peligro sus vidas. Este tipo de gente era intolerable.

Inukashi sabía de sobra lo violento que podía ponerse uno al verse acorralado. No era diferente a un lobo hambriento. Pero Inukashi también sabía que una vez hubiese pasado la confusión, volvería el orden, aunque fuese a un nivel mínimo. El orden existía en una manada de lobos.

Pero dejando eso de lado, ya había terminado de trabajar hoy. Tendría que conformarse con lo que había conseguido sacar de la carnicería. Era del género idiota arriesgarse a una paliza por un provecho inmediato.

Saber cuando parar también era algo muy útil a la hora de sobrevivir allí.

“A-bah,” balbuceó el bebé, extendiendo las manos hacia él. Le tocó la cara con aquellas manos suaves. Quizás quería leche; el bebé apretó los labios y empezó a succionar. Se le había criado bien y no estaba en los huesos. Algo muy raro en un bebé en el Bloque Oeste.

Emanaba calidez del peso que tenía entre los brazos.

Inukashi suspiró y le miró. Le había cogido en brazos. Le había mirado a los ojos. Había sentido su calidez. Ya no había vuelta atrás.

Tch.

Quería echar la cabeza hacia atrás y gritarle al cielo.

¿Qué voy a hacer con otra carga? ¿Qué narices voy a hacer?

Las nubes empezaron a cubrir el cielo. El viento se volvió más frío.

¿Qué voy a hacer, Sion?

El perro a sus pies movió la cola con energía, como animándole.


Inukashi no tenía experiencia a la hora de criar bebés. Aunque había criado a multitud de cachorros. Se dijo a sí mismo que se las apañaría.

Las personas y los perros no eran tan diferentes.

Sabía por experiencia propia que era verdad. La única diferencia era que uno tenía cuatro patas y cola y el otro no.

He decidido hacerlo. Voy a criarlo.

Lo cogió en brazos y lo llevó a casa – ya no podía abandonarlo. Lo criaría a su manera. Si tenía suerte, crecería. Si no… bueno, tampoco tenía que preocuparse mucho. Moriría y ya está.

Dos de sus perros habían dado a luz fuera de época. Nacimientos en la estación equivocada a menudo significaba que nacían muertos. Cada perra tenía cuatro cachorros, y media camada de cada una había nacido muerta.

“Bueno, aguanta, pequeñín. Que vivas o no depende de la suerte que tengas. Si no tienes suerte, no me culpes. Dale las gracias a Dios – no, dáselas a Sion. ¿Entendido?”

Tumbó al perro junto a una de las perras con el pelo negro para que se acurrucase junto a su estómago. La madre, que había perdido a sus cachorros hacía poco, suspiró y se tumbó en el suelo. El bebé miraba a Inukashi con los ojos completamente abiertos.

Eran ojos como la superficie de un lago por la noche. No reflejaban nada, pero parecía que iban a absorberlo todo. Inukashi apartó la mirada, y se alejó. Tenía que contar lo que había conseguido hoy. No tardó mucho en abstraerse con las monedas de plata que tenía en la mesa.

Era más de lo que esperaba. Todavía se arrepentía de no haber conseguido algo de ropa o una olla, pero no podía quejarse de los beneficios.

Una, dos, tres… ese carnicero chocho, anda que no tenía que ser tacaño con todo lo que tiene ahorrado. No te preocupes, yo me encargo de todo. No tienes de qué preocuparte en el más allá.

No podía evitar al tener las monedas de plata, que brillaban levemente, entre los dedos. Me hubiese gustado que ese bebé hubiese venido con una bolsa de monedas bajo el brazo.

Pero – pensó, mientras apretaba la moneda. Me he hecho un blando.

Estaba suspirando otra vez. Suspiró y se sumió en sus pensamientos. ¿Por qué? ¿Por qué lo he traído?

Inukashi recogió el abrigo que estaba tirado en el suelo. Era el abrigo de Sion. El perro le había contado la historia por encima. Sion había envuelto al bebé con su abrigo y lo había dejado al cuidado del perro. O, más bien, al cuidado de Inukashi.

Inukashi, por favor, encárgate de él.

Incluso antes de escucharlo del perro, en cuanto el bebé le había mirado, había escuchado la voz de Sion en su cabeza.

Inukashi, por favor, encárgate de él.

Casi podía ver la silueta del chico del pelo blanco en medio de la Caza, en medio del caos en el mercado, escondiendo al bebé bajo los escombros. Por eso Inukashi no había podido resistirse. No podía abandonar lo que Sion le había dejado estando él mismo entre la vida y la muerte. Si Inukashi dejaba morir al bebé, entonces Sion…

Sion probablemente no me culparía, pensó. Sólo se entristecería. El morado de sus ojos se oscurecería y una gran tristeza inundaría su rostro. Verle así le dolía a Inukashi. No quiero… que pase eso.

Tomó aire. Se le cayó una moneda de plata de la mano a la mesa. Hey, se riñó a sí mismo. ¿Estás dando por hecho que vas a volver a verles? ¿Vivos?

Se respondió a sí mismo.

No, yo… no, claro que no.

Sí. Es imposible, ¿verdad? Tan imposible como levantarse mañana y ver las ruinas en todo su esplendor.

Sí… es verdad… puede que sea verdad, pero…

¿Pero? Hey, ¿en qué estás pensando? Estamos hablando de la Caza. Has visto la pila de escombros, ¿verdad? ¿Cómo puedes estar seguro de que Sion y Nezumi están ahí enterrados en alguna parte? Bueno, estando Nezumi allí, no me imagino que estén enterrados. El carnicero era el que  había terminado aplastado por su propia casa, jaja. Pero – si habían escapado con vida, ¿entonces qué? Entonces lo más seguro es que los hubiesen capturado y se los hubiesen llevado. Al Correccional.

Llevado… al Correccional.

Sí. Correccional. Una vez que entrabas por la puerta, ya no podías salir. Habían atravesado esas puertas mortales. Habían ido al infierno. No iban a volver. Era imposible. No volverás a verlos.

Inukashi se mordió el labio. Se dio un golpe en el pecho con el puño.

La gente que atravesaba esas puertas ya no volvía al mundo de los vivos. Lo sabía. Claro que lo sabía.

Su mente lo sabía. Pero su – esa cosa, se negaba a creerlo.

Abrió el puño, y se frotó el pecho.

Su corazón estaba protestando. Gritaba que no estaba convencido.

Lo habían dicho muchas veces. Vamos a ir al infierno, pero vamos a volver con vida. Nezumi a su manera y Sion a la suya, habían dicho que iban a volver. Sí, y – además, Nezumi lo había prometido.

Si algún día te retuerces de dolor, te prometo que iré corriendo a tu lado. Estés donde estés, cantaré por tu alma.

Inukashi no podía olvidar la seriedad en su tono de voz cuando susurró esas palabras. Aunque no le gustaba, aquellas palabras habían sido de gran ayuda. Si aquella hermosa voz le envolvía cantando una canción, el sufrimiento desaparecería y llegaría la muerte dulce que siempre había querido. No temerle a la muerte significaba que no tenía que temerle a la vida. Gracias a Nezumi, Inukashi podía, relativamente, vivir sin temer a la muerte.

Lo prometió. Voy a creerlo.

Uno era un idiota, el otro un fraude muy peligroso, pero ninguno de ellos se echaba atrás en lo que decían.

Volverían a casa.

Se levantó y se dio la vuelta. Se percató de que no se escuchaba nada a sus espaldas.

El bebé había llevado los labios al pezón de la perra, y estaba succionando. El perro negro levantó la cabeza y miró con curiosidad al bebé humano aferrado a su pezón.

“Wow,” murmuró Inukashi. Tenía que admitir que estaba sorprendido. “Eres de los duros.”

No había esperado que el bebé pudiese alimentarse tan bien de un perro. Pero había escapado de la carnicería que había sido la Caza: quizás estaba bendecido con fuerza y fortuna.

El destino decidía entre la vida y la muerte. Dios presidía sobre aquello. Pero la habilidad de aferrarse a la vida venía del poder humano.

“Bueno, que tengas buena suerte intentando vivir.” Inukashi le dio un golpecito con el pie al bebé. No le había dado una patada. Sólo le había tocado, como para hacerle cosquillas. Pero el bebé empezó a llorar. Empezó a agitar los brazos y las pierdas y empezó a sollozar. Y no tardó mucho en empezar a llorar a cántaros.

“¿Eh? Hey, hey, ¿qué pasa?” Inukashi le cogió y dejó de llorar al instante. “No llores, idiota. Aún me queda dinero para contar. Estoy ocupado. No tengo tiempo para jugar contigo.”

Dejó al bebé, y éste se echó a llorar otra vez. Cuando volvió a cogerlo, dejó de llorar y sonrió.

Así que Inukashi tuvo que dar vueltas por la habitación con el bebé en brazos. El bebé siguió de muy buen humor mientras lo tenían en brazos. Acabó por dormirse en los brazos de Inukashi.

Dejó al bebé con suavidad encima de una manta, y lo tapó con el abrigo de Sion. El perro oscuro se acurrucó junto a él. Después de dudar un momento, la perra negra también se tumbó junto al bebé, como abrazándolo.

¿Qué pasa? Sólo es un crío, y a los perros ya les gusta.

Los perros de Inukashi estaban entre salvajes y domesticados. Vivían con personas, pero no confiaban en ellas. Se ponían nerviosos, tenían miedo y hasta los atacaban a veces. Eran precavidos y agresivos. No era normal que aceptasen a una persona, aparte de Inukashi, con tanta facilidad. Sí, era un bebé indefenso, pero Inukashi no podía creer que lo hubiesen aceptado con tanta facilidad. Hasta había esperado que el bebé se llevase un par de mordiscos…

Tch, ¿qué pasa con el crío este? Quizás si que es verdad que lleva sangre de Sion. Espero que cuando crezca no sea un idiota como él.

La imagen que obtuvo al imaginárselo fue divertida, así que se echó a reír. Pero ahora, el bebé no tenía frío o miedo. Tenía el estómago lleno, y podía dormir sin pasar frío. Era algo de lo que estar agradecido. Para Inukashi, aquella habría sido la mejor situación posible, pero aun así el bebé lloraba. Fuese lo que fuese lo que le molestaba, le hacía echarse a llorar cuando no llevaba ni cinco minutos tumbado. Si lo cogía en brazos, paraba y se dormía; si lo dejaba, se despertaba y empezaba a llorar. Se repetía una y otra vez. Contar el dinero era lo último que podía hacer.

“Idiota. Soy yo el que tiene ganas de echarse a llorar. Si no paras, voy a meterte en una olla y a convertirte en comida para perros,” se quejó. Pero parecía que al bebé no le había quedado muy claro, ya que empezó a retorcerse y a reírse, su voz retumbando en las paredes.

Si Nezumi estuviese aquí, lo más seguro es que le cantase una nana, pensó. Una nana súper especial que haría que se durmiese hasta el día siguiente.

Inukashi no conocía ninguna nana. Al haberlo criado los perros, lo único que había escuchado había sido el viento y los gruñidos de los perros. Y ambas cosas inquietaban más que daban ganas de dormir.

¿Voy a  conseguir comida mañana?
¿Voy a conseguir no morir congelado?
¿Voy a poder evitar que me den una paliza mañana?
¿Voy a seguir vivo mañana?

El viento trajo nieve, y los gruñidos trajeron aviso de peligro. Siempre había sido así.

Peligro, peligro. Ten cuidado. No bajes la guardia ni un segundo. Ese segundo podría costarte la vida. Ten cuidado, es peligroso. Ten cuidado.

Los perros y el viento siempre habían susurrado aquellas palabras. Nadie le había cantado ni le había dicho relájate y descansa, duerme tranquilo.

Inukahsi dejó de andar y meció al bebé.

La próxima vez que vea a Nezumi, le voy a pedir que le cante una nana. Gratis, por supuesto. Además, el crío es cosa de Sion, así que no va a poder negarse.

Yo también quiero escucharla, pensó. Quiero escuchar a Nezumi cantar una nana, aunque sólo sea una vez.

Tocó la mejilla del bebé. Estaba suave. No estaba áspera ni tenía marcas, y tenía mucha elasticidad. Era agradable al tacto.

Seguro que está bueno.

El pensamiento, medio en broma, se le pasó por la cabeza. Su estómago, vacío a excepción de las sobras que había comido, rugió con insistencia. Se le hizo la boca agua. La carne era mejor que las nanas. Necesitaba llenar el estómago más que comer. Se tragó la saliva.

Tch, tengo hambre.

El aire cambió. El aire que envolvía las ruinas murmuró. Los ladridos de los perros resonaron.

¿Quién es?

Alguien se acercaba. Los perros que estaban tumbados fuera ladraban con fuerza, mostrando su nerviosismo. Pero no había nada por lo que alterarse. El ladrido de los perros, grandes y pequeños, no contenía rastros de amenaza o alarma.

No era un enemigo. Ningún extraño o ladrón se habían colado. No era alguien bienvenido, pero tampoco odiado.

Inukashi levantó la cara y frunció la nariz. Notó el olor a alcohol. Al mismo tiempo, un cachorro con una herida en la oreja derecha irrumpió en la habitación. Ladraba con insistencia, informando de la identidad del visitante. Inukashi sacudió la mano levemente para que se callase. Los perros eran geniales. Les decías que se callasen y lo hacían.

“Ya lo sé, ya lo sé. Puedo olerlo desde de aquí. Es el viejo borracho, ¿no?”

Sus ojos se posaron en las monedas que tenía en la mesa.

“Oh, mierda.” Empujó al bebe contra el perro y metió las monedas a toda prisa en una bolsa. Escuchó pasos subir las escaleras cuando se estaba metiendo dicha bolsa en los pantalones.

La puerta se abrió violentamente.

“Podrías llamar por lo menos.” Inukashi se sentó en una silla y puso mala cara. “¿Y si me hubiese estado cambiando?”

“¿Cuántas veces – en toda – tu vida – te has – cambiado de ropa?” Rikiga respiraba con dificultad, sus hombros subiendo y bajando cada vez que lo hacía. Se apoyó en la pared.

“Hey, viejo, no corras mucho de aquí para allá. Lo más seguro es que tengas los pulmones hechos polvo de tanto alcohol. Ten cuidado no te vayas a ahogar.”

Rikiga extendió la mano derecha, todavía jadeando.

“¿Qué? ¿Quieres que te de la mano?” Preguntó Inukashi.

“Dame… un vaso de agua.”

“Una moneda de cobre.”

¿Qué?

“Quieres algo para beber, tienes que darme una moneda de cobre a cambio.”

“Inukashi… serás…”

“Hey, esto son unas ruinas. No tengo agua corriente, como tú en tu casa, viejo. Saco el agua del arroyo. Es muy valiosa. Una moneda de cobre, no se da cambio.”

Rikiga chascó la lengua. Tenía la frente empapada de sudor aun con el frío que hacía. Seguramente había ido corriendo, ya que le costó un buen rato normalizar su respiración. Resoplando, Rikiga se sentó en una silla y preguntó en tono sarcástico:

“No… vas a cobrarme por sentarme, ¿no?”

“A esta invita la casa. ¿Qué negocios te traen por aquí?”

“Así que sí ha habido una Caza, ¿eh?”

“Ajá.”

“Se han llevado a Sion.”

“Eso parece.”

“Estoy… preocupado, tan preocupado… que no me puedo estar quieto.”

“¿Y por eso te has echado una carrerita hasta aquí? Te has ganado un pin.”

Rikiga golpeó la mesa con el puño. Una moneda de cobre que Inukashi no había guardado cayó y rodó por el suelo. La paró con el pie y la recogió.

“No va a servir de nada que te preocupes, viejo. Además, las cosas han salido según el plan, ¿no? Se han colado en el Correccional, tal y como querían. Deberíamos felicitarlos.”

Le sopló a la moneda y le sacó brillo con la manga. “Si salen vivos de ahí, será para celebrarlo.”

Un suspiró se escapo de la boca sin afeitar de Rikiga. Apestaba a alcohol.

“Sion… pobre chico… cuando me imagino por lo que tiene que estar pasando ahora mismo… un buen chico, un chico tan bueno… espero que esté bien.”

“Viejo.”

“¿Qué?”

“No es que me importe, pero - ¿no te estás olvidando de algo?”

“¿Olvidarme? ¿De qué?”

“Sion no se ha colado en el Correccional solo. Bueno, no es que se hayan ‘colado’ exactamente… más bien los han ‘capturado’,” añadió después de pensarlo bien. “Pero bueno, no está solo. Tiene un compañero. ¿No estás preocupado por él?”

La cara de Rikiga se contrajo. Si alguien le hubiese puesto un cadáver pudriéndose bajo la nariz, lo más seguro es que ni así tuviese una expresión tan torcida. Era una expresión de pura aversión.

“¿Te refieres a Eve? No me importa. Me quitaría un peso de encima que cayese en una trampa para ratones mientras está allí.”

“Estoy de acuerdo,” dijo Inukashi. “Solo imaginarme a Nezumi correteando dentro de una trampa para ratones de esas que son cajas me parece muy gracioso. Pero tú eras fan suyo, viejo. Tengo entendido que siempre ibas a verle al teatro.”

 Rikiga esnifó con desdén y se giró.

“Me estaba engañando. ¿Quién podría imaginar una personalidad como esa de alguien con esa cara, con esa voz? Por Dios, engaña más que una zorra.”

“Es un hombre.”

“Da igual, no cambia el hecho que es un zorro demonio que engaña.”

Zorro demonio, ¿eh? No es una mala descripción. Le pega más que Ratón, aunque probablemente esté más cerca de ser un lobo que de ser un zorro.

Inukashi se encogió de hombros y cerró un ojo. “Entonces Sion tiene a un zorro demonio con él. Estará bien,”

Rikiga se inclinó y cogió a Inukashi del brazo. Inukashi estuvo a punto de gritar; Rikiga tenía fuerza. Por puro instinto, se llevó una mano al bolsillo. Tenía la sensación de que le iban a robar la plata.

“¿En serio?” Rikiga tenía los ojos inyectados en sangre abiertos de par en par. “¿En serio piensas eso?”

“¿P-pensar qué? Joder viejo, duele. Suelta.”

“¿De verdad piensas que Sion está bien?”

“¿Y cómo quieres que lo sepa?” Apartó el brazo. Rikiga empezó a murmurar para sí mismo.

“Eve es un truhan, un mentiroso, un fraude, pero está ahí cuando le necesitas.”

“¿Estás insultándolo o alabándolo?”

Rikiga le ignoró y continuó murmurando.

“Sí. Puedo confiar en él. Seguro que Eve protegerá a Sion. ¿Verdad, Inukashi?”

“Ya te he dicho que no lo sé.” Cerró la boca y se puso a mirar el techo.

Nezumi era, hablando en plata, un truhan, un mentiroso, un fraude sin lugar a dudas. Pero, hablando en plata también, podías contar con él en cualquier situación. Eso también era verdad. Nezumi era la persona más astuta y precavida que Inukashi conocía. También era listo, ágil y fuerte. Era como un lobo que no pertenecía a ninguna manada.

Nunca había visto a un lobo de verdad. Pero su madre le había hablado de ellos.

Son criaturas terroríficas. No se abren a los humanos como hacemos nosotros los perros. Nunca. Preferirían morir a que un humano se encargase de ellos. Son muy orgullosos. Pero también son traicioneros y siempre buscan provechos. Son avariciosos y despiadados. Sus corazones no sienten la más mínima compasión. Esa es la diferencia entre los perros y los lobos. Escúchame, eres un perro. No eres un humano ni un lobo. Eres un perro. No lo olvides.

Una criatura orgullosa y despiadada. En la mente de Inukashi la imagen que tenía de un lobo, basada en lo que le habían contado tantas veces, coincidía a la perfección con la de Nezumi. Era peligroso si se volvía en tu contra. Pero en cuestión de proteger, era el mejor.

Si Nezumi intentaba proteger en serio a Sion, puede que saliesen vivos de allí. Era una probabilidad pequeña, pero era más que cero.

Lo más seguro era que Nezumi protegiese a Sion dando lo mejor de sí mismo. Lo haría. Siempre y cuando Sion no metiese la pata, volverían vivos tal y como habían prometido.

El corazón de Inukashi se calmó. Sí. Sí, es verdad, se dijo a sí mismo.

Analizando la expresión de Inukashi, Rikiga se sentó bien y asintió con convicción.

“Si ese es el caso, entonces deberíamos empezar a movernos.”

“¿Eh? ¿Si ese es el caso?”

“Tenemos que ayudarles desde fuera para que Sion pueda volver a casa. ¿Qué otra cosa podría ser?”

“¿Y cuándo hemos decidido eso? Yo paso,” dijo Inukashi enseguida. “Acepté ser el cebo una vez. He hecho más de por lo que se me ha pagado.”

“Te comportas como si hubiese sido trabajo voluntario,” espetó Rikiga. “Si no recuerdo mal, se te pago por ello.”

“Eso no llegó ni a calderilla. Lo que sea. No tengo planes de volver a meterme en algo relacionado con el Correccional. Ninguno. Puedes estar seguro.”

“¿No vas a ayudar a Sion?”

“Deja que te diga algo, viejo. No le debo nada a ese idiota. No somos amigos, hermanos o parientes.”

“¿Pero es parte de nuestro grupo.”

“¿Nuestro grupo?” Inukashi levantó la barbilla. No había esperado escuchar las palabras “nuestro grupo” salir de la boca del claro ejemplo de borracho corrupto que ganaba dinero a costa de vender mujeres. Que sorpresa.

¿Compañeros?

“Estamos en esto juntos, ¿o me equivoco?”

Se equivocaba bastante. ¿Juntos en esto? Se tensó. Inukashi se quedó en silencio sin saber si reírse o ponerse de los nervios. Rikiga, por otra parte, parecía ser más elocuente a cada minuto que pasaba.

“Sion es parte de nuestro grupo. Nadie podría reemplazarle. Venga Inukashi, a ti también te gusta, ¿verdad?”

“No – bueno – no le odio.”

“Es como un ángel. Puro. No puedes encontrar gente así en cualquier parte.”

“¿En serio?” dijo Inukashi con voz monótona. “Perdón por no ser una compañía pura.”

“Nadie ha dicho que estés contaminado o algo de eso. Ves, Sion nunca le da la vuelta a las palabras de los demás de esa forma. Acepta las cosas abierta y honestamente, tal y como son. Su corazón es igual que el de su madre. Oh, Karan, me pregunto que estará haciendo ahora,” dijo Rikiga con tristeza. “¿Y si se ha puesto enferma al preocuparse por su hijo?”

“¿Quién es Karan? ¿No estamos hablando de Sion? Además, viejo, lo único que has hecho es hablar de que Sion esto Sion lo otro. ¿Qué pasa con Nezumi? Si Sion es parte de nuestro grupo, Nezumi también lo es, ¿no?”

“¿Eve? ¿Parte de nuestro grupo? Por favor. Antes le daría la bienvenida a una babosa a nuestra familia que querer estar en el mismo grupo que un zorro como él.”

“Le tratas muy diferente de como tratas a Sion, ¿eh?” Inukashi miró a la cara a Rikiga, cara roja a causa del alcohol. ¿Puro y angelical? ¿El viejo este habla en serio?

Al igual que no conocía como era Nezumi en realidad, tampoco sabía lo que habitaba en el interior de Sion. Si quitaba una capa, ¿qué revelaría su pura y angelical figura? Quizás fuera algo más horrendo y fiero de lo que jamás hubiese imaginado. Quizás en el interior de Sion existía una oscura verdad que hasta Nezumi temía.

Rikiga favorecía mucho a Sion. ¿Ángel? Absurdo. La gente podía convertirse en un demonio, pero nunca en un ángel. Además, a veces los ángeles podían ser mucho más brutales que los demonios. Un hombre como RIkiga, que tenía su experiencia en la vida, debería saberlo.

Apesta.

Había un hedor, aparte del alcohol. Pero no era un olor que disgustase a Inukashi. Prefería el olor de la carne pudriéndose al del perfume de flores.

Mirando a Inukashi a los ojos, Rikiga sonrió lánguidamente.

“Que abnegado, ¿no crees, Inukashi?”

“¿Quién? ¿Yo?”

“Dime dónde puedo encontrar la ‘abnegación’ dentro de ti, por favor. Estaba hablando de Sion. Se ha colado en el Correccional, arriesgando su vida, para salvar a su amiga. Está arriesgando su vida por otra persona.”

“Por estos lares, a esa gente los  llamamos idiotas.”

“Inukashi, déjalo ya. Si no les ayudamos nosotros, ¿quién va a hacerlo? Sion cree en nosotros y está esperando nuestra ayuda.”

“Viejo.”

“¿Hm?”

“Puedo ayudarte dependiendo de las circunstancias y el evento.”

“Eso me gusta más, Perrero de las Ruinas. Una decisión admirable.”

“Deja de hacerme la pelota y cuéntame la verdad.”

“¿La verdad?”

“Tu meta, viejo. ¿Qué te interesa del Correccional?”

Rikiga parpadeó.

“¿Qué me interesa…? ¿De qué estás hablando? Sólo quiero ayudar a Sion, es lo único que-”

“¿Cuántos beneficios vas a sacar?” Todavía con la mano en el bolsillo, Inukashi se inclinó. En respuesta, Rikiga se echó hacia atrás, silla incluída.

“Tch, mírate. Todo lo que sale de tu boca es ‘beneficio’. Dinero, dinero, dinero. ¿No tienes más cosas en las que pensar?”

“Muchas. Mi cerebro siempre va a mil por hora. Y tú también, viejo. Los engranajes no han dejado de girar, tu avaricia es muy fuerte. Seguramente lo único que tengas lento es la sangre que corre por tus venas, y sea por culpa del alcohol. No te ensuciarías las manos con un trabajo si este no fuese a tener beneficios, ¿verdad, viejo? Y estamos hablando del Correccional, un afiliado directo del Departamento de Seguridad de No. 6. No hay enemigo más peligroso que se. Los dos hemos ayudado a Nezumi a colarse o porque nos ha engañado, o porque nos ha convencido. Pero la cosa suele acabar aquí. Nos dan el dinero que hemos ganado por dicho trabajo, y cada uno a su casa. Lo que pase después no es asunto nuestro… ¿no? Normalmente es así.”

“Inukashi, escucha-”

“Pero esta vez, viejo, estás saliendo de tu agujero y diciendo que quieres meter la nariz en terreno peligroso. ¿Por Sion? Claro que no. No me creo algo así. Antes me creería a mis perros balando como una oveja.”

“Como ya he dicho, es-”

Inukashi sacudió la mano con impaciencia. Estaba harto de excusas y explicaciones. Estaba irritado. Ya había tenido bastante de malgastar palabras, intentando dar excusas el uno al otro. No tenía ganas de adornar las palabras honestas con mentiras, e intentar leer las intenciones del otro.

Por lo menos…

Inukashi olfateó. El aire helado de la habitación, que por supuesto no tenía calefacción, le atravesó el cuerpo.

Por lo menos esos dos nunca se han inventado excusas entre ellos.

No creía que Nezumi y Sion se hubiesen sincerado por completo el uno con el otro. Nezumi en especial. Pero no se habían inventado excusas. No intentaban manipular al otro, o disfrazar sus opiniones. Vivían el uno para el otro, si un tira y afloja, sin avaricia, sin tenerlo todo calculado.

Inukashi nunca había visto una relación así. Había madres que morían por sus hijos. Conocía a una que había vendido su cuerpo para ayudar a su familiar. Pero esos dos no tenían una relación basada en el sacrificio. Uno de ellos no tenía que destruirse a sí mismo para salvar al otro.

Amistad, amor, misma mentalidad, compasión, simpatía, empatía – no importaba el nombre, pero ninguna de ellas definía su relación.

Ambos podían vivir por el otro, sin el tira y afloja, sin avaricia, sin tenerlo todo calculado, sin el sacrificio. Quizás estaba cansado. Inukashi se encontró a sí mismo envidiando esa relación – solo un poco.

Volvió a tomar aire.

Pero no tengo que ponerme celoso de ellos. Tengo a mis perros. Los humanos siempre acaban por traicionarte tarde o temprano. Nunca te corresponden en cuerpo y alma como hacen los perros. Los perros son suficiente para mí.

“Bien.” Rikiga sacudió los hombros. Una sonrisa petulante se dibujó en sus labios.  Una sonrisa horrible. Cometía casi cualquier crimen por dinero. No tenía nada en contra de engañar, amena zar o timar la gente.

Sí, esa cara está mejor. El día que te pongas la máscara de un buen samaritano, será el día que deje de hablarte.

“¿Sabes, Inukashi? No creo que quede mucho tiempo.”

“¿A ti? Oh, ¿en serio? Que pena. Yo también lo había pensado. Tanto alcohol es malo, viejo. Si tienes algo que dejar, date prisa y dámelo antes de que sea demasiado tarde.

“¿Quién ha dicho que estuviese hablando de mí mismo? Estaba hablando de No. 6.”

“¿No. 6?”

“Sí. Esa Ciudad Sagrada tan poderosa.”

“¿Qué no le queda mucho tiempo? Dame los detalles.”

La sonrisa de Rikiga se ensanchó. Has mordido el anzuelo, decía esa sonrisa. Había veces en las que tenías que morder el cebo, aunque pudieses ver el anzuelo. Era un cebo muy atractivo como para ignorarlo.

“¿Está pasando algo raro de No. 6?”

“Sí. He visto movimientos raros dentro de la ciudad que destacan bastante.”

Parecía que Rikiga hablaba en serio: la sonrisa y el sarcasmo habían desaparecido de su cara y voz. “Primero: ha habido varios casos de enfermedades extrañas dentro de la ciudad. Ahora, qué es o si en contagioso, no se sabe todavía. Pero te acuerdas que Fura lo dijo, ¿verdad? Que el Correccional, lo que se acaba de construir y el Departamento de Salud e Higiene están conectados. El Departamento de Salud e Higiene. ¿Qué hace ese departamento?”

“Controla la salud y se encarga del tratamiento de los ciudadanos…”

“Exacto. Lo que quiere decir, que esa enfermedad está conectada con el Correccional. Entiendes por donde voy, ¿verdad?”

“Más o menos. He escuchado muchas cosas con la farsa de antes.”

“Parece ser que a la amiga de Sion la han secuestrado y la han llevado al Correccional. Y, esto es información sin confirmar aún, pero… alguien que estuvo envuelto en la construcción de la instalación dentro del Correccional murió de forma sospechosa. Era residente de la ciudad, por supuesto.

“¿Le asesinaron?”

“No estoy seguro. Pero apesta a muerte, y viene de la ciudad. Y luego tenemos las ondas sonoras. Se han explayado, ¿eh? Un disparo, y el  mercado desaparece. Han usado un arma nuevecita para destrozar los barracones. Eso es como comer sobras en una bandeja de plata.”

“Buena comparación. Demuestra una gran educación.”

“Vaya, gracias,” dijo Rikiga sin darle importancia. “Eso quiere decir que la ciudad ha estado desarrollando armas en secreto, lo cual está prohibido por el Tratado de Babilonia. Y ahora han empezado a usarlas en público. Esta última Caza lo más seguro es que haya sido para probar la nueva arma.

Inukashi movió el cuello, dibujando un gran círculo.

Rikiga había ido corriendo hasta allí, preocupado por Sion – o fingiendo estarlo – pero se las había apañado para conseguir información sobre la caza, y había investigado los restos de la destrucción en el proceso. Quizás había escarbado un poco en los escombros y había cogido algo que pudiese darle dinero en el proceso.

No puedes fiarte para nada de este tío, ni un pelo. Se burló Inukashi mentalmente.

“¿No te parece que las cosas han estado revueltas últimamente?” Continuó Rikiga. “Y está muriendo mucha gente. No aquí en el Bloque Oeste – en No. 6, la ciudad ideal, la Ciudad Sagrada, tal y como la llaman. He tenido una relación muy larga con esa ciudad. Siempre ha sido privilegiada y tranquila, sin que tambalease su ideal de utopía. Pero últimamente apesta. Nunca había olido la muerte con tanta libertad, sin nada para pararlo. Sí, han matado a gente, se han suicidado, pero…”

“Pero no tan descaradamente.”

“Exacto. Se encargaban de todas las muertes tratándolas todas como muertes pacíficas. ¿Sabes que es el Twilight Cottage?”

“¿El qué?”

“De cara al público, es una institución de tratamientos paliativos. Podría decirse que es un hostal. En pacientes enfermos a los que no les queda mucho – ancianos la mayoría –  hacen desaparecer el sufrimiento para que mueran pacíficamente, como si fuese un sueño profundo. Para eso dicen que es Twilight Cottage.”

Inukashi ronroneó. Podría empezar a babear. Una muerte que no es diferente de dormir; era lo que más deseaba. Cerraría los ojos abrazado por la suavidad y la calidez. No volvería a abrir los ojos. Su corazón dejaría de latir lentamente, y su respiración se haría cada vez más lenta. Pero su cerebro seguiría soñando. El sueño daría paso lentamente a la muerte. Daría su último aliento sin caer en la oscuridad. Sonreiría.

Rikiga miró a Inukashi a los ojos.

“Tch, no me mires con esos ojitos de pena. Mira que eres fácil de entender. Estaba hablando de lo que publican las autoridades sobre Twilight Cottage.”

“¿Y eso significa que…?”

“Que parece ser que las cosas son diferentes.”

“Twilight Cotagge no es un hostal; es una cámara de ejecución.”

“¿Cámara de ejecución? ¿Eso existe dentro de la Ciudad Sagrada?”

“No se parece en nada al Correccional, por supuesto. No es tan obvio… todos los pacientes que llegan a Twilight Cottage mueren de forma natural… en cuanto se los llevan, los drogan, se duermen y-”

Quizás hasta Rikiga era reticente a decirlo en voz alta: sólo torció la boca y suspiró.

“¿Por qué le hacen eso a los ciudadanos? ¿Para qué?”

“Porque son inútiles,” dijo Rikiga enseguida, como si se hubiese esperado la pregunta de Inukashi. “No. 6 es ese tipo de ciudad. Despiadada con los que no le son útiles. Si la muerte es lo que le espera a una persona, ¿por qué no drogarla y acelerar el proceso? Así se malgasta menos. Así es como piensan.”

Inukashi  se estremeció. Le estaban dando escalofríos.

Había visto bastantes muertes macabras. Tantas, que le faltaban dedos en la mano después de contar con ellos dos veces. Había asimilado y se había resignado al hecho de que en el Bloque Oeste, tienes que aceptar muchos tipos de muertes. La vida y la muerte eran diferentes a cada lado de la pared. Pero, ¿también había muertes macabras dentro de la muralla?

“Viejo, ¿quién te ha dicho eso?”

“Mis clientes. Fura no es el único que sale de No. 6 a escondidas para pasar un buen rato. Las restricciones que hay hoy en día son suficientes para dejarme sin negocio, pero aún tengo un par de clientes. Entre ellos, algunos trabajan en una afiliación directa a la ciudad, aunque no son del mismo rango que Fura. Esos tíos hablan con las chicas. Se van de la lengua. ¿Por qué crees que es así?”

“Porque – bueno – porque cuando acaban les da por hablar, o algo de eso…” dijo Inukashi con incomodidad.

“No, no. Es porque no piensan en las prostitutas del Bloque Oeste como seres humanos. Ni siquiera piensan que las chicas tengan cerebro y corazón como ellos. No creen que las chicas puedan pensar o sentir tristeza. Así que se van de la lengua. Para ellos, seguramente sea como hablarle a una piedra. Por eso cuentan secretos del trabajo. Las personas son habladoras; no pueden callarse. ‘No puedo hablar dentro de la ciudad, así que, ¿por qué no hablo con las prostitutas del Bloque Oeste? Lo más seguro es que no sepan ni hablar.’ Eso es lo que piensan. Pero esas chicas escuchan. A veces, adulan a los hombres para sacarles más.”

“Y tú vendes esa información o la usas para amenazar a gente, ¿eh, viejo?”

“Bueno, de ahí sale información buena y mala. La mayoría es inútil. Pero los clientes de No. 6 últimamente están más habladores que nunca. Antes, la mayoría de cosas eran mentiras o ellos dándose aires… pero ahora tenemos quejas, descontento… incertidumbre. Todo lo que conseguimos son historias sobre la incertidumbre. Mira, Inukashi, No. 6 no es una utopía. Lo único que hace es intentar tener controlador a todos los ciudadanos. Y está empezando a ser obvio. Las costuras están empezando a romperse. Esos ciudadanos empiezan a agobiarse ahí dentro. Viven en la ciudad ideal, pero no pueden ni respirar. Y han empezado a preguntarse por qué. He escuchado a un cliente que ha estado tirando en la cama toda la noche murmurando ‘¿Por qué? ¿Por qué crees que es así?’”

“Ya veo.” Inukashi empezaba a ver por donde iban los tiros. Así que eso es lo que pasa. “Enfermedades raras, equipo nuevo en el Correccional, toda esa información, las quejas que se acumulan, insatisfacción, incertidumbre. ¿Quieres decir que el gas se está acumulando dentro de No. 6?”

“Sí, gas. Puede que aún no sea mucho, pero,  ¿qué pasa cuando la densidad incrementa?” Rikiga abrió los dedos de ambas manos, simulando una explosión.

“¿Qué explota? ¿Quieres decir que No. 6 va a caer desde dentro?”

“Si todo va como está previsto. Antes de que la ciudad-estado de No. 6 tenga una fuerza militar imparable – antes de que pueda dominar a la fuerza el mundo y sus ciudadanos, tenemos que hacer que ese gas explote. Y vamos a empezar por el Correccional. La mayoría de los misterios se centran allí. Y vamos a intentar sacar información de allí. ¿No te emociona lo que podamos encontrar?”

“- y eso es lo que dijo Nezumi.”

“Idiota. ¿Cómo ha podido llegar a una conclusión tan avanzada como esta un crío como él?”

“Sí, avanzada. Un cerebro que no estuviese nadando en alcohol podría llegar a ella. Qué ha pasado con lo de ganar dinero, ¿eh? ¿El tesoro va a volar por los aires junto a la ciudad y va a llover sobre nuestras cabezas?”

“No nos va a llover. Vamos a tener que desenterrarlo.”

“¿Desenterrarlo?”

“Supuestamente hay una caja fuerte en el sótano del Correccional.”

“¿Caja fuerte? ¿En ese espacio en blanco?”

“No sé su localización exacta. Pero se rumorea que los mandamases de No. 6 han escondido ahí miles de toneladas de lingotes de oro.”

“¿Has… has dicho lingotes de oro?”

“Miles de toneladas de lingotes de oro. Puede que sean barras, no lo sé. ¿Y bien? ¿No te deslumbra sólo imaginar tanto junto?

“Pero… quiero decir, ¿de dónde has sacado esa información?”

“De una chica, por supuesto. De una pelirroja llamada Sulu, que se encarga de un cliente que trabaja en el Departamento Financiero. Muy guapa.”

A Inukashi no le importaba la mujer pelirroja. Le interesaban más los lingotes de oro que la carne humana.”

“Así que te lo ha dicho ella.”

“Sí. Aunque era una historia de cama, así que no estoy seguro al cien por cien de que sea verdad. Pero es plausible, ¿verdad? Una montaña de oro en un sitio en el que infiltrarse o salir es imposible. El sitio más seguro para esconder algo. Muy creíble, si quieres mi opinión.”

“¿Vamos a poder conseguirlo?”

Vamos a conseguirlo. Una vez que No. 6 empiece a caer, estallará el caos. Si nos aprovechamos de él… ¿qué te parece?”

Inukashi gruñó por lo bajo. Sonaba a sueño. ¿Debería reírse y decir que era una historia estúpida o seguirle el juego?

“¿Nezumi tiene pensado destruir el Correccional?”

“¿Eve? Puede. No puede crear mucho, pero en cuestión de destrucción va sobrado. No, ¿por qué no hacemos que lo haga él. Que haga un espéctaculo.”

El Correccional – la encarnación del miedo – caería. El corazón de Inukashi bailaba dólo imaginando su destrucción.

La caída del Correccional y el brillo de montañas de oro. Tendría en sus manos las dos mejores cosas que podría obtener. Quizás merecía la pena. Pero-

Inukashi se lamió los labios. Inhaló, llenando sus fosas nasales del olor a perro que llenaba la habitación.

Pero, si tenía que arriesgar su vida por la empresa, se negaría. Prefería seguir viviendo, aunque pasando  de hambre, con sus perros que morir enterrado en oro.

“¿Qué tengo que hacer? Si es algo peligroso, no cuentes conmigo.”

“Ya lo sé, ya lo sé. No te pondría en peligro. Sólo necesito tus contactos.”

“¿Contactos?”

“Hay un hombre que te pasa sobras de comida del Correccional, ¿no?”

Inukashi entrecerró los ojos y tensó la mandíbula. Detrás del hombre de mediana edad borracho, Nezumi sonreía irónicamente. Podía verlo.

Buen trabajo, Nezumi. Has ablandado al viejo. No se te da mal esto.

Diferentes sentimientos y deseos se mezclaban y se retorcían en el interior de Rikiga: compasión genuina por Sion, impulsos destructivos, un fuerte deseo por ver caer No. 6 con sus propios ojos; y más que nada, la atracción por los lingotes de oro. Nezumi había usado eso a su favor. Usando aquello a su favor, estaba controlándole. Impresionante. Pero también era posible que Rikiga fuese consciente de que le estaban controlando, y que hubiese accedido a hacer de marioneta por Sion y por el Oro; por avaricia y amor.

Inukashi se encontró a sí mismo suspirando. Eran como un mapache un zorro intentando engañarse el uno al otro. Empezó a echar de menos a Sion. Sí, era un misterio, pero era mil veces mejor que un mapache viejo y un zorro demonio. Inukashi echaba de menos sus acciones inocentes; su idiotez y su manera directa de decir las cosas; su sonrisa despreocupada. Quería ver a Sion.

“Recibes una cantidad importante de sobras, ¿verdad? No han cerrado esa ruta, ¿no?”

“No.” Aún no la habían cerrado. El hombre que estaba a cargo de la planta de desechos no sólo revendía las sobras, también revendía la ropa y las pertenencias de los prisioneros a través de rutas secretas. Se había quejado más de una vez de que le habían asignado la disposición de los cadáveres. Era la zona donde se reunían los cuerpos y la basura. Estaba dentro del Correccional, y no tenía mucha importancia, así que la seguridad era baja. Pero seguramente sería imposible usarle para colarse en el Correccional, y mucho menos para salir. El hombre había dicho que no se le permitía poner un pie en el Correccional fuera de esa zona. La puerta que llevaba al interior no se abría.

“¿Nos va a servir de algo…?” Preguntó Inukashi, que tenía sus dudas.

“Lo será. Todos los cuchillos, estén lo afilados que  estén, sirven para algo.”

“¿Eso también lo ha dicho Nezumi?”

“¿Y qué más da? Está claro que tienes algo en contra de Nezumi. Mira, Inukashi, sigue en contacto con ese hombre. Nos vendrá bien. Si puedes, métetelo en el bolsillo.”

“Entendido.” ¿Cómo se llamaba? El hombre tenía una cara larga, cejas caídas y suspiraba mucho. Le importaba su familia – y se quejaba de que ni siquiera podía decirles que trabajaba en el Correccional, y que lo despedirían si lo hacía. ‘Deprime bastante no poder decirle a tu hija lo que haces para ganarte la vida,’ había dicho. ¿Hija? Ah sí, tenía una hija. También había dicho que tendría un bebé dentro de poco… y que necesitaba dinero. Quería tener bastante para mantener a su familia – sí, puede que no me cueste mucho hacerme con él.

“Necesito dinero. Me vas a dar algo, ¿no, viejo?”

“Ya lo sé, ya lo sé. No voy a obligarte a que te gastes lo que llevas en el bolsillo.” Rikiga se rascó la barbilla y sonrió. “Los ahorros del carnicero, ¿eh? Tienes buen ojo. Ahora te admiro más, Inukashi.”

“Lo mismo te digo. ¿Quién iba a pensar que te ibas a dar cuenta tan rápido? Impresionante. No sé que decir.”

Tch, dichoso mapache. No se le escapa nada.

Inukashi acababa de encogerse de hombros cuando el bebé empezó a llorar. Rikiga se levantó de su silla.

“¿Qué es eso?”

“¿Qué es que?”

“Esa voz. Es un bebé llorando.”

“¿Eh? Yo no oigo nada,” dijo Inukashi despreocupadamente. “¿Ahora oyes cosas, viejo? Pobrecito.”

Tras mirar a Inukashi, Rikiga avanzó a grandes pasos hacia los perros que había tumbados en un rincón de la habitación. Éstos se levantaron enseguida  y empezaron a gruñir amenazadoramente.

“Inukashi, ¿qué es esto?”

“Mis perros.”

“¿El que está llorando entre los perros también? ¿Raza nueva? Porque no tiene cola.”

El llanto empezó a subir de volumen. Inukashi cogió en brazos al bebé a regañadientes. Rikiga negó con la cabeza.

“¿Por qué lo has recogido? ¿Piensas venderlo?”

“Yo no lo he recogido, me lo han endorsado,” dijo Inukashi obstinadamente. “Tu angelito.”

“¿Sion?”

Inukashi se lo explicó por encima. Rikiga asintió con una expresión solemne en su cara.

“Suena a algo que Sion haría. Seguramente el salvar al bebé fuese un acto reflejo. Y cuando su vida estaba en peligro… es un ángel.”

“Los ángeles no endorsan bebés a otra gente. Tch, menuda carga.”

“No te quejes. Piensa en como se tenía que haber sentido Sion. Tiene una cara muy mona. Es un chico, ¿no? ¿Cómo se llama?”

“Sion.”

“¿Eh?”

“Me lo ha endorsado, así que puede llamarse igual. Hey, viejo, ¿a que sus ojos son como los de Sion?”

“Hmm, ahora que lo dices, son del mismo color,” dijo Rikiga pensativamente. “Y son claros, como los suyos. Unos ojos preciosos,”

“¿Verdad? El niño es un angelito. Así que llévatelo a casa, ¿vale?” Iba a ponerle al bebé en los brazos, pero RIkiga se echó hacia atrás, negando con la cabeza.”

“No, lo siento, soy soltero.”

“No eres el único. Pero tienes muchas mujeres con las tetas enormes, viejo.”

“Si, pero ninguna de ellas tiene leche materna. Pero a ti ni te hacen falta pañales, porque los perros le mantendrán limpio. Hasta le darán calor. Tú también te criaste así, ¿no? Un entorno genial… oh, ya sé, te conseguiré algo de leche en polvo.”

Sion es el que ha dejado al bebé,” dijo Inukashi deliberadamente.

“También te conseguiré algunas mantas limpias y suaves. Y no sólo una – dos o ters. Bueno, nos vemos Inukashi. Me pasaré por aquí dentro de poco.”

Rikiga salió de la habitación con rapidez. Parecía que su truquito de huir con rapidez no estaba oxidado.

El bebé sonrió en los brazos de Inukashi. Le cogió un mechón del pelo y sonrió felizmente.

“Hey Sion, eso duele. No te pases.” Inukashi  le dio un golpecito en la nariz al bebé. La sonrisa se ensanchó. “¿Estás contento de tener un nombre? Entonces tienes que sobrevivir hasta que papá vuelva, ¿entendido?”

El viento sopló en la habitación. El cielo estaba cubierto por completo por nubes grises.

Sobrevive Sion. Sobrevive para recoger al pequeño.

Inukashi se encontró a sí mismo murmurando esas palabras como si fuesen una plegaria al mirar las nubes.


4 comentarios:

  1. WOW! Muchas gracias!
    Entiendo lo complicado que es mantener un Blog, y debe serlo mucho mas traduciendo! xD
    Mientras no nos abandones permanentemente esta bien, al menos para mi xD

    Gracias!

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    1. No tengo intención de dejar de traducir, me gusta demasiado xD
      Además, No. 6 es algo que no quiero dejar a medias.
      Gracias a ti por leer mis traducciones ^^

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  2. buenisimo el capitulo! voy a ir bajandolos todos!

    sabes si la novela y el manda terminan como el anime? mas que nada si se vuelven a encontrar o si algo avanza de eso, no puedo creer que nezumi se fue! me imagino que es porque ahora iban a convivir nº6 con el distrito y él no queria formar parte de eso, pero igual, quiero saber si paso algo mas!

    gracias x la traduccion ^^

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    1. Pues la verdad es que no lo se porque no está toda en inglés y voy leyendo conforme traduzco xD

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