sábado, 15 de octubre de 2011

No. 6 Vol. 2 Capítulo 1

Uuf, ya hace un poco  mucho desde que colgué algo de No. 6, intentaré no tardar tanto en la próxima actualización, aunque no prometo nada xD



Capítulo 1

Vida y muerte

Vive; relata mi historia y mi causa
A los insatisfechos.
-Hamlet Acto V Escena II.

Sion cerró el libro. Podía escuchar la lluvia.

En la habitación subterránea no se oía casi nada, pero, por alguna razón, el sonido del viento y de la lluvia siempre atravesaba las paredes.

Un ratón subió por la pierna de Sion y se le sentó en la rodilla. Movió los bigotes y junto las patas delanteras como si estuviese pidiendo algo.

“¿Quieres que te lea este libro?”

Cheep.

“Mira que te gustan las tragedias, ¿eh? ¿Por qué no eliges algo más divertido?”

El ratón lo miró con sus ojos del color de la uva y parpadeó. Sion se movió en la silla y cruzó las piernas, con el ratón en su rodilla.

En sus tiempos, la silla había sido una pieza muy bonita y delicada. Era evidente por como estaba construida y los dibujos del tapizado. Pero ahora estaba vieja y desgastada; había perdido el color en varios sitios y el cojín se había desteñido hasta tal punto que era imposible decir de qué color había sido. Aún así, era una de las pocas piezas de mobiliario que tenía la habitación. Sion la había sacado hacía una semana de debajo de los libros que cubrían dos tercios de la habitación.

“Puede que encuentres un tesoro más grande debajo de todos esos libros si buscas bien.” Sion había intentado ir en serio, pero Nezumi se había reído.

“¿Por qué no te preocupas por hacerte más fuerte antes de pensar esas tonterías? Seguro que eres un niño mimado que no ha tenido que hacer nada de ejercicio desde que nació. Y paliducho y flacucho.”

“Me encargaba de las tareas de limpieza en el parque. Estaba haciendo ejercicio todo el rato.”

Nezumi bajó los hombros. En su voz podía escucharse el desprecio.

“¿Tareas de limpieza? ¿Limpiar cuenta como trabajo físico en No. 6? Todo lo que tenías que hacer era controlar a los robots que se encargan del mantenimiento y la limpieza. Hacer ejercicio, niño-”

Nezumi cogió el brazo de Sion y le clavó los dedos con tanta fuerza que éste hizo una mueca de dolor. Los dedos de Nezumi, aunque a primera vista parecían muy finos, tenían una fuerza impresionante.

“… es usar los brazos, las piernas y la espalda. Usar tu cuerpo. Recuérdalo.”

La forma de hablar tan sarcástica de Nezumi había dejado de molestar a Sion una vez que se había acostumbrado a ello. En su dureza y su cinismo también estaba una verdad que no podía negar, y la mayoría de las veces le persuadía más de lo que le ofendía. Era verdad, el trabajo de Sion en la Ciudad Sagrada consistía en apretar las teclas del panel de control. Nunca había realizado un trabajo de esos de los que te dejan hecho polvo. No sabía lo que era estar todo sudado, que se le cuartease la piel de las manos, que le doliesen los músculos del cansancio, pasar hambre y dormir tranquilamente después de un día de trabajo.

Nuca lo había experimentado.

“Por eso voy a hacer esto,” dijo Sion con determinación señalando las montañas de libros apilados que había por toda la habitación. “Voy a organizarlos y a colocarlos por orden en las estanterías. Si eso no es trabajo físico, entonces lo sé lo que es.”

“Te vas a tirar la vida.”

“En una semana estará hecho.”

Nezumi volvió a encogerse de hombros. “Como quieras,” suspiró.

“Haz lo que te de la gana. Pero limítate a los libros y a las estanterías. No toques nada más.”

“Tampoco es que tengas muchas más cosas aparte de libros y estanterías.”

“Tu mismo lo has dicho antes, puede haber un tesoro increíble. Sinceramente, ni yo sé lo que hay debajo de todos esos libros.”

Los ratones estaban haciendo ruido entre ellos desde los pequeños huecos libres que había en las estanterías. Sion cogió un libro pequeño y verde.

“Nezumi.”

“¿Hm?”

“¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?”

Esas paredes desnudas de cemento, miles de libros, esa habitación subterránea – no parecía el mejor sitio para que viviese una persona.

“No has crecido aquí, ¿verdad? ¿Dónde-?”

Cerró la boca. Se había dado cuenta de que los ojos grises de Nezumi tenían una expresión dura como el acero.

“Lo – lo siento.”

Nezumi le quitó el libro de las manos a Sion y lo tiró a un lado.

“Si tienes pensado quedarte aquí-” se envolvió los hombros con la prenda de superfibra y soltó un suspiro impaciente. “Haz algo con ese hábito tuyo de preguntar. No se cuanto tiempo voy a poder soportar que metas las narices en mi vida.”

“No estoy metiendo las narices. Sólo quería saberlo.”

“Preguntarle a la gente por toda la información que quieres saber se llama meter las narices. Acuérdate de eso también.”

Sion sintió una ola de irritación por la forma en la que las palabras de Nezumi parecían mantenerlo alejado. La indignación empezó a brotar en su interior. No estaba metiendo las narices. Cogió por el brazo a Nezumi antes de que saliera de la habitación.

“Apenas sé nada. Es por eso que quería saberlo.”

“Y yo te estoy diciendo que eso se llama-”

“Si fuese algo que pudiese vivir sin saberlo,” interrumpió Sion, “entonces no querría saberlo. Pero quiero saberlo. Para mí, es algo que necesito saber. Quiero saberlo y por eso –ach-­” Se había mordido la lengua. Se le llenaron los ojos de lágrimas por el dolor. Nezumi se echó a reír.

“¿La torpeza también te viene de serie? No me canso de mirarte. - ¿Estás bien?”

“Más o menos. Morderse la lengua duele.” Cuando estaba en No. 6 – y eso había sido desde que nació hasta los dieciséis – Sion nunca había llegado a morderse la lengua hablando. También era la primera vez que había cogido a alguien por el brazo sin pensarlo, llevado por el deseo de decir lo que pensaba, y que sus palabras no habían podido seguir el ritmo de su pensamiento.

“¿Y bien?”

Nezumi se arrodilló y miró a Sion a la cara. El brillo en sus ojos ahora era amable.

“¿Qué quieres saber?”

“Tú-” contestó Sion. “Quiero saber cosas sobre ti.”

Nezumi abrió la boca y parpadeó varias veces.

“Sion, ¿has estado leyendo libros raros últimamente?”

“¿Raros?”

“Novelas románticas de esas que no son más clichés porque no pueden. Ya sabes, esas en las que el príncipe rescata a la dama en apuros, o en las que una pareja se separa y vuelve a reunirse después de superar todas las dificultades que se le presentan.”

“Creo que nunca he leído nada de eso.”

“¿Entonces de dónde te has sacado esa frase? ‘Quiero saber cosas sobre ti’,” repitió Nezumi incrédulo.

“No tengo porque haber sacado la frase de ninguna parte para decirla.”

“¿Vas en serio con lo que acabas de decir?”

“Pues claro. Nezumi-” Sion se humedeció los labios y lo miró directamente a los ojos. “Quiero saberlo. Quiero saberlo porque hay muchas cosas que aún no sé. Todo lo que sé sobre ti es que me has salvado. No sé cómo te llamas de verdad o dónde creciste, o por qué estás viviendo aquí solo – o lo qué estás pensando ahora o lo qué tienes pensado hacer – No tengo ni idea. No sé absolutamente nada sobre ti.”

Cogió a Sion por la muñeca. Los dedos de Nezumi siempre estaban fríos y rígidos.

“Entonces te diré algo. Pon la mano aquí.” Sion hizo lo que le dijo y puso la mano en el pecho de Nezumi.

“¿Qué es lo que sientes?”

“¿Sentir-? Bueno, el pecho de un hombre. Duro y plano.”

“Eso ya lo sé, perdón por no tener unas tetas enormes. ¿Qué más?”

“Bueno…”

¿Qué sentía en su palma a través de la tela de la camiseta de Nezumi? Eran sus latidos, su calidez y la firmeza de los músculos. Sion dudó en decirlo. No sabía por qué. Quitó la mano del pecho de Nezumi y cerró el puño. Nezumi soltó una pequeña risita.

“El latido del corazón y la calidez, ¿verdad?”

“Pues claro. Estás vivo. Es normal que estés cálido y que te lata el corazón.”

“Lo es. Estoy vivo y delante de ti. Es todo lo que necesitas saber. ¿Qué más quieres?”

Nezumi se levantó y miró a Sion. Su mirada, al igual que sus dedos, era fría.

“Lo que quieres es información,” dijo con un tono helado. “Mi fecha de nacimiento, mi historial, mi altura, peso, coeficiente intelectual, información genética. Sólo quieres información que puedas convertir en números. Es de la única forma que has intentado entender a otra persona. Por eso no puedes entender a la gente que tienes delante.”

Sion también se levantó. Apretó el puño con más fuerza.

“Siempre eres sarcástico y te encanta reírte de la gente. No te gusta el pescado y tienes el sueño ligero.”

Hubo un momento de silencio.

“¿Huh?”

Sion continuó.

“Sabes muchas cosas y sobre muchos temas – pero no sistemáticamente. A veces eres inconstante y muy sentimental, otras eres descuidado con los detalles. Adoras la sopa muy caliente y te pones gruñón cuando no está bien de sal. Y anoche, me diste tres patadas mientras dormías.”

“Ey Sion, espera un momento-”

“Es lo que he aprendido sobre ti desde que llegué aquí. No son números. Nunca te sustituiría por unos números. No es lo que quiero hacer.”

Nezumi apartó la mirada.

“Para ti sólo soy un extraño,” dijo. “No deberías interesarte por los extraños. Hace cuatro años me salvaste la vida y estoy en deuda contigo. Así que te ayudé por eso. Así que, si quieres, puedes quedarte aquí el tiempo que quieras y hacer lo que quieras. Pero nunca pienses en querer saber más sobre un extraño.”

“¿Por qué no?”

“Porque sólo estorba.”

“¿Estorba? ¿Saber cosas es un estorbo?”

“Para la gente como tú sí. Se te da bien asimilar la información, pero a veces eres demasiado emocional. Confías rápido en la gente e intentas establecer vínculos con ellos. Ya te lo he dicho, ¿no? Deja de lado todo lo que no te haga falta.”

“Sí, pero…”

“Pero lo que estás haciendo ahora es justo lo contrario. Estás empezando a interesarte por mí y a querer saber más cosas. Estás intentando añadir más a la carga que llevas. Eres un estúpido sin remedio.”

Sion no podía entender lo que estaba diciendo Nezumi. Lo confundía más que cualquier libro de texto que hubiese leído.

“Nezumi, no entiendo de qué estás hablando,” dijo con sinceridad. Nezumi sólo se encogió de hombros levemente.

“Cuanto más sabes, más vínculos emocionales estableces. Entonces, ya no seríamos desconocidos. Y eso sería un problema para ti.”

“¿Para mí? ¿Por qué?”

“Cuando seamos enemigos, no podrías matarme.” Había indicios de risa en su tono de voz. Sion clavó los pies con firmeza en la desgastada moqueta.

“Mientras estabas ahí hablando de tus emociones, podría haberte clavado un cuchillo en el corazón. Un cuchillo es un arma vieja, pero de vez en cuando viene bien.”

“¿Por qué tenemos que convertirnos en enemigos? Es absurdo. Eso es lo que es estúpido.”

“¿En serio? Yo creo que es bastante probable.”

“¡Nezumi!” dijo Sion alterado.

Una pila de libros cayó con un fuerte ruido. Un ratón saltó al hombro de Nezumi.

“Bueno, si vas a ordenar los libros será mejor que te pongas a ello. Una semana se pasa en nada. Me voy a trabajar.” Nezumi se dio la vuelta y salió por la puerta. Sion sintió como la tensión abandonaba su cuerpo. Tenía frío y estaba pegajoso. Hablar con Nezumi lo alteraba tanto que siempre acababa cubierto de un sudor frío. Sion se humedeció los labios.

“Ni siquiera sé en qué trabajas,” murmuró para sí mismo. “Sólo quería saber. ¿Quién es el idiota aquí?” Se quedó un rato pensando en eso y se puso a ordenar los libros.

“Sion.” La puerta se abrió y escuchó a Nezumi. Un par de guantes volaron hacia él.

“Si no te pones nada en las manos acabarás rompiéndote una uña.” La puerta se cerró antes de que Sion pudiese darle las gracias y la habitación se volvió a quedar en silencio. El acto casual de amabilidad o las palabras frías de hacía unos minutos - ¿cuál de las dos se suponía que tenía que creer? Sion no tenía ni idea. Por eso era por lo que quería saber. Sion se puso los guantes y levantó unos cuantos libros del suelo.

Claro. No está de más llevar guantes haciendo este tipo de trabajo. Otra cosa que no sabía.

Sólo quieres información que puedas convertir en números. Es la única forma en la que has intentado entender a las personas. Esas palabras se negaban a irse de su cabeza. Ese método de analizar a la gente a través de datos era algo que Sion había aprendido a hacer en No. 6 desde que se había calificado en los exámenes para los niños y se le habían otorgado sus privilegios.

El cuerpo humano está formado por 274 tipos diferentes de células, siendo en total unos 60 billones. Se acordaba perfectamente de los nombres, formas y funciones de cada una. Sabía dónde estaba situado y las funciones de cada órgano, y también sabía como funcionaba la transmisión de señales entre la amígdala cerebral, el córtex y el hipocampo.

Pero no le servía de nada. No importaba las vueltas que le diese, no conseguía entender a la persona con la que había estado viviendo casi un mes.

¿De verdad pensaba Nezumi qué, algún día, iban a convertirse en enemigos? ¿Qué acabarían matándose el uno al otro? ¿Era posible? Las palabras y acciones de Nezumi siempre estaban envueltas en misterio, y eso confundía enormemente a Sion.

No conseguía entenderle. Por eso quería saber cosas acerca de él. Quería conocer la parte de Nezumi que no podía convertirse en números o símbolos. Sion sacudió la cabeza. Los ratones se movían de un lado a otro entre sus pies. Tengo que parar. Darle vueltas no me va a servir de nada. Ahora tengo que pelearme con estos libros.

No tardó mucho en empaparse de sudor. Le dolía la espalda y le pesaban los brazos. Pero lo que interrumpió el trabajo de Sion no fue ni el dolor ni el cansancio, si no las páginas de los libros que ojeaba. Podía encontrarse una historia por pura casualidad y encontrarse a sí mismo sentado en el suelo para leer el resto. Totalmente abstraído, había perdido la noción del tiempo. Y cada vez, un ratón se le subía encima de la página que estuviese leyendo como si le estuviese echando la bronca.

“Espera un momento. Acabo esta parte y lo dejo.”

¡Cheep cheep!

“Vale, vale. Tú ganas. ¿Contento?”

Y al tercer día lo encontró debajo de un diario científico. Una caja pequeña y plateada. Su kit de emergencia.

En aquella noche de hacía cuatro años, Nezumi había aparecido, chorreando, en su habitación. Con el hombro sangrando, el chico empapado que tenía delante parecía que iba a caerse redondo al suelo. Sion lo había ayudado sin pensárselo. Su instinto protector había sido tan fuerte que incluso se había olvidado de tenerle miedo al extraño. Ese sentimiento no había cambiado incluso después de descubrir que era un VC –un criminal que la ciudad consideraba violento y peligroso. Sion había acogido a Nezumi y había tratado sus heridas. Ni siquiera lo había dudado. No había podido evitarlo. Como consecuencia, Sion había perdido la mayor parte de las cosas que tenía junto con sus privilegios.

Aquella noche, Sion le había curado la herida de bala con aquel kit de emergencia. Al día siguiente, Sion se dio cuenta de que faltaban cuatro cosas – la camiseta roja, la toalla, el kit de emergencia y el propio Nezumi. De aquellas cosas, dos habían vuelto a sus manos. Aunque quizás no era lo más adecuado decir que Nezumi había ‘vuelto a sus manos’. Sion había sido el que había caído en una trampa y había estado apunto de entrar en el Correcional – Nezumi era el que lo había salvado y sacado de No. 6.

No ha sido él el que ha vuelto. He sido yo el que se ha refugiado aquí. Esa era la realidad. Había caído desde la Ciudad Utópica – Santa, según algunos – a aquella habitación subterránea en la que no brillaba el sol. Probablemente nunca podría volver, legalmente, a No. 6. Había dejado a su madre allí. ¿Seguía Karan pensando en él después de haberse convertido en un criminal y haber escapado? Sion sabía que no servía de nada pensar en ello, pero, aún así, no podía evitar que le doliese el corazón.

No podía deshacerse de todo como Nezumi. No podía cortar todos sus vínculos. No podía vivir sin ellos. Tenía que agarrarse a algo o acabaría derrumbándose. Tenía que tener a alguien en su corazón o acabaría volviéndose loco.

Sion levantó la tapa de la caja. Parecía que el esterilizador automático seguía funcionando. Un escalpelo y un rollo de vendas brillaban bajo la luz rojiza de la lámpara. Un sentimiento de nostalgia, como si acabase de encontrarse con un viejo amigo, le llenó el pecho.

¡Cheep cheep! ¡Chit chit chit!

“¿Qué? Vale vale, ya voy. Geez, eres muy estricto.” Sion se rió. En respuesta, el ratón se levantó sobre sus patas traseras y dio un pequeño chillido.

Durante la semana, Sion había conseguido ordenar la mayoría de los libros que había por el suelo. Seguía habiendo muchos libros por el suelo porque no cabían todos en las estanterías, pero por lo menos había mucho más espacio.

“¿Qué te parece?” preguntó Sion hinchando el pecho con orgullo. Nezumi estaba tirado en una silla. Bostezó.

“El kit de emergencia, un par de mantas, una taza y una estufa vieja. ¿Eso es todo lo qué has encontrado?”

“Es bastante,” respondió indignado.

“Que mala suerte que no hayas encontrado una autorización para entrar en No. 6.”

Sion se puso delante de Nezumi y le miró directamente a los ojos. Si iba a hablar tenía que mantener la mirada en él. Era una de las cosas que había aprendido en el mes que había vivido con Nezumi. Sion se inclinó y agarró los reposa brazos de la silla.

“¿Qué?”

Sion no dejaba a Nezumi ver lo que había detrás de él. Nezumi se movió incómodo en la silla.

“Nezumi, mi madre sigue en No. 6. Es el único pariente que tengo. No me importa lo que puedas reírte de mí por eso, pero no puedo olvidarme de ella sin más. Pero – pero déjame decirte esto. No me interesa volver a vivir en la ciudad. Aunque alguien me dijese que en un tiempo podría volver, no querría volver a ser un ciudadano legal. Hablo en serio – no quiero volver.”

Los ojos grises que miraban a Sion no parpadearon ni una sola vez.

“Habías dicho que mi vida en No. 6 era mentira. He podido comprobarlo por mí mismo y no quiero volver a una vida que no es verdad y que sólo aparenta ser pacífica.”

“¿Intentas decirme que estás preparado para vivir fuera de la Ciudad Sagrada?”

“Sí.”

“¿Sabes qué tipo de lugar es este?”

Dudó a la hora de contestar. Los labios de Nezumi se curvaron en una sonrisa fría.

“No sabes nada,” dijo con suavidad. “No sabes lo que es pasar hambre, temblar de frío, que se infecte una herida porque no la has limpiado con frecuencia; no sabes el sufrimiento que se pasa cuando esa herida se llena de gusanos y empiezas a pudrirte vivo; no sabes lo que se siente al ver a alguien morir delante de ti sin que puedas hacer nada para ayudarlo. No sabes absolutamente nada. Lo único que haces es decir cosas que suenan bien. ¿Dices qué lo has comprobado por ti mismo? Lo único que has hecho es quitar una capa de la ciudad y ver que había debajo y ya estás actuando como si lo supieses todo. Puede que sea una ciudad llena de mentiras, pero en No. 6 tenías una cama, comida y agua limpia. Tenías hospitales, salones recreativos y sitios para estudiar. Todo lo que las personas que viven aquí nunca podrían tener sin importar cuanto se esfuercen. ¿Y dices que no te une nada a eso? Eso es muy arrogante por tu parte. O eso, o eres un mentiroso.”

Sion tomó aire y agarró con más fuerza los reposa brazos. 

“Puede que sea un arrogante – pero no estoy mintiendo. Dejando de lado el tipo de sitio que sea, sigo queriendo vivir aquí. No es porque haya tenido que huir de No. 6 como un criminal. Aunque no hubiese tenido que hacerlo – sin importar lo malo que pudiese ser este sitio, quiero quedarme aquí.”

“¿Por qué razón?” preguntó Nezumi. “Si no estás mintiendo ni quieres impresionarme con una respuesta modelo, ¿qué es lo que te lleva a tomar esa decisión?”

“Me atraes.”
“¿Eh?”

“Sabes cosas que yo no sé. Me has enseñado cosas que no me había enseñado nadie hasta ahora. No puedo decirlo bien, pero-” dudó. “Me atraes. Mucho. Por eso quiero quedarme aquí. Quiero ver lo que ves tú, comer lo que comes tú y respirar el mismo aire que tú. Quiero tener en mis manos lo que no podría conseguir nunca en No. 6.”

Nezumi parpadeó dos veces con lentitud. Entonces se puso una mano en la frente y negó suavemente con la cabeza. 

“Sion, llevo notándolo desde hace un tiempo, pero-”

“¿Sí?”

“Te expresas peor que un chimpancé.”

“Según lo que he oído, el genoma de los humanos sólo se diferencia del de los chimpancés en un 1,23%,” dijo Sion sin inmutarse. “Creo que no deberías burlarte de los chimpancés.”

“Me estoy riendo de ti. Idiota. ¿No sabes qué expresiones usar o que?”

“¿He dicho algo raro?”

“No uses palabras como ‘atraer’ tan fácilmente. Es una palabra muy grande e importante. Se supone que sólo tienes que usarla con una  persona especial e irremplazable en tu vida.”

“¿Entonces como se supone qué tengo que decirlo? ¿Te digo qué te quiero?”

Nezumi soltó un largo suspiro con exasperación. “No importa,” murmuró. “Me saca de quicio hablar contigo. Toma,” le puso a Sion en las manos un libro bastante grueso y se levantó. “Hamlet. Léelo.”

“Ya lo he leído.”

“Entonces vuélvelo a leer. Aprende unas cuantas palabras por el bien de tu vocabulario.”

“¿Tan mal ha sonado lo que he dicho?”

Nezumi habló más deprisa.

“Sólo estás fascinado por las cosas nuevas. Eres como un crío que ha descubierto un planeta nuevo o un nuevo tipo de bacteria. Sólo te pica la curiosidad porque has conocido a alguien que es completamente diferente a todas las demás personas que has conocido. Eso es lo que pasa. Ni te atraigo ni me quieres. Sólo tienes curiosidad al respecto del nuevo tipo de animal que has descubierto. ¿Ni siquiera puedes diferenciarlo?”

Eran palabras duras. Palabras duras que eran como espinas en los oídos de Sion.

“No confío en ti,” dijo Nezumi.

Sion levantó la cabeza y su mirada se encontró con la de Nezumi. Se había estado mordiendo en labio sin darse cuenta.

“No confío en nada de lo que dices. Eres alguien que ha vivido una vida artificial desde que nació. Y es muy arrogante por tu parte decir que puedes deshacerte de eso tan fácilmente. – Sion,” dijo de repente. “Cuando trabajabas en el parque tenías que seguir un ritual todas las mañanas, ¿verdad?”

El ritual siempre era lo primero en la lista de Sion al empezar la jornada. Tenía que poner la mano sobre la imagen del ayuntamiento – la Lágrima de la Luna – que había en el monitor del panel de control y jurar lealtad.

“Juro fidelidad absoluta a la ciudad de No. 6.”

“Nuestra gratitud por tu lealtad. Haz tu trabajo con sinceridad y enorgullécete de ser un buen ciudadano.”

Eso era todo. Tenía que repetirlo cada mañana. Era algo que lo había incomodado bastante. Le hería el orgullo tener que repetir esas palabras banales y llevar a cabo un ritual que le parecía estúpido.

Nezumi soltó una risita.

“Lo odiabas, ¿verdad?”

“Sí.”

“Te ahogaba que te obligasen a jurar lealtad, ¿verdad?”

“Ahora que lo dices… sí.”

“Pero lo soportabas,” dijo Nezumi. “En lugar de rebelarte, repetías el juramento todas las mañanas, sin que las palabras significasen nada para ti, y fingías que no te molestaba. Déjame decirte algo, Sion: las palabras no son algo que puedas usar sin más. No puedes dejar que te obliguen a decir algo y no hacer nada al respecto. Pero no lo sabes. Por eso no voy a confiar en ti.”

Nezumi alargó la mano hacia él. Le tocó la mejilla.

“¿Ha dolido?” preguntó con suavidad.

“Un poco.”

“No tengo nada contra ti. Ni tampoco te odio.”

“Lo sé…” dijo Sion en voz baja. “Hasta ahí llego.”

“Sion.”

“¿Hm?”

“¿Te apetece salir?”

Acarició el pelo de Sion.

“Ya te has recuperado, ¿no? ¿Quieres ver con tus propios ojos el sitio en el que has decidido vivir?”

Nezumi retiró la mano con lentitud. Varias hebras blancas se le quedaron pegadas en los dedos. El pelo de Sion aún tenía cierto brillo a pesar de haber perdido el color, y, a ciertos ojos, suponía que era bonito. Pero sentía que era una belleza cruel. En una sola noche, el pelo se le había vuelto blanco y había adquirido una banda roja parecida a una serpiente que le recorría todo el cuerpo. Lo habían visto unos niños que se habían asustado nada más verlo. No podía olvidar la expresión que tenían. Sus ojos estaban llenos de miedo, igual que los de alguien que había visto a un monstruo. Pero tenía que salir. Quería ver el mundo en el que iba a vivir con sus propios ojos, escuchar los sonidos con sus propios oídos, oler con su nariz y sentir con su piel. Entonces, quizás, podría volver a hablar de ello con Nezumi.

Quiero vivir aquí sin importar que tipo de sitio sea. Prefiero vivir aquí aunque tenga que luchar a vivir en un mundo lleno de mentiras y obligado a repetir palabras banales…

“Podemos teñirte el pelo si va a hacer que te sientas mejor,” dijo Nezumi. “Negro, marrón, verde – del color que más te guste. ¿Qué quieres hacer?”

“No, está bien así.”

“¿Vas a dejártelo así?”

“Sí, voy a dejármelo así. El pelo blanco no está tan mal. Imagino que es mejor que estar calvo.”

Nezumi bajó la cabeza. Le temblaban los hombros.

“Eres gracioso, ¿lo sabías?” dijo con la voz temblando por estar aguantándose la risa. “Lo digo en serio.”

“¿Lo soy?” dijo Sion dudando. “Nunca me había dicho nadie que soy gracioso….”

“Se te da bien esto de la comedia. Deberías dejar esos libros de teoría y estudiar comedia.”

“Me lo pensaré.”

“Deberías. Bueno – mañana saldremos.”

“Vale,” aceptó Sion.

“Y hay un sitio al que tienes que ir sí o sí.”

“Latch Building,” contestó Sion por él.

Sbr LK-3000 Latch Bl. 3p. No es seguro. -k


Era una nota de Karan, una codificada – Sion no sabía a que se refería o quien iba a estar ahí.

“¿Has encontrado dónde está en Latch Building?”

“No,” contestó Nezumi. “Aquí los edificios no están numerados. Pero, hace tiempo, esto era una ciudad decente y he podido conseguir un mapa de aquel entonces. Y hay una región marcada como LK-3000.”

“Has buscado todo eso…” dijo Sion asombrado.

“Para matar el tiempo.”

“No creo que te sobre el tiempo. Siempre pareces estar muy ocupado-”

“Oh, y escribe una carta,” interrumpió Nezumi sin darle importancia.

“¿Eh?”

“Para tu mami. Pero que no pase de 15 palabras. Una nota simple. Este ratón dice que echa de menos el pan casero de tu madre.”

“¿Vas a mandar la carta por mi?”

“La nota más bien,” dijo con brusquedad. “Menos de 15 palabras. No puedo garantizar que llegue.”

“Nezumi.”

“¿Qué?”

“Gracias.”

Nezumi se separó de Sion y lo miró horrorizado.

“¿Podrías dejar de mirarme así? Me da mal rollo. Lo que tenga que pasar mañana, pasará mañana. Voy a darme una ducha. Ah, y antes de escribirle a tu mami, léele una historia a este chiquitín, que lleva un buen rato esperando.”

Nezumi desapareció en el baño. Sion se sentó en una silla y abrió el libro que le había dado antes. Le llegó el olor del papel. Se sumergió en sus páginas enseguida.

Si por mí sentiste algún cariño,
abstente de la dicha por un tiempo
y vive con dolor en el cruel mundo
para contar mi historia.[1]

Hamlet exhaló su último aliento en los brazos de su amigo. Sion cerró el libro con lentitud. Escuchaba llover. Se preguntó por qué siempre parecía meterse a través de las paredes en la habitación subterránea. Parecía el sonido suave de la música.

Y vive con dolor en el cruel mundo – quizás era lo que significaba vivir en ese mundo – sufrir dolor. Y Nezumi lo sabía. Lo tenía arraigado en el cuerpo. Un ratón empezó a hacer ruiditos a sus pies.

“Oh, perdona. ¿Cuál quieres que lea?”

El ratón le trepó hasta la rodilla y frotó las patas de delante.

“¿Quieres qué te lea este libro?”

Cheep.

“Mira que te gustan las tragedias. ¿Por qué no eliges algo más divertido?”

Se cruzó de piernas con el ratón aún en su rodilla.

“Léele la tragedia,” dijo Nezumi a su espalda. Ni siquiera se había dado cuenta de que Nezumi había salido del baño. No había escuchado nada ni había sentido ninguna presencia.

“Tienes una buena voz. Y a este pequeño le encanta que le lean. Y le encanta escucharte leer tragedias.”

“¿En serio?”

El ratón le miró y parpadeó. Sion supuso que era su forma de decir que sí.

“Vale, vale. Entonces, empezando en el acto 5-”

“Shh-” Nezumi le tapó la boca a Sion con la mano húmeda. “He oído algo.”

“¿Eh?”

Antes de que Sion pudiese preguntar qué era, lo escuchó. El sonido de pasos bajando por las escaleras. Estaban llamando a la puerta. Alguien estaba tocando a la puerta con rapidez, pero no con fuerza.

Un niño.

Un niño estaba llamando a la puerta con desesperación. Sion se levantó y se dirigió a la puerta.

“No tan rápido.” Nezumi le detuvo. Miraba a la puerta con precaución entre el flequillo húmedo.

“No abras la puerta todavía.”

“¿Por qué no?”

“Es peligroso. No abras la puerta sin nada para defenderte.”

“Es un niño. Y es urgente. Tiene que haber pasado algo.”

“¿Cómo puedes estar tan seguro? Cualquier soldado armado podría tocar en la mitad inferior de la puerta sin ningún problema.”

La mirada de Sion pasó de Nezumi a la puerta.

Ayudadme.

Creyó escuchar una leve voz suplicando. Tragó saliva. Quitó el pestillo y cogió el pomo de la puerta.

“¡Sion!”

Abrió la puerta. Una ráfaga de aire frío entró en la habitación. Estaba oscureciendo y soplaba un viento frío.

Una niña estaba allí de pie. Tenía los ojos llenos de lágrimas cuando miró a Sion. La había visto antes. Vivía en las barracas que había bajando la cuesta. Era la chica que no había podido olvidar – la chica que se había asustado al ver el pelo blanco de Sion y la cicatriz roja que le envolvía el cuello. La primera vez que esos ojos lo habían mirado, lo habían hecho como si fuese un monstruo. Pero ahora, esos ojos marrones y grandes estaban llenos de lágrimas y no mostraban ningún signo de tener miedo. En lugar de eso, brillaban con urgencia.

“Ayudadme – por favor – se está muriendo.”

Sion cogió de la mano a la niña y empezó a subir las escaleras. Gritó por encima del hombro.

“¡Nezumi, trae el kit de emergencia y algunas mantas!”

Entonces salió corriendo fuera, dentro del bosque de ramas desnudas y hojas caídas.


[1] Shakespeare, William. Hamlet, Prince of Denmark.

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