jueves, 23 de febrero de 2012

No. 6 Vol 3 Capítulo 1

Bueno, después de unos cuantos siglos, por fin está terminado el capítulo xD. Lo que tiene tener que estudiar, que te lías con todo lo que no tienes que hacer. El jueves que viene acabo exámenes, así que imagino que después de eso podré cogerle el ritmo otra vez a esto, aunque no prometo nada que puede que la motivación para seguir se vaya por donde ha venido xD

Y ale, ya dejo de enrollarme que sé que esto os importa más bien poco, que lo que os importa es el capítulo xD 




 Capítulo 1
Los preciosos…

¡Vamos! Engañemos con afire risueño.
Falso rostro esconda a nuestro falso pecho.
-Macbeth, Acto 1 Escena 7


El cielo estaba azul y brillante. Los rayos del sol, casi al mediodía, eran amables y cálidos. Era una tarde templada que hacia parecer que el frío de unos días atrás había sido que un sueño.

Sion levantó la cara y entrecerró los ojos al mirar al cielo azul.

Pensó que era precioso.

El cielo era precioso. La blancura cegadora que reflejaban las ruinas era preciosa. Las burbujas que salían flotando de las espuma del jabón era preciosa. El pelo mojado de los perros recién lavados era precioso.

Todas las pequeñas cosas que le rodeaban eran preciosas. Una única burbuja flotó y de deslizó con la suave brisa.

“Hey, deja de vaguear,” escuchó decir a Inukashi. “Aún quedan un montón de perros. Sigue distrayéndote así y no habrás lavado ni la mitad antes de que se haya hecho de noche.”

Como dándole la razón a Inukashi por haberle llamado la atención, un perro enjabonado gruño.

“Oops, lo siento.”

Sion volvió a hundir las manos en la espuma y lavó al perro a conciencia con la punta de los dedos. Para el perro era una sensación muy agradable, prueba de ello es que había cerrado los ojos y tenía la boca medio abierta. Ese día era la segunda vez que Sion se encargaba de lavar a los perros, pero ya había aprendido que éstos podían tener muchas expresiones faciales. También tenían personalidades muy distintas: unos eran vagos, otros diligentes; unos nerviosos, otros muy tranquilos; podían ser afables, impacientes – todo aquello era nuevo para él.

El perro blanco que estaba lavando ahora era una hembra bastante vieja. Era amable e inteligente y le recordaba a la típica anciana sabia que siempre aparece en los cuentos.

“Sion, tardas mucho con cada perro. ¿Cuánto tardas en lavar uno?” Inukashi, con el pelo recogido en una coleta y la nariz manchada de jabón, hizo una mueca.

“Los alquilas como mantas, ¿no?” Respondió Sion. “Entonces tienen que estar bien limpios.”

“Un lavado rápido es suficiente. Los clientes tampoco es que estén precisamente limpios los muy capullos, ¿sabes?”

Una parte de un edificio que era un hotel y que estaba casi derruido aún se podía usar como tal. Inukashi le alquilaba ese espacio a la gente que no tenía donde ir. Alquilaba los perros preparándose para el invierno que se acercaba. Los clientes se pasaban la noche entre varios perros, y así evitaban congelarse hasta morir. A Sion lo había contratado para lavar esos perros.

“Inukashi, no creo que esa sea la mejo forma de hablar de tus clientes.”

“¿Eh? ¿Qué has dicho?”

“No creo que sea bueno llamar a tus clientes capullos o decir que están sucios.”

Inukashi se restregó el dorso de la mano contra la nariz y estornudó.

“¿Eres mi madre o qué, Sion?”

“No, me has contratado para lavar tus perros.”

“Entonces eso me hace a mi el jefe y a ti el empleado. Y tu trabajo consiste en hacer lo que te digo y tener la boca cerrada.”

Inukashi le quitó el perro de las manos a Sion y empezó a enjuagarlo con rapidez echándole agua que había cogido del río por encima.

En la parte trasera de las ruinas pasaba un río pequeño y  limpio. No mucho después de que Sion hubiese escapado de No. 6 hasta el Bloque Oeste había estado a punto de morir por la avispa que tenía dentro. Y aunque la mayor parte del tiempo había estado inconsciente y con una fiebre muy alta, recordaba el sabor del agua fría y deliciosa que le habían hecho beber varias veces.

Cuando le había dado las gracias a Nezumi por darle agua y haberse encargado de él, éste le había dicho bruscamente que había un manantial decente cerca. Quizás ese manantial provenía de este río.

“Inukashi, no hagas eso. Todo el jabón está yendo a parar al río.” Sion le agarró a toda prisa las manos a Inukashi. Cayó un poco de espuma al río y se alejó con la corriente.

“¿Y qué?”

“Todos beben de este río, ¿no?”

“Bueno, sí, claro. No tenemos aparatos que nos proporcionen agua limpia y a la temperatura adecuada con sólo pulsar un botón. Todos cogen el agua directamente del río.”

“Entonces no puedes ensuciarlo. Es malo para la gente que vive más abajo.”

Inukashi se quedó mirando a Sion.

“¿Y por qué debería importarme la gente que vive más abajo?”

“Bueno, quería decir…” Sion titubeó. “Si sabes que la gente que vive más abajo va a beber de aquí, lo normal es que no quieras ensuciarlo, ¿no?”

“¿Normal? ¿Según los estándares de quién, Sion? Esto es el Bloque Oeste. No sobrevivirías aquí poniendo a los demás antes que a ti mismo.”

“Ya, pero tampoco hace falta ensuciarlo,” protestó Sion. “Podemos hacer lo de ayer, poner el agua en unos barreños y lavar a los perros allí.”

“Ayer sólo lavamos perros pequeños. Y, para tu información Sion, ayer teníamos que haber terminado con todos los perros. Que te tomes tu tiempo nos perjudica, lo entiendes, ¿verdad?”

“Sí.”

“Aparte de que eres muy lento, los perros que estamos lavando hoy son grandes. Y eso no es todo – hay muchísimos. ¿Lo vas captando? Si vamos sacando el agua en barreños y lavándolos uno a uno nos vamos a tirar la vida.”

Entonces Inukashi se detuvo y se encogió de hombros.

“Pero si quieres ponerte a sacar agua del río tú solito hazlo, no me voy a meter.”

“Vale. Lo  haré.”

“Es un trabajo pesado.”

“Lo sé.”

“Y sólo te pago por lavar a los perros. Sacar el agua es algo que haces porque quieres.”

“No me importa.”

“Bueno, pues ya te puedes ir poniendo. Me voy a comer.”

El perro blanco se sacudió con fuerza salpicando agua en todas direcciones. Sion cogió la palangana que Inukashi le había tirado y la llenó de agua.

“Sion,” dijo Inukashi de repente.

“¿Hm?”

“¿Por qué?”

¿”Por qué, qué?”

“¿Por qué no debería hablar de mis clientes? ¿Por qué me tengo que preocupar por la gente que vive más abajo?”

Sion miró a Inukashi que estaba sentado en una pila de escombros.

“Porque somos iguales.”

“¿Iguales?”

“Son personas como nosotros, así que-”

Inukashi echó la cabeza  hacia atrás  y empezó a reírse. Su voz hizo eco y ascendió hacia el cielo azul. Varios perros empezaron a ladrar, nerviosos.

“Personas como nosotros, ¿eh? Ha, ha que gracioso. Es la primera vez que oigo eso en toda mi vida. Sion, ¿en serio piensas eso?”

“Sí. ¿Algún problema?” dijo Sion con firmeza.

Inukashi se bajó de la pila de escombros y se acercó a él. Tenía una figura bastante pequeña y le llegaba a Sion a la altura del hombro. Los brazos delgados y las piernas sobresalían  de su ropa negra, y tenía la piel muy morena.

“¿Así que los cerdos de mis clientes y los críos que sacan agua de aquí son iguales que nosotros?”

“Sí.”

“¿Tu y yo somos iguales?”

“Sí.”

Inukashi levantó el brazo y lo extendió en dirección al sol.

“¿La gente que vive en No. 6 son iguales que nosotros?”

Sion asintió despacio y contestó.

“Sí.”

La piel suave y morena de Inukashi brillaba bajo el sol y el flequillo le ensombrecía la frente y los ojos. Debajo del flequillo, los ojos marrones parpadearon unas cuantas veces, mirándolo.

“Sion, vas a morir.”

“¿Eh?”

“¿Tienes la cabeza en las nubes o algo de eso? Si sigues creyéndote esa fantasía no vas a sobrevivir mucho tiempo aquí.”

“Nezumi dice lo mismo,” dijo Sion. “Que tengo la cabeza en las nubes.”

“Las nubes no están lo bastante lejos. Más bien tienes la cabeza en otro planeta o algo de eso. No se dónde están los otros planetas, pero están muy lejos, ¿verdad? Y a veces ardes, así  sin más, incluso antes de llegar.”

“Nunca he estado en el espacio, pero sí, supongo que está muy lejos.”

Inukashi trepó con destreza por las ruinas y se sentó con el cielo azul a su espalda. Dejó las piernas colgando por el borde y habló en voz baja como si estuviese hablando para sí mismo.

“Me pregunto por qué te soporta Nezumi. Odia al a gente que no hace más que hablar y que no es realista.”

“Inukashi, ¿eres alguien cercano a Nezumi?”

“¿Cercano? ¿Qué quieres decir con cercano?”

Sion arrastró la palangana llena de agua por el camino de hierba seca y escombros y lo vació en el barreño de metal.

“Me refiero a si sabéis mucho el uno del otro.”

“Oh, si te refieres a eso, no. La cola de ese perro es más grande que todo lo que sé de Nezumi, y tampoco es que me interese saber sobre él.” Mientras hablaba, Inukashi señaló al cachorro marrón que estaba a los pies de Sion. Tenía la punta de la cola blanca.

“Creía que erais amigos, pero supongo que estaba equivocado…”

“¡Amigos!” Exclamó Inukashi con incredulidad. “Otra palabra que no oigo muy a menudo. Amigos. Hah, ridículo. Nezumi sólo viene cuando quiere información que hayamos recogido los perros o yo. Le doy información y  me paga. Eso es todo.”

Inukashi se quedó en silencio. Dejó vagar la mirada, se encontró con la de Sion y la apartó.

“Hay algo más aparte del intercambio de información y dinero,” dijo Sion. No era una pregunta, era una afirmación.

“Uh – bueno,  de vez en cuando – canta para mí.”

“¿Canta?”

“Tiene buena voz. Así que… le digo que cante. A veces cuando uno de mis perros muere – no pasa nada si ya está muerto cuando te despiertas, pero  - a veces están enfermos o heridos y no se mueren sin más… sufren. Les duele mucho y están quejándose toda la noche. Entonces es cuando le digo que cante. No sé como se llama la canción. Pero – no sé cómo describirlo – no sé. ¿Cómo sería?” Inukashi murmuró para sí.

“¿Cómo es?”

“¿Eh?”

“La canción de Nezumi. La voz de Nezumi. Si tuvieses que compararla con algo, ¿a qué sería?”

Inukashi inclinó la cabeza y pensó en silencio. Sion siguió cargando palanganas llenas de agua, también en silencio. Hizo varios viajes entre el río y el barreño de metal, y cuando ya había llenado más de la mitad, Inukashi volvió a hablar.

“¿El viento, quizás…?” dijo dudoso. “Un viento que viene soplando desde muy lejos… sí,  su canción roba las almas que están luchando porque no pueden morir. Al igual que el viento se lleva los pétalos de las flores, su canción separa el alma del cuerpo. Cualquier perro, no importa lo que esté sufriendo, cierra los ojos y se queda callado. Crees que se ha calmado, pero la verdad es que ha dejado de respirar. Mueren tranquilos, como si el sufrimiento no hubiese sido más que un sueño.” Hizo una pausa. “Con mi madre fue igual.”

“¿Tu madre está muerta?”

“Sí. La mataron uno de los críos que viven mas abajo, esos para los que, según tú, no debería ensuciar el agua. Le tiraron piedras y le pegaron con una rama. Pero mi madre también tuvo parte de culpa. Intentó robarles la cena. Se coló en su casa y la pillaron con la carne seca en la boca. Cuando consiguió escapar y volver aquí tenía las patas de delante y las costillas rotas y sangraba por la boca. No se pudo hacer nada por ella.”

Sion se secó el sudor de la frente al terminar de llenar el barreño. No entendía lo que había dicho Inukashi.

“Inukashi, con eso de patas de delante… te refieres a las de tu madre, ¿no?”

“Sí. Es un perro.”

“¿Un perro?”

Sion se quedó con la boca abierta. Inukashi le miró y empezó a reírse. Su voz se escuchaba alta y clara.

“Me abandonaron aquí cuando era un bebé,” explicó. “El hombre que me recogió era un tío raro que vivía aquí con los perros, y me crió con ellos. Mi madre me dio de mamar. Me lavaba y se acurrucaba conmigo para dormir. Cuando hacía frío, se acercaba a mí y a mis hermanos – sus cachorros – y nos protegía del frío. Siempre solía decirme, pobrecita, no tienes pelo – pero por lo menos estás fresquita en verano y no tienes pulgas. No dejaba de repetírmelo, y me lamía hasta que estaba limpio.”

“Seguro que era una madre genial,” dijo Sion con suavidad. “Amable y atenta.”

Inukashi parpadeó varias veces.

“¿De verdad lo crees, Sion?”

“Sí. Te cuidaba. Como no tenías pelo te protegía del frío para que no murieses congelado.”

“Sí. Mi madre siempre era muy amable. Aún recuerdo la sensación de su lengua. Era cálida y húmeda... que gracioso, no puedo olvidarlo.”

“Es un regalo. Un recuerdo.”

“¿Eh?”

“Un regalo de madre a hijo. Los recuerdos que te dejó tu madre.”

Inukashi dejó de balancear las piernas y levantó la barbilla.”

“Nunca lo había pensado así…” dijo pensativamente. “Un regalo, ¿eh…?”

Sion se arrodilló en la orilla del río y bebió un poco de agua.

Estaba fría. Le recorrió el cuerpo. Estaba deliciosa.

Ah, sí. Es esta agua.

Era el agua que había sido como un elixir para él después de su lucha con la avispa carnívora. No sólo su cuerpo – desde el mismo momento que el agua le había bajado por la garganta y había notado que estaba deliciosa, Sion se sintió como si hubiese revivido. Era lo que creía.

Esa agua estaba conectada con el significado de estar vivo. Esa frescura, ese sabor. Estaba conectada a la voz que le había dicho no mueras, vive, vuelve a levantarte.

Por eso lo recordaría para siempre. Era algo imposible de olvidar. Dentro de Sion, esa voz y esa agua habían echado raíces, y continuaría creciendo sin marchitarse. A veces,  llegaba a la superficie de su consciencia, y cada vez le susurraba.

No mueras. Vive. Vuelve a levantarte.

Era un regalo, un recuerdo, sin ninguna duda.

“Te traeré algo de comer.”  Inukashi se levantó y le dijo en un tono de voz que sonaba a orden. “Será mejor que hayas terminado con el negro cuando haya vuelto. No te voy a dejar comer hasta que hayas terminado.”

“Vaya, hasta me das de comer. Que amable por tu parte.”

“No le doy esto a todo el mundo, ¿sabes? Un menú completo. Y por completo me refiero a dos cosas: pan y fruta seca.”

“Más que suficiente.”

Pasando un cepillo por el pelo negro del perro, Sion le sonrió a Inukashi. Habían pasado unos cuantos meses desde que había escapado al Bloque Oeste, y el hambre crónica era algo que siempre iba con Sion. A veces deseaba poder hartarse a comer carne, pescado, huevos y, sobre todo, el pan y los pasteles que hacía su madre. Pero en contraste, las cosas que ni siquiera habían sido comida para él – sopa hecha con las puntas de las verduras, pan al que le había empezado a salir moho – le hacían la boca agua y eran más que suficiente para saciarle.

Poder comer algo es más que suficiente.

Allí, todo el mundo pasaba hambre. Pasaban hambre, se congelaban y morían. Sion sabía el valor que tenía la rebanada de pan que Inukashi estaba apunto de darle.

Levantó la vista al cielo. El Sol brillaba. La misma luz brillaba también sobre No. 6. En su antiguo puesto de trabajo en el Parque Forestal, en el área residencial de Chronos, en Lost Town donde vivía su madre, y allí, en el Bloque Oeste brillaba la misma luz. Pero las cosas eran diferentes. Muy diferentes.

Separados por una pared hecha de una aleación especial, la prosperidad y la pobreza estaban una frente a la otra. Vida y muerte. Luz y oscuridad. A la misma hora que se estaba dando una fiesta extravagante en No. 6, mientras la gente tenía delante numerosos platos muy elaborados, en una esquina del Bloque Oeste una persona envuelta en harapos moría de hambre. Mientras los niños en No. 6 se acostaban a dormir en sus camas en sus habitaciones climatizadas, los niños en los barracones del Bloque Oeste se juntaban los unos a los otros para evitar morir del frío.

Era la verdad que Sion había visto con sus propios ojos. Había muy pocas cosas que, al igual que el Sol, estaban repartidas por igual.

“Entonces ponte a trabajar,” escupió Inukashi dándose la vuelta y desapareciendo en las sombras de las ruinas.


Todo lo que quedaba de la entrada, que una vez había estado flanqueada por unas gruesas puertas de madera, eran un par de bisagras oxidadas. Cada vez que soplaba el viento se escuchaba el ruido que hacían al chirriar. Inukashi pasó por la entrada y subió por las escaleras que llevaban al segundo piso. Algo relacionado con su construcción había permitido resistir a los elementos a esa parte del antiguo hotel. Pero, aunque había resistido, el yeso se había caído de las paredes y los pasillos y el techo estaban llenos de grietas.

Los edificios también estaban vivos. En el momento en que los abandonan, empiezan a decaer. Empiezan a morir. Este hotel, que ya estaba en ruinas, seguía decayendo. Se dirigía sin pausa hacia su destrucción sin odiar la crueldad de los humanos ni lamentar su destino.

Inukashi se preguntaba de vez en cuando que haría cuando el edificio se derrumbase del todo.

El anciano que le había recogido, le había dado la leche de su perro y le había enseñado a hablar y escribir ya no estaba allí. Había salido un día de nieve y ya no había vuelto.

¿Nieve? ¿Estaba nevando? Quizás tronaba ese día. O puede que hubiese sido una mañana ventosa…fuese como fuese, el anciano había desaparecido. Se había esfumado sin ni siquiera despedirse.

No se sentía solo porque tenía a sus perros. Desde aquel día, hasta ahora, había vivido con ellos. No conocía otro hogar. Tampoco conocía otra compañía humana. Nezumi sería igual seguramente. Puede que hubiese estado en más sitios que Inukashi, pero seguramente habría vivido solo, sin conocer a nadie y sin tener la necesidad de hacerlo. Inukashi lo había asumido sin ninguna razón en particular. No tenía ninguna base para sostener su argumento, pero creía que no se equivocaba del todo. Inukashi tenía un buen olfato. Nezumi siempre había olido a soledad. Cuando esa esencia había empezado a cambiar e Inukashi empezó a notar otra esencia mezclada con la de Nezumi, había aparecido Sion.

Era raro. Muy raro. Tenía el pelo blanco y una cicatriz roja. Aunque Inukashi no estaba seguro, había escuchado que la cicatriz le recorría todo el cuerpo, enrollada como una serpiente. Pero, en cuestión de apariencia, había gente mucho más rara que él. Su apariencia no era lo único – Sion era raro por dentro. Dijo que no tenía que ensuciar el agua por los críos que viven bajo. Dijo que somos iguales que la gente que vive en la Ciudad Sagrada. Habló sobre el regalo de los recuerdos. Y no lo hizo sarcásticamente, si no con total seriedad.

Es raro. Muy raro. ¿Por qué Nezumi estaba con alguien tan raro como él?

Inukashi siguió andando por el pasillo hasta llegar a la última puerta.

“Nezumi.”

Nezumi estaba sentado en una silla con los pies encima de la mesa.

“¿No puedes llamar antes de entrar?” dijo Inukashi con irritación. “Creo que a alguien su  madre no le enseñó modales.” Entonces dirigió un puñetazo con todas sus fuerzas a las piernas que estaban encima de la mesa. Nezumi bufó y bajó las piernas de la mesa.

“He llamado antes de entrar. Ese perro me ha dejado entrar.” Había un perro con el pelo a manchas negras tumbado en un rincón de la habitación. Inclinó la cabeza a un lado y bostezó.

“Si has venido a recoger a Sion, llegas pronto. Si sigue al ritmo que va seguramente no acabe hasta la noche.”

“¿Recogerle? Ni de coña.”

“Pero ha tenido problemas con los Despachadores, ¿no? ¿No es peligroso que vaya por ahí solo? Haré que un perro le acompañe a casa de todas formas.”

“Suficiente.”

“Pero los Despachadores no se rinden fácilmente. El chico destaca y a saber lo qué le hacen si lo pillan.”

Los ojos de Nezumi brillaron y una leve sonrisa se instaló en sus labios.

“¿Y nos importa lo que los Despachadores le hagan a Sion? ¿Qué te pasa, Inukashi? Estás siendo muy amable. No es propio de ti.”

Inukashi fulminó a Nezumi con la mirada.

El pequeño teatro era uno de los pocos entretenimientos que había en el Bloque Oeste. Y, como alguien que se sube a un escenario, Nezumi hacía pagar a su audiencia – o más bien les hacía querer pagar – el poco dinero que tenían en un espectáculo que no iba a contribuir a llenarles el estómago. Era el hermoso semblante de Nezumi y su voz profunda y clara lo que les  hacía querer. Su voz  llevaba el descanso a las almas que estaban atrapadas, separándolas con suavidad del cuerpo. Su apariencia hacía que fuese imposible distinguir si era un hombre o una mujer, humano o demonio, Dios o Satán. Su audiencia, en lo poco que duraba una tarde, podía olvidar lo duro que había sido el día y lo que le esperaba el día siguiente y se dejaba intoxicar por su voz.

Una vez que salían del teatro, les esperaba la realidad – los bolsillos vacíos; niños llorando de hambre en casa – pero, a pesar de eso, la expresión que tenía la gente en su cara era la de ir ebrio mientras se adentraban más y más en la oscuridad.

Es una  ilusión. No  es más que un gran fraude.

Cada vez que veía a Nezumi, Inukashi se repetía esas palabras mentalmente. Nezumi era como  una de esas chicas preciosas que manipulan a los hombres y le sacan todo lo que quieren. Inukashi también había pasado por eso una vez.

Mamá estaba sufriendo muchísimo y no sabía que más hacer aparte de llamarle a él. Le pedí que dejase ir en paz el alma de mi madre. Eso estaba bien. Su canción era impresionante, y mi madre dejó de sufrir. Pero lo que hizo antes de eso – la cantidad de dinero que pidió mientras mi madre estaba sufriendo – era más que suficiente para poder vivir un mes sin trabajar. Con cualquier otro perro no habría aceptado. Le habría cortado el cuello o les habría aplastado la cabeza con mis propias manos, una muerte rápida y sin dolor. Pero no podía hacerle eso a mi madre. Nunca podría hacerle eso con mis propias manos. Él lo sabía y por eso pidió tanto dinero. Después de enterrar a mi madre, mis perros y yo tuvimos que trabajar tres días seguidos sin comer nada. Es un fraude. Captura el alma de la gente, se aferra a ellos y les enseña un sueño. Puede parecer real, pero sigue siendo falso. Los sueños son sueños. No puedes vivir de ellos.

Inukashi abrió el armario y sacó el pan y la bolsa de fruta seca.

“Si no has venido para recoger a Sion, ¿qué haces aquí?”

“¿Puedes darme algo de comer? Me muero de hambre.”

Menudo bromista,” dijo Inukashi, burlándose. “No tengo nada digno de una estrella como tú. Pero, por una moneda de plata, puedo darte pan, fruta y agua.”

“¿Una moneda de plata por pan enmohecido, frutas secas que están duras como piedras y agua del río? Eso es pasarse, Inukashi.”

“Mucho más barato de lo que cuesta oírte cantar a ti.”

Nezumi soltó una risita.

“¿Aún me la guardas por eso?”

“Por supuesto.”

“He cantado para tus perros varias veces después de eso. Hasta puede considerarse caridad teniendo en cuenta lo que me pagaste.”

“Eso es lo que más me cabrea de todo. Te aprovechaste de mí. Te quedaste con todo el dinero que tenía. Estuve a punto de morirme de hambre.”

“Bueno, si vuelve a pasar, llámame,” dijo Nezumi con amabilidad. “Te cantaré una canción sobre comida como despedida.”

“Rebosas compasión, ¿eh?” replicó Inukashi. Hundió los hombros y se puso delante de Nezumi. Repitió la pregunta.

“¿Qué quieres?”

Nezumi, sentado todavía en la silla, tiró una moneda encima de la mesa. A Inukashi se le ensancharon los ojos.

“Oro…” susurró.

“Es real. Compruébalo.”

Inukashi cogió la brillante moneda con los dedos y la examinó.

“Es verdad – es real. Sí. Es de verdad.”

“Quiero que hagas un trabajo para mí,” dijo Nezumi con una voz inexpresiva.

“¿Un trabajo? ¿Un trabajo que cuesta una moneda de oro?”

“Eso es un adelanto. Cuando el trabajo esté hecho, te daré otra moneda de oro.”

“Derrochador, ¿eh? Pero no voy a aceptarlo.” Inukashi tiró la moneda en la mesa.

“¿Vas a rechazar un trabajo que vale dos monedas de oro sin ni siquiera escuchar qué es?”

“Lo estoy rechazando porque es un trabajo que vale dos monedas de oro. Puedo oler el tufo.”

“¿Tufo?”

“El olor del peligro. Mi nariz me está avisando – me está diciendo no vayas o acabarás en el hoyo. No me importa el dinero que ofreces. Si muero, se acaba todo. Sea como sea, un trabajo que implica una Rata y dos monedas de oro es como meter la mano en un nido de serpientes venenosas. No quiero morir aún.”

“Por eso es por lo que consigues el dinero sin morir - ¿un trabajo no consiste en eso? Evitar el peligro no te va a traer ningún beneficio.”

“Depende del nivel de peligro. Todos tus trabajos son peligrosos y tienen truco. Estamos hablando de dos monedas de oro. Si esto me lo hubiese propuesto cualquier otro, lo habría aceptado en menos de un segundo. Joder,” remulgó Inukashi. “ya me siento como si me hubieses estafado.”

Nezumi se levantó y se guardó la moneda de oro.

“Supongo que no puede ser. Mala suerte.”

“No te lo tomes a pecho. Pero las cosas que tienen que ver contigo son muy peligrosas. Y, para ser sinceros, no quiero tener mucho que ver contigo.”

“Entonces es mutuo,” dijo Nezumi airadamente. “Está bien. No vamos a volver a cruzar caminos. No voy a volver a encargarte otro trabajo. En cuanto a ti, no importa cuanto estés sufriendo, no vengas a buscarme.”

Inukashi cogió por el brazo a Nezumi cuando éste se dio la vuelta. Lo había hecho con tanta rapidez que casi se tropieza.

“E-espera un momento, Nezumi. ¿Qué quieres decir con eso de que no importa cuanto esté sufriendo?”

“Justo eso. Si algún día acabas como tu madre y estás sufriendo porque no puedes morir, no haré nada al respecto. Puedes llamarme que no voy a venir.”

“¿Qué estás diciendo…?” Inukashi dijo con la voz temblorosa. “¿Yo? ¿Morir dolorosamente? Eso no va a pasar… Además, soy más joven que tú, ¿no? Por lo menos, eso creo.”

Nezumi se sacudió la mano de Inukashi.

“Inukashi, aquí la edad no importa. Lo sabes, ¿verdad? No se puede predecir la muerte. Llega y  ya. Y cuánta gente aquí tiene la suerte de que su  muerte no sea dolorosa, ¿eh? La mayoría sufre, sufre y  muere retorciéndose de dolor. Mañana, puede que alguien te clave una navaja en el estómago. Puede que te abras la cabeza con un pedazo suelto de escombro. Puede infectársete una herida e ir pudriéndote. Puedes coger una enfermedad. ¿Puedes estar seguro de que no va a pasarte nada de eso? ¿Eh, Inukashi? ¿Puedes estar seguro de que tú, entre toda la gente, vas a morir sin sufrimiento?”

El par de ojos grises se le clavaron. Tenían el brillo de una buena prenda, y brillaban como las nubes cuando tapan el Sol. Su voz resonaba en sus oídos con profundidad.

Inukashi tomó aire y dio un paso atrás.

Era un truco. Una ilusión. Está intentando atraparme.

“Sufre todo lo que tengas que sufrir porque no puedes morir. No voy a mover un dedo. Te parece bien, ¿verdad?”

Inukashi se hundió en una silla.

Conocía la muerte. La había visto muchísimas veces. Y ni una de ellas había sido lo que puede decirse decente. Por eso era por lo que – por lo que quería seguir viviendo. Sentía que siempre que sobreviviese, podría tener una muerte más o menos decente. Aunque era demasiado insignificante para llamarlo esperanza, Inukashi admitía querer tener una muerte pacífica.

Joder.

Apretó los dientes. Nezumi curvó los labios en una leve sonrisa.

Es una amenaza. No me cuesta nada rechazar la oferta de Nezumi. Pero después de eso, si me viese en la misma situación que mi madre – los huesos rotos, los órganos hechos polvo, escupiendo sangre por la boca – y tuviese que morir así… Si no hubiese nada que hiciese desaparecer el dolor aunque fuese un poco – si no tuviese otro remedio que suplicar que alguien me mate rápido hasta que la muerte viniese a por mí – Sólo pensar en ello hizo que un escalofrío le recorriese el cuerpo. Empezó a sudar.

“Siéntate,” dijo Inukashi débilmente. “Escucharé lo que tienes que decir.”

Nezumi extendió la mano, cubierta por el guante, hacía Inukashi y le acarició la mejilla.

“Buen chico.”

“Que te jodan.”

Inukashi le fulminó con la mirada. “Déjame decirte algo, Nezumi. No creas que ese asunto va a funcionarte siempre.”

“¿Asunto? Sólo quiero que hagas un trabajo para mí. Esa no es forma de tratar a un cliente, ¿no te parece, Inukashi?”

“¿Esta es tu idea de un cliente decente? ¿Aprovecharse de la debilidad de alguien, amenazarle y luego obligarle a hacer un trabajo peligroso? Comparadas a ti, creo que hasta las pulgas se comportan mejor con los perros que infectan.”

“¿Y no crees,” dijo Nezumi, “que la culpa es de la persona que tiene una debilidad de la que se puede sacar partido? Aquí exponer tus debilidades te puede costar la vida. Aunque creo que no te digo nada nuevo, ¿no?”

Nezumi volvió a acariciar la mejilla de Inukashi con suavidad cuando éste se quedó en silencio y murmuró con compasión.

“Te da miedo la muerte. Pero lo que más miedo te da es el sufrimiento que lleva hasta ella. Harías cualquier cosa para evitarlo. Lo sé, y sé que puedo liberarte del dolor, ¿verdad? No quiero hacerte chantaje. Estoy haciendo lo que tengo que hacer: te estoy pagando para que hagas un trabajo.”

“¡Suficiente!” Inukashi le dio un puñetazo a la mesa. Los dos cachorros que estaban jugando debajo de dicha mesa salieron corriendo.

“¡Eres un fraude! ¡Un sofista! ¡Un actor de cuarta! Espero que te envenenes con veneno para ratas.” Inukashi tomo aire.

“¿Has acabado?” preguntó Nezumi. Su tono calmado cabreó más a Inukashi. Pero no tenía sentido cabrearse. Nezumi tenía razón. Era su culpa por haber expuesto su debilidad. Así era como funcionaban las cosas allí.

Inukashi suspiró y se acomodó en la silla.

“Veamos que tienes que decir. No tengo mucho tiempo, así que al grano.”

Nezumi se sentó también. Ya no estaba sonriendo.

“Quiero información”

“Hasta ahí había llegado,” dijo Inukashi. “Ni siquiera serías tan idiota como para venir a hacer la compra aquí. Así que, dime, ¿información sobre qué?”

“El Correccional.”

Inukashi casi se cae.

“¡El Correccional!” exclamó. “¿Te refieres a ese que está a cargo del Departamento de Seguridad?”

“¿Hay otro Correccional del que nadie sabe nada?” dijo Nezumi sarcásticamente.

Inukashi le ignoró.

“Quieres información… ¿Qué tipo de información?”

“La que sea lo importante que sea.” Nezumi se sacó un ratón blanco del bolsillo. Era del tamaño aproximado del pulgar de un adulto. Inukashi entrecerró los ojos.

“¿Es un robot? Es más pequeño que el que me diste la otra vez.”

Nezumi se quitó los guantes y apretó con suavidad la cabeza del ratón. La espalda se le abrió y emitió un brillo amarillo antes de que saliese una imagen.

“¿Qué es esto?”

“Un holograma. El mecanismo que lleva integrado usa la luz para reproducir imágenes.”

“Sé lo que es un holograma,” dijo Inukashi con irritación. “Aunque es la primera vez que veo uno,” dijo después de pensar un momento. “¿Qué es? ¿Un plano?”

“Es el plano de las plantas del Correccional, pero está desactualizado. La estructura en sí no ha cambiado, pero imagino que habrán mejorado el sistema administrativo.”

Inukashi le miró de una forma que decía ‘tienes que estar de coña.’

“Imposible. No me importa qué tipo de información quieras, no voy a poder conseguírtela.”

“¿Por qué?”

¿Por qué? No me hagas preguntas estúpidas. ¿No sabes qué tipo de sitio es? Claro que no,” dijo rotundamente,” yo tampoco lo sé. Nadie lo sabe, porque nadie ha salido vivo de allí. Ni siquiera los cadáveres salen. Una vez que pasan por las Puertas Especiales, desaparecen. Se desvanecen de la faz de la tierra. Ese es el tipo de sitio qué es, ¿verdad? Eso es lo que dicen los rumores.”

Inukashi tragó saliva y tembló. Nezumi repitió sus palabras sin ningún tipo de expresión.

“¿Rumores?”

“Los rumores dicen-” empezó Inukashi sin estar muy seguro, “que hay un incinerador enorme en el sótano, y que tiran ahí a todos los prisioneros. Los queman como si fuesen basura. Y las cenizas que quedan de ellos las esparcen por las tierras del Bloque Sur. Dicen que es bueno para la tierra. Está justo aquí.”

Inukashi señaló la última planta, que presumiblemente era el sótano, en el diagrama que flotaba encima de la mesa, y volvió a temblar. Era un espacio en blanco que no tenía nada escrito. Ese curioso espacio vacío le daba mala espina.

“Aquí no hay ningún incinerador,” mumuró Nezumi.

“¿Qué te hace estar tan seguro?” dijo Inukashi con acusación. “¿Lo has visto? ¿Cómo puedes estar seguro si no lo-?”

Inukashi dejó de hablar y miró a Nezumi.

“¿Lo sabes-?”

No contestó.

“¿Sabes cómo es por dentro el Correccional? ¿Cuándo-?” Inukashi metió la mano en la luz y cerró el puño. La imagen se distorsionó.

“¿Cuándo has grabado esto?” exigió. “Es información interna.”

“Inukashi, no te estoy pagando oro para contestar tus preguntas. Quiero todo lo que puedas conseguir – encuentra toda la información que puedas del Correccional y añádela a esta. Específicamente, si fuese a ser pejiguero, querría información detallada del funcionamiento del sistema de seguridad y de operaciones.”

“¿Eres idiota? ¿Sistema de operaciones? Los únicos que tienen acceso a eso son los oficiales con el rango más alto, es top secret. Sería demasiada suerte que pudiese hacerme con ella.”

“Por eso no estoy siendo pejiguero. Reúne todo lo que puedas. Cualquier información que tenga que ver con el Correccional, y la quiero lo antes posible. Te dejo al cargo de esto.”

Nezumi apagó el ratón y se lo lanzó a Inukashi. Inukashi arrugó la nariz como si fuese un cadáver que se estuviese pudriendo.

“¿Debería usar el mini-ratón que me diste la otra vez?” preguntó.

“No, no va a funcionar. El Correccional está lleno de sensores de seguridad. Cualquier robot, sea del tamaño que sea, va a acabar hecho polvo si lo pillan y no tiene la autorización necesaria.”

“Entonces usa ratones de verdad,” continuó Inukashi. “Seguro que entran más fácilmente que un perro. Un ser vivo pequeño no es problema para el sensor, ¿no?”

“No tan rápido. Olvídate de los ratones. Hasta las moscas y las cucarachas se exterminan automáticamente. Los lásers los queman hasta que no queda nada de ellos. No dejan entrar ni a una mosca. Es lo que hay.”

“¿Entonces qué se supone que tengo que hacer?” dijo con frustración. “¿Cómo voy a conseguir información de un sitio que está controlado por ordenador  por completo?”

“No tienes que colarte. Tienes razón – la mayor parte del Correccional está ahí detallada. Pero hay muchas áreas que implican personas. Y la gente suele escapársele dicha información. Si hay algo que un ordenador no puede controlar, es la lengua del hombre.”

Inukashi se encogió de hombros exageradamente. Empezaba a ver a lo que Nezumi se estaba refiriendo. Y, si podía evitarlo, no quería verlo con más claridad.

“Claro,” le dio la razón enseguida. “Necesitas gente que controle los ordenadores y los robots.   Los guardias tienen que ser humanos y agentes del Departamento de Seguridad entran y salen constantemente. Y no podemos olvidarnos de los prisioneros, ellos también son humanos, ¿verdad? Pero, aparte de ellos, la única gente que entra y sale es gente de No. 6. Necesitas una tarjeta de identificación para pasar por las Puertas Especiales. Y es imposible falsificar una tarjeta de identificación de No. 6. Lo que significa que nadie del Bloque Oeste puede entrar, a menos que sean prisioneros. Así que-” Estaba hablando muy deprisa. “Bueno – si saltamos a las conclusiones, es prácticamente imposible para nosotros interactuar con la gente que sale y entra porque son residentes de No. 6, y eso lo convierte en algo imposible, ¿verdad? Deberías saberlo mejor que nadie. Esa gente vive en un mundo completamente diferente al nuestro. Simplemente es diferente.”

“Inukashi.”

“¿Qué?”

“Hoy estás bastante hablador.”

Inukashi bajó la mirada. Sabía que bajar la mirada significaba admitir la derrota, pero no tenía energía suficiente para sostener la mirada al par de ojos grises que le observaba. Sabía quién iba a perder y quién iba a ganar.

Nezumi se levantó y se acercó a Inukashi, que seguía mirando al suelo. Le susurró en una voz grave y sensual – la voz de una mujer.

“Siempre eres así. Cuando tienes algo que esconder te vuelves más elocuente. Y entonces me doy cuenta de la verdad que se esconde en tu corazón – que detrás de esa lengua tuya, agitándose como una hoja en el viento, hay enterrado un secreto.”

Sus dedos acariciaron la barbilla de Inukashi, se deslizaron por la línea de la mandíbula y apretaron con delicadeza el lóbulo. Inukashi se estremeció. Ese pequeño instante de placer se vio reemplazado con un dolor agudo. Le había estirado del lóbulo de la oreja.

“¡Ow!” dijo con indignación. “¿A qué ha venido eso?”

“No me subestimes, Inukashi.”

“¿De qué estás hablando? No estaba-”

“No te hagas el tonto. Sé para qué estás usando a tus perros. Por eso es por lo que he venido.”

Inukashi chascó la lengua y aparto la mano de Nezumi. Nezumi soltó una risita, entretenido.

“Utilizas a los perros para pasar cosas de contrabando, ¿verdad? Has estado trayendo sobras desde el Correccional al Bloque Oeste. Durante años.”

“Lo hago,” contestó desafiante. “¿Y qué? Transportar cosas es parte de mi trabajo. Una rata como tú no puede decirme lo que puedo o no puedo hacer.”

“El Correccional tiene una planta para deshacerse de lo que no necesita,” continuó Nezumi. “Pueden deshacerse de cualquier cosa dentro del edificio. Tú mismo has dicho que ni los cadáveres salen de ahí. Tienes razón. Hasta se deshacen de los muertos ahí dentro. Lo que significa que de ahí no tendría que salir ni una mota de polvo, mucho menos comida. De ese mismo Correccional te las apañas para conseguir comida periódicamente, y se la vendes a los puestos del Bloque Oeste. Da bastante dinero, ¿verdad? Puede que más que este hotel.”

“¿No te parece bien que opere en el mercado negro?” dijo Inkuashi, mordaz. “Tienes que estar de coña. ¿Desde cuándo eres el perrito faldero del Departamento, Nezumi?”

“Las máquinas no hacen tratos con traficantes del mercado negro. Una vez las han programado para seguir unas reglas, no las rompen. Si alguien rompe esas reglas, son los humanos. Hay alguien de dentro del Correccional que te está vendiendo comida, ¿verdad? No, no solo comida. Seguramente también te pasa pertenencias de los prisioneros. Pero da igual, el caso es que tienes contacto con alguien de dentro del Correccional. Sácale información.”

Inukashi sacudió la cabeza. El hombre que tenía delante estaba intentando que se pusiese más en peligro de lo que había esperado. Inukashi empezó a sudar.

“Es imposible-” murmuró. “Los tíos con los que trato son del rango más bajo. Se encargan mayormente de la limpieza y de deshacerse de los desechos con los robots. Es imposible que tengan algo de información útil.”

“Por eso es precisamente por lo que tienes que preguntarles a ellos. Los de arriba están muy controlados. No pueden arriesgarse a que se les escape ningún secreto. Pero de los de rango bajo no se preocupan mucho. Y si su trabajo es limpiar, lo más seguro es que hayan estado en todos los sitios del Correccional. Quién sabe, puede que tengan más información de la que te imaginas. Tu trabajo es indagar. Tu nariz es igual de buena de la de un perro, ¿no?”

Inukashi suspiró e intentó buscar una última pega.

“Necesito dinero. Para sacarles información me va a hacer falta dinero. Dos monedas de oro no van a ser suficientes.”

Nezumi asintió y le pasó una pequeña bolsa de cuero a Inukashi. Dentro había un número considerable de monedas de oro.

“Es todo lo que tengo ahora mismo.” Nezumi se agachó y miró a Inukashi a los ojos.

“Inukashi, trabaja conmigo. Te lo suplico.”

¿Suplicar? Nezumi, ¿me estás suplicando?

“Si aceptas el trabajo, te prometo que iré todo lo deprisa que pueda a tu lado si estás sufriendo. No importa dónde. Le cantaré una canción a tu alma. Te lo prometo.”

“¿Quién va a tener en cuenta una promesa entre un perro y una rata?”

Nadie podía garantizarlo. Pero aun así – Nezumi cumpliría su palabra. Casi por instinto, el sentimiento se apoderó del alma de Inukashi.

Sin importar como fuese a morir, si fuese a sufrir el aparecería y le daría el descanso a mi alma. Puede ser alguien difícil de entender, pero no rompe sus promesas.

Inukashi creía firmemente en sus instintos. Extendió la mano, y la cerró alrededor de la bolsita.

“Acepto el trabajo.”

“Te debo una.” Nezumi exhaló y se echó la capa de supefibra por los hombros. Entonces, se llevó un dedo a los labios.

“Creo que no necesito decírtelo, pero nada de esto-”

“Ya lo sé. Que nadie se entere de este trabajo. Es uno de los mandamientos de mi trabajo. Conseguiré toda la información que pueda y te la pasaré antes de que nadie se entere.”

“Cuento contigo.”

“Nezumi, quiero preguntarte algo.”

“¿Qué?”

“¿Por qué estás haciendo esto?”

Silencio. Era imposible leer las expresiones en la cara de Nezumi. Inukashi se humedeció el labio inferior y continuó.

“Con este dinero podrías vivir cómodamente una buena temporada. Sabía que eres una estrella y ganas bastante, pero hasta esto es mucho. Ofrecer tanto dinero y amenazarme-”

“No te estoy amenazando. Sólo he venido a darte un trabajo.”

“Hmph – lo que tú digas. Entonces, encargándome un trabajo - ¿por qué tienes tantas ganas de meter las narices en el Correccional? ¿Qué razón tienes?”

Nezumi no contestó. Sólo esbozó media sonrisa. Era una artificial, hecha para el escenario.

“No necesitas saberlo para el trabajo, ¿verdad, Inukashi?”

“Bueno, obviamente,” dijo con precaución. “Pero meterse en algo tan peligroso sin saber por qué….”

“Saber por qué no lo va a hacer menos peligroso.”

Tsk. Él y su afición a darle la vuelta a las conversaciones – no tengo nada que hacer en una discusión verbal.

“Vale,” terminó por decir. “Suficiente. Lárgate.” Inukashi sacudió la mano indicándole a Nezumi que se fuese. Le vino un olor a jabón. Una cara le cruzó por la mente. Era la cara de alguien que estaba lavando a los perros, lleno de espuma. Formuló la pregunta.

“Nezumi, esto no tiene nada que ver con Sion, ¿no?”

Durante un instante, los ojos grises temblaron. A Inukashi no se le escapó esa pequeña duda. Arrugó la punta de la nariz. Podía oler algo.

“¿Sion?” Nezumi se encogió de hombros levemente. “¿Qué pinta Sion aquí? Esto no tiene nada que ver con él.”

“Acabas de decirme que no le diga nada a nadie de este trabajo, ¿eso incluye también a Sion?”

“Claro. No hay necesidad de meter en esto a alguien que no tiene nada que ver.”

“Vaya, vaya. Nos hemos ablandado, ¿eh?” se burló Inukashi. “Con la de trabajos peligrosos que me has forzado a hacer, y cuando se trata de Sion, oh no, no puedo meterlo en esto. Ja, ya veo. Así que hasta tú le coges aprecio a la gente si vives el tiempo suficiente con ella. ¿Tanto te importa el chico del pelo blanco?”

Nezumi desapareció. Antes de que pudiese gritar, Inukashi estaba contra la pared y unos dedos se hincaban en su garganta.

“Suficientes gilipolleces,” siseó Nezumi. “Una más y me aseguraré de que no puedas volver a hablar en lo que te queda de vida.”

“Inténtalo,” dijo Inukashi. “Estos chicos no van a dejar que te vayas de rositas.”

Varios de los perros se levantaron y se acercaron gruñendo a Nezumi. En cuanto uno de ellos enseño  los dientes, salió una pequeña sombra gris de un rincón de la habitación.

Un aullido estrangulado.

El perro que había enseñado los dientes empezó a aullar de dolor. Tenía un pequeño ratón enganchado al cuello. El perro se sacudió con violencia, pero no tardó en inclinarse con las patas de delante. Las cuatro patas convulsionaron. Los otros perros se echaron atrás con miedo. Inukashi apartó a Nezumi de un empujón y gritó de la misma forma estrangulada que lo había hecho el perro.

“¡Mi perro, mi perro!” Cogió al perro en brazos. Escuchó una voz fría a su espalda.

“Si no quieres acabar así, calma a los otros perros.”

“Nezumi, cabronazo-”

Cheep, cheep.

El grito suave de un ratón. Inukashi levantó la cara y se le quedó el aliento en la garganta. Echó un vistazo a la habitación y se quedó clavado del miedo. Desde las estanterías, desde debajo de la mesa, desde la sombra de la puerta, desde varios sitios de la habitación numerosos ratones no le quitaban el ojo de encima. Todos tenían los ojos de un rojo brillante.

“Abajo,” ordenó Inukashi. Los perros obedecieron. Volvieron a su sitio y se tumbaron.

“No está muerto,” dijo Nezumi. “Sólo está paralizado. Dale una media hora y estará bien. Respira con normalidad, ¿no?”

Era tal y como Nezumi había dicho. El perro tenía la respiración agitada, pero constante. Se esforzaba por ponerse de pie, pero no tenía la fuerza para ello. Dejó salir un quejido lastimero.

“Vas a pagar por haberle hecho esto a mi perro.” Justo cuando Nezumi cerraba el puño, se abrió la puerta con un golpetazo y Sion entró por ella.

“¡Inukashi!” Sion se quedó congelado en el sitio, sujetando el pomo de la puerta. Su mirada pasó de Inukashi, que estaba abrazando al perro, a Nezumi.

“Nezumi, ¿qué haces aquí?”

“¿Qué haces aquí? No deberías abandonar tu puesto de trabajo.”

“Bueno, he escuchado a un perro aullar y me había parecido escuchar también a Inukashi – creía que había pasado algo – Inukashi, ¿qué le pasa al perro?”

“Está paralizado,” respondió Nezumi por él. Un ratón marrón asomó la cabeza por el hombro de Nezumi. Saltó al suelo y le trepó por el cuerpo a Sion.

“Hamlet, ¿tú también has venido?” le dijo Sion.

“¿Hamlet? ¿De qué estás hablando?”

“Se llama así. Porque le gusta que le lean Hamlet.

La cara de Nezumi se contrajo.

“No vayas poniéndole nombre a mis ratones sin permiso.”

“Bueno, tú no ibas a ponérselo,” dijo Sion sin inmutarse “-parece que le gusta. ¿Verdad, Hamlet?”

El ratón asintió.

“Ridículo,” escupió Nezumi. “Y, si este en Hamlet, ¿cómo se llama el otro? ¿Othello? ¿Macbeth?”

“Cravat.”

“¿Cravat? ¿Hay alguien que se llame así en las obras de Shakespare?”

“Es el nombre de una masa frita. Su pelo es de ese color. Significa ‘lazo’, por la forma que tiene. La pasta tiene almendras, y le das forma de lazo para freírla-”

“Ya lo pillo, sobra,” interrumpió Nezumi. “Los sueños de cebarte a lacitos, o lo que sea, te los guardas para cuando te acuestes. Me voy a casa. Hablar contigo me da dolor de cabeza.”

“¿Y estás seguro de que no tiene nada que ver con tus nervios? Siempre estás cabreado. A lo mejor estás cansado.”

“¿Y quién tiene la culpa de que siempre esté cabreado? Además, tú-”

Sintiendo la mirada impresionada de Inukashi sobre él, Nezumi se calló. Se volvió a enrollar la capa de superfibra sobre los hombros y salió de la habitación sin decir una palabra más. Hamlet se restregó con la mejilla de Sion antes de ir detrás de su dueño.

Los ratones grises que había en la habitación habían desaparecido por arte de magia. Inukashi exhaló y se dejó caer al suelo. El perro gruñó levemente en sus brazos. Sion se arrodilló y se puso a examinar al perro.

“Parece que alguna droga lo ha paralizado… pero el corazón le late con normalidad y no está vomitando. Se va a poner bien.”

“¿En serio? ¿No se va a morir?”

“Se va a poner bien. Sólo está paralizado. Deberíamos darle agua limpia para beber. Voy a por un poco.” Sion llenó el barreño que había estado usando para sacar agua del río y se lo llevó al perro. El perro se bebió el agua con ganas.

“Ves, parece que la parálisis casi se ha ido ya. Pero el perro - ¿cómo se ha paralizado?”

“Ha sido cosa de Nezumi.”

“¿Nezumi? ¿Al perro? No puede ser.”

“Sí puede ser,” dijo cabreado. “Ha sido él. Ese cabrón ha paralizado a mi perro. No dudaría a la hora de hacer algo así. Es un capullo, manipulador y cruel. Yo que tú tendría cuidado. Si dejas que su cara bonita te engañe y te haga creer que va a ser bueno contigo como tu mamá, te vas a llevar una sorpresita.”

“No creo que sea mi madre, pero sí creo que es amable.”

Inukashi se puso a hacer círculos con el dedo índice delante de Sion.

“Idiota. A eso me refiero con que te ha engañado. Eres muy inocente para darte cuenta de lo despiadado que es.”

“Nezumi no es despiadado. Me ha salvado la vida más de una vez. Si no fuese por él, no habría sobrevivido.”

“¿Nezumi? ¿Ayudar a un extraño? ¿Sin pedir nada a cambio?”

“Sin pedir nada a cambio. Al contrario,” reflexionó Sion. “Creo que se ha buscado una carga. Puede que suene raro viniendo de mí, pero creo que soy una carga para él. Después de todo, no sé nada acerca de la vida aquí.”

Inukashi frunció los labios. Dejo vagar la mirada por el perfil de Sion mientras éste limpiaba la herida del perro.

¿Una carga? Estaba en lo cierto. En aquella zona, alguien tan inocente y fácil de engañar como él no era más que una gran carga. Y una carga a menudo se convertía en lo que te ataba de pies y manos.

Pero Nezumi estaba viviendo con esa carga sin pedir nada a cambio. No estaba echando a Sion de su nido – al contrario, le estaba acogiendo.

¿Por qué?

“Hey, Sion.”

“¿Hm?”

“¿Siempre os habláis así?”

“¿Huh? Bueno – sí, supongo. ¿Por?”

“Porque Nezumi no es así. No deja salir sus emociones.”

Sion inclinó la cabeza como preguntando ‘¿en serio?’ El perro le lamió el dorso de la mano. Era su forma de darle las gracias por curarle la herida.

Inukashi movió la nariz y sonrió. Tenía una pista.

Sion y ese trabajo que tenía que ver con el Correccional estaban relacionados. Por ese chico, Nezumi se estaba metiendo en terreno peligroso.

Inukashi no tenía ninguna prueba. No sabía la razón por la cual Nezumi estaba haciendo aquello. Pero se había dado cuenta de la debilidad de Nezumi, estaba seguro. Mi nariz no miente.

Nezumi, así que este chico tan raro es tu talón de Aquiles, ¿eh? Heh, las cosas se van a poner interesantes. Tú mismo lo has dicho. Que alguien descubra tu debilidad podría costarte la vida. Tienes razón. Y ahora tengo tu vida en mis manos. Me voy a asegurar de devolverte lo que me has hecho. Puedes estar seguro.

“Puede que me equivoque, pero…” le llegó la voz de Sion a los oídos. Estaba acariciando al perro, que se había levantado y estaba moviendo el rabo con energía, aparentemente recuperado de la parálisis.

“¿Eh? ¿Has dicho algo?”

“Este perro - ¿es pariente tuyo o algo de eso?”

“Oh-” Inukashi hizo una pausa. “Sí, lo es. Es el último que mi madre dio a luz. Le tuvo y le pegaron la paliza que la mató poco después.” Hubo un pequeño silencio hasta que preguntó. “¿Cómo lo has sabido?”

“Una corazonada,” dijo Sion. “Tiene unos ojos muy inteligentes y muy compasivos. Me ha recordado a lo que me has contado de tu madre, así que me preguntaba si estaba en lo cierto.”

Sion le acarició el cuello al perro. El perro entrecerró los ojos y suspiró. A juzgar por su expresión tan pacífica era difícil imaginar que era el mismo perro que le había enseñado los dientes a Nezumi hacía un rato.

“Sion, no te has reído.”

“¿Eh? ¿De qué?”

“De lo de mi madre. Normalmente cuando le digo a la gente que mi madre era un perro se ríen, o me tratan como a un bicho raro… pero tú – has dicho que mi madre era amable. Eres el único que me ha escuchado y que no se ha burlado de mi madre, aparte de-”

Inukashi se calló y tragó saliva. Acababa de darse cuenta de ello. Le asaltó una ola de agitación que amenazaba con sofocarle.

Sion, aun de rodillas, le miró con una expresión preocupada. Inukashi se humedeció los labios y formó con lentitud el resto de palabras, como si estuviese siguiendo un hilo de su memoria.

“Eres el único – aparte de Nezumi.”

1 comentario:

  1. ¡Muchísimas gracias! Que sepas que siempre me paso cada un tiempo para ver si has actualizado; me encantan tus traducciones. ^^ ¡Ánimo con los exámenes y todo! :)

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