martes, 1 de enero de 2013

No. 6 Beyond - Inukashi's Days

Unas horitas después de qeue haya salido en inglés, aquí lo tenéis traducido~




Inukashi’s Days

El techo giraba. Más bien, daba la sensación de estar girando.

¿Eh? ¿Qué pasa?

Inukashi se dejó caer en la cama y cerró los ojos. No se encontraba bien. Además de estar mareado, tenía nauseas. Sin abrir los ojos, respiró profundamente unas cuantas veces. Inhalaba por la nariz, mantenía el aire unos instantes en el estómago, y exhalaba lentamente por la boca.

Una, dos, tres veces…

Cualquier malestar, físico o mental, solía desaparecer así – ya fuese su corazón agitado, sus pensamientos desordenados, heridas que latían o dolores leves de cabeza. Nadie le había enseñado aquello; era algo que había aprendido sin darse cuenta. Pero en cuanto a su estómago vacío, no había nada que pudiese hacer al respecto. Daba igual que inhalase profundamente para expandir su estómago, en cuanto exhalaba volvía a quedarse plano. No había nada que pudiese hacer  con su cuerpo, enfriándose por el hambre.

Odio tener hambre. Es horrible. Inukashi se sacudió. El hambre era como un demonio. Con sus afilados colmillos y sus garras robaba toda voluntad de sobrevivir, toda esperanza de vida.

Pero ahora, estaba bien.

Sí, seguía teniendo hambre. Inukashi no podía recordar cuando había sido la última vez que había tenido el estómago lleno. Vacíos – así venían los estómagos. Aquella era su teoría.

Se incorporó en la cama con cuidado. Ya no estaba mareado, pero seguía teniendo nauseas. Sentía el cuerpo pesado, como si alguien le hubiese puesto pesos a sus brazos y piernas. Me siento como si me hubiesen puesto bolas de hierro, como a un prisionero de algún país.

Que mal.

Se volvió a tumbar y chascó la lengua mentalmente. Ponerse enfermo en el Bloque Oeste era como llamar a la Muerte para que se pusiese junto a ti. Allí había chamanes de cuestionable naturaleza, o médicos autoproclamados, pero nadie podía ofrecer un tratamiento médico en condiciones. O, al menos, Inukashi no conocía a ninguno.

Sentía el cuerpo pesado. Teniendo los ojos cerrados así, tenía la sensación de estar hundiéndose en el agua.

En momentos como este tengo que pensar en cosas divertidas, se dijo a sí mismo. ¿Divertidas? ¿Alguna vez he disfrutado?

Lo has hecho. Ayer por la tarde, ¿recuerdas? Te libraste durante un rato del hambre. Sí, ¿lo ves? Eso es. La felicidad absoluta.


Había comido algo de carne. Había encontrado un pedazo de carne cruda en el montón de sobras del Correccional. Aunque no eran las sobras de nadie: era un pedazo de carne que ni habían cocinado. No tenía golpes ni estaba podrido. Mirándolo más de cerca, era algo plano. Quizá al cocinero se le había caído al suelo y alguien lo había pisado.

“¡Oi! ¡Has estropeado un buen pedazo de carne!”

“Lo siento. Pero lo has tirado tú.”

“Bueno, no se puede hacer nada. Ya no podemos usarlo.”

Habían tirado el filete a la papelera de metal y se habían olvidado de él. Y había terminado por caer en las manos de Inukashi junto con más basura y restos – quizás ese había sido su viaje. Pero bueno, no me importa cómo ha llegado hasta aquí. Lo único que importa es que tengo un pedazo de carne en mis manos.

Menuda suerte.

Había bailado literalmente de la alegría. ¿Cuándo  había sido la última vez que había tenido algo así en las manos? Por más que rebusco en su memoria no encontró nada. Inukashi se lamió los labios mientras sujetaba el pedazo de carne, carne que brillaba por la grasa que tenía. Tragó con ganas la saliva que se había acumulado en su boca.

No sabía que tipo de carne era, pero no le importaba – siempre y cuando no fuese de humano o de perro. Inukashi volvió a las ruinas en las que vivía y se fue directo a la cocina. Seleccionó unos cuantos pedazos de verdura y unos cuantos huesos de los restos de comida, los echó en una olla y los dejó cocer a fuego lento. Cuando faltaba muy poco para que terminasen de hacerse, partió la carne en varios pedazos y los echó también en la olla. Pensó en separar la mitad y dejarla en curación, o llevarla al mercado para venderla, pero al final descartó las dos opciones. Inukashi sabía de sobra que la comida no perecedera  era un objeto de lujo muy preciado; también sabía que si llevaba la carne al mercado sacaría una buena cantidad de dinero. Pero creo que me voy a comer toda la carne de una sentada. Esa fue su decisión. De vez en cuando puedo darme algún capricho. Voy a disfrutar la buena suerte que he tenido – la buena suerte que el cielo ha decidido brindarme.

Esto es el Bloque Oeste, aquí no puedo predecir que va a pasarme mañana. Ni siquiera Dios puede garantizar nada a nadie. Mejor que disfrute del presente sin pensar en el mañana.

Salía vapor de la olla.

Desprendía un olor que hacía la boca agua. Los perros se acercaron atraídos por el olor.

“Ya lo sé, ya lo sé. Vosotros también vais a comer. No os preocupéis.”

Blancos, negros, a manchas, oscuros. De pelo largo, de pelo corto, de pelo rizado. Orejas caídas, orejas tiesas, con sólo una oreja. Inukashi tenía de veinte a treinta perros, con tamaños que iban desde el tamaño de un becerro hasta ser más pequeños que un gato. Por alguna razón, el número nunca aumentaba. Todos los años nacían varios cachorros, lo que quería decir que el mismo número de perros o se moría o se iba.

Una perra que ya era mayor había muerto el día anterior. Había sido una gran madre, había dado a luz a muchos cachorros y había conseguido a criar casi a la mitad de ellos. Recuerdo a sus hijos lamiendo su cuerpo frío y cada vez más rígido a cambio.

Los perros eran muy leales. Eran cálidos y amables. Eran compasivos. Nunca traicionaban a sus amigos o a su familia.

Son mucho más decentes y de confianza que las personas.

“Si hay algo que de más miedo que el hambre, más miedo que la tierra congelada, son las personas.”

Recuerdo al abuelo decir eso. Inukashi sacudió la cabeza mientras removía el contenido de la olla con una espátula de madera. ¿Por qué he tenido que acordarme de él? Eso no me va a ayudar a satisfacer mi hambre. Pero, no -  sacudió la cabeza con más fuerza.

Tengo que acordarme de el un par de veces al año. Tengo que recordar lo importante que era para mí. Se lo debo al viejo. No olvidamos lo que la gente ha hecho por nosotros: esa es otra virtud que tenemos los perros.

No sé los años que tenía el viejo, ni por qué vivía en las ruinas con los perros, ni de donde venía ni donde fue. Pero no habría sobrevivido de no ser por él. El peso de lo que hizo por mí es algo que siento en cada uno de mis huesos.

Era invierno cuando le conocí.

Recuerdo el viento helado y la nieve blanca que se apilaba ante mí. Así que sí, era invierno. Hace muchos, muchos años.

No recordaba a su madre ni a su padre; pero aun así podía recordar con total claridad el viento helado y la nieve. Recordaba los pasos acercándose, a un perro lamiéndole la mejilla, la calidez de un regazo humano; incluso el sentimiento fugaz que había tenido en el momento en el que le habían cogido.

¿Cuántos años tenía en aquel entonces? ¿Era un bebé? Seguramente, porque seguía alimentándome de la leche de mi madre. Los bebés se acuerdan de mucho más de lo que creemos.

Era un hombre mayor que vivía en lo que quedaba del hotel, y había recogido a Inukashi y le había criado. O quizás podría decirse que el hombre le había recogido y una de las perras le había criado.

Era joven, y acababa de dar a luz a una camada. Inukashi bebía su leche y dormía acurrucado junto a los otros cachorros. Gracias a ella, se había librado de morir de hambre. Se había librado de morir congelado. Había sobrevivido.

Aquella p erra inteligente y dulce era la única “madre” que tenía Inukashi.

“Eres un chico extraño… aunque más bien debería decir especial.”  El anciano había dicho aquellos cuando Inukashi había crecido lo suficiente para andar y era capaz de competir con los otros perros por la comida. El anciano había hablado con una voz cálida, amable y reflexiva. Inukashi también recordaba aquello.

“¿Speciad?”

“Eso quiere decir que eres diferente a los demás. Hasta ahora nunca había oído hablar, ni mucho menos había visto, un bebé capaz de alimentarse de leche de perro. Cuando te recogí, si te soy sincero, pensaba que no ibas a durar ni tres días. Pero aun así te recogí porque quería enterrarte como dios manda.”

“¿Entedad?”

“Eso es cavar un agujero en la tierra y meterte dentro. Cuando murieses, tenía pensado enterrarte así. No podía dejar que te pudrieses al aire libre. No quería que pasases por lo que pasan la mayoría de bebés aquí, pudriéndose en medio del camino con cuervos picoteándoles, siendo comida para as bestias. Normalmente te hubiese… si. Te hubiese dejado ahí. Habría pasado por tu lado fingiendo no darme cuenta de que estabas ahí. Es lo que siempre he hecho. Pero, ¿por qué decidí recogerte…? ¿Por qué quería enterrarte?”

“¿Por qué?”

“No lo sé.” El hombre negó lentamente con la cabeza dos veces. “No tengo ni idea. Ni yo lo entiendo. ¿Por qué te recogí y te traje a casa? He visto morir a docenas de bebés. ¿Por qué decidí ayudarte? No puedo explicarlo. A eso me refería en parte cuando he dicho que eras un chico extraño.”

Inukashi tembló. Gimió con suavidad al notar como se le enfriaba el cuerpo. Sudor frío cayó por su espalda.

Tenía miedo. Y al mismo tiempo, tenía ganas de reírse a carcajadas. Quería echar la cabeza hacia atrás y dejar que su risa hiciese eco en el cielo.

Estaba vivo gracias a una buena suerte que rozaba la coincidencia. De no haber sido por el impulso de aquel anciano, su cuerpo, su carne, sus huesos habrían sido pasto de los cuervos y las bestias. Menudo milagro, menuda suerte. En su corazón se había formado una tormenta de miedo, alivio y el impulso de echarse a reír.”

Para aquel entonces, Inukashi ya se había dado cuenta de lo mucho que costaba sobrevivir un día en el Bloque Oeste. Sabía que su propio futuro estaba lleno de tribulaciones y dificultades, casi como escalar un acantilado escarpado con las manos desnudas.

Pero quería vivir. Quería vivir, sobrevivir, extender su vida aunque fuese un minuto, un segundo. Para ello, haría cualquier cosa, sin importar lo horrible, falsa o vergonzosa que fuese. Lo único que necesitaba era algo de cuerda y un par de ramas. También podría saltar por un acantilado. O podría correr hacía el Correccional mientras gritaba – era otra opción. Los soldados que estuviesen patrullando no dudarían en meterle una bala en el pecho.

Moriría al instante independientemente del método que escogiese. No sufriría mucho. O al menos, eso pensaba. Por eso sabía que era mucho más fácil escoger la muerte. Era tan obvio como que el Sol sale por el este.

Pero no quiero. Inukashi cerró el puño, aunque aún era uno muy pequeño. No voy a morir tan fácilmente. No voy a escoger la muerte. Sobreviviré haciendo lo que sea necesario.

Voy a aceptar el reto. Voy a retar al destino que me abandonó en un camino del Bloque Oeste; voy a retar al mundo que hace que sobrevivir sea tan difícil; voy a retar a los que han hecho que el mundo sea así – y voy a ganar. De hecho, ya estoy ganando por el simple hecho de  seguir vivo.

De niño, Inukashi no sabía hablar. No sabía como poner en palabras lo que su corazón había decidido para decírselo a los demás. Pero aun así, el hombre había sonreído serenamente y le había puesto una mano sobre la cabeza a  Inukashi.

“Tengo el presentimiento de que podrás hacerlo,” murmuró.

Fue un año después, al inicio del invierno, cuando el anciano había desaparecido. Su cama estaba vacía cuando Inukashi se había levantado aquella mañana y no se le veía por las ruinas. Aunque Inukashi tampoco se puso a buscar con desesperación. En el fondo de su corazón se había rendido, sabiendo que era inútil. Estaba desconcertado, pero no se sentía solo. Sus perros estaban con él. Siempre y cuando sus perros estuviesen allí, estaba bien.

Lo más seguro es que el abuelo también lo supiese. Lo sabía perfectamente cuando se fue. ¿Sentiría como su vida tocaba a su final, o encontró un lugar al que debía ir? Fuese lo que fuese, probablemente sea parte de la tierra en alguna parte. La gente no puede convertirse en estrellas en el cielo, pero siempre pueden volver a la tierra. Y pueden dejar recuerdos tras de sí.

Gracias, abuelo. Nunca olvidaré lo que hiciste por mí. Me aseguraré de recordar buenos momentos de vez en cuando. Pero, ¿sabes? Últimamente tu cara está un poco borrosa. Aún puedo recordar pequeñas cosas: tu barba rasa y blanca; el brillo rosa que tenía tu frente sin pelo; como tu ceja derecha era más espesa de lo normal; la suavidad con la que hablabas. Me acuerdo de esos perfectamente, pero no puedo recordar tu cara. Me pregunto por qué. Pero, bueno, ahí lo tienes. Hoy me he acordado de ti. Es suficiente, ¿verdad?

Volvió a remover el contenido de la olla con la espátula.

Un perro con el pelaje a manchas ladró. Los demás perros se unieron y empezaron a ladrar también.

“Ya lo sé, ya. Venga, que empiece el festín. Venid aquí, chicos. Pero tenéis que esperar a que se enfríe antes de empezar a comer. Si os quemáis la lengua lo vais a pasar mal después.”

Para cuando terminó de poner la sopa en los platos de los perros y empezó a tomarse la suya, Inukashi ya se había olvidado del anciano.

El pasado tenía tendencia a interponerse con el resto de cosas. Si seguía volviendo, no sería capaz de avanzar.

Inukashi se comió un pedazo de carne, saboreando su tacto. Le parecía un desperdicio tragárselo; quería saborearlo eternamente. Pero aquel pedazo tan pequeño de carne pasó por su garganta y acabó en su estómago con mucha facilidad. Sin embargo, cuando terminó de comerse aquella sopa, sentía calidez hasta en sus huesos. Todavía sintiendo aquella calidez, se tumbó en la cama. Los cachorros empezaron a subir unos encima de otros para trepar y lamerle la cara. Sus pequeñas lenguas rosadas eran reconfortantes.

Era feliz. Sentía que tenía toda la felicidad del mundo para él solo. Inmerso en aquella felicidad, Inukashi se quedó dormido.

Tenía nauseas. Temía que el techo empezase a girar otra vez si abría los ojos.

¿Qué me pasa?

Le latía un lado de la cabeza. Sentía el cuerpo pesado. Estaba sudando. Era una fiebre fuera de lo normal, muy diferente a la calidez de la noche anterior.

Las lenguas de los cachorros no le reconfortaban. Le escocía la piel. Nunca le habían molestado los perros.

Su condición no mejoraba por mucho que respirase profundamente.

¿Qué me pasa?

Aún no había terminado de hacerse aquella pregunta a sí mismo, cuando un escalofrío le recorrió la espalda. El miedo atenazó su corazón.

Esto es serio.

¿Y si no me puedo levantar? ¿Y si no me puedo mover?

Caer enfermo en el Bloque Oeste era lo peor que podía pasar. No hacía falta mucho para matar a un residente del Bloque Oeste, desprovisto de comida y viviendo en la miseria como él. Una pequeña herida era más que suficiente: un corte en el meñique, un arañazo en la mano. Al igual que lo era cualquier malestar: mareos, nauseas, fiebre – cualquier cosa que obligase a uno a guardar cama. Alguien que había estado vivo tres días atrás podría estar tirado en un camino hoy. Era algo que pasaba todos los días.

Joder.

Inukashi se mordió el labio y se incorporó. Se apoyó contra la pared, y exhaló.

Así que la carne de ayer ha sido mi última cena, ¿eh? Joder. No es gracioso. No voy a dejar que esto pueda conmigo.

Se mordió el labio con más fuerza. Notó el sabor de la sangre en su boca. Volvió a murmurar “joder” para sí mismo una vez más. Pero seguía sin tener fuerzas. Hasta mover un dedo le costaba una barbaridad. Si intentaba levantarse, se mareaba y le entraban nauseas. Volvió a caer en la cama.

Empezó a perder la consciencia.

El aire helado silbó a través de una grieta en la ventana. Aquel aire devolvió a Inukashi a la realidad. Quería gritar. Gritar pidiendo ayuda lo más alto que pudiese.

Que alguien… me ayude, por favor.

Un perro que estaba en una esquina de la habitación se levantó y se acercó a él. Se sentó sobre las patas traseras junto a la cama y se quedó mirándole. Era un perro grande y marrón, descendiente de la madre de Inukashi. Había heredado su inteligencia y aquellos ojos profundos y oscuros.

El perro estaba quieto con las orejas tiesas, esperando las órdenes de Inukashi.

“Quiero…. Que les llames…” señaló la ventana.

Tras ella, se extendía el cielo invernal, cargado de nubes que anunciaban nieve. La luz intentaba atravesar las nubes, pero a duras penas lo conseguía. Una vez más, el Bloque Oeste acabaría el día con el mismo frío con el que lo había empezado.

El perro abrió la destartalada puerta y abandonó la habitación. Las bisagras chirriaron. Inukashi estaba acostumbrado a aquel sonido, pero éste se le clavó en los tímpanos e hizo aumentar sus nauseas.

“Por favor. Llámales…”

Ayudadme.

El perro bajó las escaleras. Los cachorros se acurrucaron y empezaron a gemir.


Estaba soñando. Soñado con un tiempo lejano. ¿Cuántos años hacía de ello?

Hacía tiempo que el anciano había desaparecido. Inukashi estaba solo – pero tenía a sus perros. Por fin le había cogido el truco a eso de conseguir algo de comida, y también había aprendido por sí mismo a cocinarla o a venderla.

Estaba bajando unas escaleras.

Eran unas escaleras de cemento que llevaban bajo tierra y que estaban en mejor estado que las de la residencia de Inukashi. La parte del edificio que estaba en la superficie estaba en ruinas, pero parecía que la parte que estaba bajo tierra estaba intacta. Inukashi se encontró con una puerta cuando llego al final de las escaleras. Extendió la mano con cuidado para coger el pomo.

El edificio estaba situado cerca de la entrada del Bloque Oeste. Los bosques que tenía alrededor tenían algunos barracones. No. 6, la Ciudad Sagrada, también estaba cerca. O, para ser más exactos, la muralla exterior de No. 6. Esa muralla hecha de una aleación especial que desprendía un brillo dorado. Aquella muralla marcaba una clara diferencia entre “aquí” y “allí”, entre el cielo y el infierno. Dentro de la muralla no faltaba de nada: camas cálidas, comida abundante, instalaciones médicas de última tecnología, cómodas casas. Nada amenazaba la vida, y uno podía vivir sin conocer el frío o el hambre. Inukahsi había escuchado que el miedo y el sufrimiento tampoco existían allí.

Una utopía, merecedora de su título de Ciudad Sagrada.

Inukashi no había escuchado mucho sobre No. 6 en el Bloque Oeste. Todos se quedaban callados y rehusaban hablar del tema como si el simple nombre fuese tabú.

Algo no huele bien aquí, había pensado Inukashi – o sentido, más bien.
Las utopías y las ciudades sagradas no existían en aquel mundo. No. 6 era una ciudad estado fundada por personas. Siempre y cuando los humanos formasen parte, algo tenía que caer. Vuestros ideales no son mi perfección, y puede que para mí la felicidad sea algo que no soportáis. Así funciona el mundo de los  humanos. Las personas no pueden crear una utopía. Lo que mejor saben hacer es pelearse, enfrentarse, ceder un poco por la otra persona y quedarse en un punto medio. Es lo único.

¿No. 6? Algo huele tan mal ahí que me pone los pelos de punta. Lo inteligente es mantenerse alejado todo lo posible de ella.

Esa era la razón por la cual Inukashi nunca se había acercado por allí. Odiaba tener a la vista a muralla de No. 6. Si hubiese tenido más suerte aquel día, lo más seguro es que no se hubiese acercado a aquella zona. Pero después de estar todo el día paseándose por el Bloque Oeste sólo había conseguido un par de restos de verduras y una tira de carne seca. No tenía ni para él, mucho menos para los perros. Por aquel entonces, Inukashi aún no sabía como hacerse periódicamente con comida. La única opción que tenía era llevarse las manos al estomago vacío y robar algo. En el mercado, se había llevado una buena paliza por parte del carnicero; en la taberna, una de las jefas había empezado a gritarle insultándole, pero él había seguido como si nada. Inukashi estaba acostumbrado al maltrato, a los insultos y al dolor físico.

Tengo que hacer algo, tengo mucha hambre.

Cuando se dio cuenta, estaba en el bosque. Parecía que había andado hasta allí sin darse cuenta, con la intención de conseguir aunque fuese una nuez. Ahí había encontrado el edificio abandonado. Había apoyado la mano en una pared, y ésta se había apartado sin oponer resistencia, revelando las escaleras.

Inukashi torció la nariz. Entrecerró los ojos y se esforzó por escuchar.

Ni sentía ni olía la presencia de nadie.

Completamente abandonado, ¿eh?

Bajo los escalones uno a uno con cuidado.

Inukashi sabía que una anciana y un chico (que asumía sería su nieto) vivían allí supuestamente. Les había visto un par de veces. La anciana tenía una mirada dura, como si no hubiese sonreído en la vida.

Ya me acuerdo.

La vieja no está bien de la cabeza. Atacó a alguien importante en No. 6 – el alcalde, presidente o lo que sea. Y ella sola. Se lanzó contra él, cuchillo en mano, y le dispararon con intención de matarla. Espera - ¿o la arrestaron primero y le dispararon después? Bueno, lo que sea. No tardaron mucho en terminar con ella. Aunque no es ninguna sorpresa.

Inukashi se reprendió mentalmente. Era un rumor que había escuchado en el mercado. No estaba muy seguro de su veracidad.

Su estomago rugió. Parecía alguien gritando por ayuda.

No puedo soportarlo más. Dame comida. Rápido, rápido, rápido, rápido, rápido.

Tch, ¿no hay nada? Pan mohoso, carne pudriéndose, no me importa. Algo para calmar a mi estómago.

Agarró el pomo de la puerta. No estaba cerrada. Pesaba un poco, pero se abrió enseguida con un empujón.

“¡Ho!” Un sonido que no era ni una exhalación ni una afirmación escapó de su garganta. “¿Qué leches es esto?”

Todo lo que veía eran pilas y pilas de libros. Había libros por todas partes, algunos esparcidos por el suelo, otros apilados. Apenas podía verse el suelo. Parecía que en aquella habitación no había más que libros.

Aquella fue la primera vez que Inukashi vio un libro. Conocía algunas palabras; y, siempre y cuando no fuese algo muy complicado, podía escribir. El anciano le había enseñado. Pero Inukashi no conocía los libros. Nunca había escuchado la palabra “libro”, ni sabía que hacía referencia a unas hojas cosidas con palabras impresas. No tenía ni idea de por donde empezar a entenderlos. Se dio cuenta enseguida que no eran comida. Pero para asegurarse, cogió un libro de la pila que tenía más cerca y le dio un mordisco. Lo había escogido por que la manzana sobre fondo blanco que había en la portada tenía un aspecto delicioso.

Que asco.

Inukashi se limpió la boca con el dorso de la mano y lo tiró a un lado. Duro, seco, y claramente algo que no me puedo comer.

Avanzó, quitando a patadas los libros que tenía delante. Parecía que sólo había libros allí.

Tsk. Tanto trabajo para nada. Inukashi chascó la lengua y estaba a punto de darse la vuelta cuando empezó a latirle el corazón. Había encontrado algo que no era un libro.

Estaba en una estantería (llena de libros) – se había apartado algunos libros para hacerle espacio. Era una pequeña caja plateada, puesta encima de una toalla.

¿Y esto? ¿Aquí vive alguien?

Volvió a torcer la nariz. Al igual que antes, no olía nada. Inukashi cogió la cajita plateada de la estantería y abrió la tapa.

Se le escapó un silbido.

Oh, ya veo. Menudo tesoro. He encontrado un buen botín.

La cara había resultado ser un kit de emergencia, con vendas, pinzas, gasas y unas cuantas medicinas ordenados dentro. Hasta tenía un escalpelo. Tenía la pinta de ser algo que venía de  No. 6. Inukashi no tenía ni idea de cómo había ido a parar allí. Aunque tampoco tenía intenciones de descubrirlo. No le importaba la historia ni lo que había viajado la cajita. Lo único que importaba era que la tenía en las manos.

Los artículos médicos eran algo muy codiciado en el Bloque Oeste. El desinfectante tenía un precio especialmente alto. A veces una botella de desinfectante podía llegar a costar dos monedas de platas.

Inukashi lo olió más de cerca.

No tiene ningún aditivo – es del bueno. Sólo hay que ver como hace que me pique la nariz. Heh, olvida lo de la plata – si tengo suerte puedo sacarle una moneda de oro. He encontrado algo interesante. Por fin me ha cambiado un poco la suerte.

Inukashi sonrió para sí mismo mientras cerraba la tapa de la caja. Estaba a punto de cogerla cuando vio una pequeña mesa cubierta de libros.

Encima de ellos, había un ratoncito. No estaba vivo. Estaba muy bien hecho, pero era obvio que era algo que había hecho alguien. Inukashi se inclinó hacia delante con la caja todavía en los brazos. La tripa del ratón se apartó para revelar su interior.

¿Un robot?

Inukashi estaba a punto de inclinarse más cuando sintió un escalofrió recorrerle la espalda.

“No te muevas,” escuchó una voz cerca de su oído. En ese momento se le puso la carne de gallina. No era por el cuchillo que tenía en el cuello. Era por aquella voz que no contenía ni una pizca de calidez. Todas las emociones en aquella voz estaban congeladas. El frío que emanaba congeló hasta las propias emociones de Inukashi.

Era la voz de un asesino.

Era la voz de alguien que podía acabar con la vida de alguien sin dudar un instante, sin sentir absolutamente nada.

Y – para rematar – se ha puesto detrás de mí.

Si Inukashi podía estar orgulloso de algo, era de su habilidad para sentir la presencia de la gente. Su sexto sentido era tan bueno como el de cualquier perro. Cuando más emocional era una persona, más podía Inukashi sentir su presencia. Gracias a esa habilidad se las había apañado para escapar del peligro y de peleas más de una vez. Pero aquella vez no había sentido nada. No era capaz de percibir nada de la persona que tenía detrás.

¿Y si no es humano? ¿Y si es alguien que viene de las profundidades del infierno? ¿Un demonio? ¿Un ser que cambia de forma?

Sus dientes se negaban a quedarse juntos. Chocaban, creando un ruido extrañamente mecánico. Podía escuchar el eco en sus oídos.

Click-click. Click-click.
Click-click. Click-click.

Inukashi apretó los dientes e hizo fuerza con el estómago.

“E-espera un momento. Sólo estaba…”

“Pon  la caja donde estaba.”

“¡V-vale, vale! Lo que tú digas.” Temblando, Inukashi volvió a poner la caja en la estantería.

“Ya… ya está. Ya la he dejado. Con eso sobra, ¿no?”

“¿Qué sobra? ¿Me tomas el pelo?”

La hoja del cuchillo se movió ligeramente. Sintió un latigazo de dolor. Se esforzó por controlar el grito que estaba a punto de salir de su garganta. Estaba sudando a chorros.

“Aquí robar equivale a morir. No deberías quejarte por que vayan a matarte.”

“Y-ya, pero no puedo quejarme una vez muerto, ¿no? H-hey, por cierto, vivo en las ruinas… ¿qué te parece? Está bastante lejos de aquí, son las ruinas de un hotel. Es mi casa. Vivo allí con mis perros. Me llamo… uh, bueno, la verdad es que no tengo nombre, pero bueno… quién necesita un nombre en un sitio así, ¿no? La gente me llama Inukashi – el guardián de los perros. Los perros forman parte de mi negocio. Haha, pero a quién le importa como me llamo, ¿eh? Aunque la verdad es que me gusta. Haha. Así que si quieres llamarme por mi nombre, me llamo Inukashi.”

Inukashi continuó hablando. Tenía la sensación de que si dejaba de hablar acabaría con la garganta abierta.

“Hey, venga. Te lo suplico. Te pediré disculpas, así que perdóname, ¿vale? ¿Por favor? Lo siento. No volveré a hacerlo,” intentó implorar de forma bastante patética. “No me mates. Te lo pido de rodillas. Ayúdame, por favor. No… no quiero morir. De verdad que no quiero morir. Lo siento, lo siento mucho. No volveré a tocar tus cosas. Lo prometo. No me mates, por favor.”

Inukashi no estaba fingiendo. Estaba rogando por su vida desesperadamente.

No me mates, por favor. Deja que me vaya.

Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor.

El cuchillo se apartó. Notaba la base del cuello mucho más ligera. Inukashi exhaló profundamente. Le dolían los músculos del cuello por haberlos tenido tensados tanto tiempo. Le dolía un poco un punto del cuello cuando apretaba con la mano, pero no sangraba.

La persona que empuñaba el cuchillo había hecho un corte muy superficial, cortando sólo la primera capa de la piel del cuello para paralizar a su víctima del miedo. No era suficiente para que sangrase, pero sí para que doliese.

Lo sabía. Quien está detrás de mí no es humano. Es un zombi, un demonio, algo que cambia de forma…

Inukashi se giró lentamente, con la mano en el cuello. La verdad era que no quería darse la vuelta. Quería salir pitando de allí. Pero sus pies dudaban; tenía la sensación de que en el momento que se diese la vuelta y echase a correr, el cuchillo se enterraría en su espalda.

Se giró despacio, muy despacio.

¿Eh?

Tuvo que parpadear. Sabía que tenía la boca abierta.

Lo que tenía delante no era un zombi, un demonio o un ser que cambiaba de forma. Era un chico que llevaba una camisa a cuadros. Puede que fuese una chica. No, era un chico. Una chica no podía hablar con un tono de voz tan frío como aquel. El chico parecía una chica.

Tenía el pelo largo, pasaba de los hombros, y el flequillo le tapaba la frente. Su rostro pequeño y pálido estaba asombrosamente proporcionado. Inukashi creía que los ojos del chico estarían brillando con instinto asesino, pero su mirada era serena e inescrutable.

El chico tenía los ojos de un color extraño.

De un gris oscuro y elegante. Era la primera vez que Inukashi veía un color así.

El chico era un poco más alto que Inukashi, pero pensaba que eran más o menos de la misma edad. Aunque Inukashi no tenía muy claro cuantos años tenía.

El chico enfundó el cuchillo con aquel rostro inexpresivo. Inukashi sintió un enorme alivio. Y entonces, irritación consigo mismo por sentirse aliviado.

¿Este pequeñajo me estaba amenazando? Quería chascar la lengua de lo frustrado que estaba. Tch, esto no lo voy a superar en la vida.

“Podrías  haber escogido una camisa más bonita.” Inukashi sonrió con superioridad mientras levantaba la barbilla. Pretendía dar una imagen calmada y serena. “Pero no parece que sea de mala calidad. No es algo que uno encuentre todos los días en el Bloque Oeste.”

“Es prestada.”

“¿Prestada? Y quién te ha prestado una camisa de esa calidad, ¿eh? No irás a decirme que te la han dejado en No. 6.”

Aquello no había sido más que una broma, pero en cuanto lo dijo tuvo la sensación de que era la única posibilidad. La calidad de la camisa era evidente a primera vista. Tenía aspecto de ser suave al tacto, cálida y resistente. El kit de emergencia que había dejado en la estantería también era algo que, sin ninguna duda, procedía de dentro de la muralla.

“¿Quién eres? No me digas que vienes de esa-” Inukashi no terminó la frase. Acababa de ver como el chico sacaba una tira de carne seca del bolsillo del pecho y le daba un mordisco a uno de los extremos.

“Hey… no me digas que esa es…” Inukashi empezó a rebuscar por la bolsa que tenía colgada en la cintura. Estaba vacía. Sabía que había puesto la carne ahí, pero ya no estaba.

“Me quedo esto,” dijo el chico. “Como compensación por haber intentado robarme.”

“¡Q-qué gilipollez! ¿Quién es el ladrón ahora? ¡Esa carne es mía! ¡Devuélvemela!”

Heh. El chico se rio. Su sonrisa parecía inocente y despreocupada.

“¿Quieres probar a quitármela por la fuerza, Inukashi?”

“Gh…” Inukashi se mordió el labio. No era alguien al que pudiese ganar – eso era lo que le decía su instinto.

Mierda, debería haberme traído a los perros. Si estuviesen conmigo, podría acabar con el de un mordisco.

Pero sus perros no estaban allí. Inukashi estaba solo.

“… Muy bien. Quédatela.”

“Buen chico. Deberías saber cuando escuchar. Te será útil para vivir más tiempo.”

“¡Deja de reírte de mí!” Pienso vengarme.

Inukashi se fue hasta la puerta. Cogió el pomo. No había necesidad de quedarse más tiempo allí.

El chico se sentó en una pila de libros y no dijo nada. Sólo su mirada estaba fija en Inukashi. Aquella mirada hacía que Inukashi no pudiese moverse con soltura. Sus piernas, rígidas y torpes, se negaron a moverse en condiciones.

“¿Qué… eres?” Repitió la pregunta que había hecho momentos antes. Con más seriedad que antes. “¿Vives aquí?”

“Sí.”

Aquello no era exactamente una respuesta.

“¿Tú solo?”

“Sí.”

“Esta casa lleva abandonada muchísimo tiempo. Hace años que no vive nadie aquí – o se suponía que no vivía nadie. ¿De dónde has salido? ¿Y por qué tienes una camisa y un kit de emergencia que está más claro que el agua que son de No. 6? Oh, y ese ratón de juguete - ¿qué es? Parece un robot. No me digas que lo has construido tú.”

Inukashi sabía que tenía que salir de allí cuanto antes, pero su boca seguía moviéndose. Pregunta tras pregunta escapa de sus labios.

“Hablas mucho, ¿no? Me sorprende que no te hayas mordido la lengua hablando tanto.” El chico negó con la cabeza. Una sonrisa divertida cruzaba su rostro.

Inukashi casi se sintió atraído hacia el chico. Su corazón latió más rápido.

Este chico es peligroso. Más peligroso que un asesino, y mucho más molesto. Aquello también se lo decía su instinto. Y estaba seguro de que no se equivocaba.

No te juntes con él. Sal de aquí y no vuelvas – una voz de advertencia le repetía. Normalmente, Inukashi obedecía a aquella voz al instante, pero aquella vez la ignoró y siguió preguntando.

“¿Cómo te llamas?”

El chico inclinó la cabeza ligeramente. “Nezumi.”

Su nombre, que le había dicho tan inesperadamente, no parecía normal para una persona.

“¿Qué clase de nombre ese? ¿Es tu nombre de verdad?”

“Podría decirse lo mismo del tuyo, Inukashi. Está claro que no es un nombre en condiciones.”

“Hmph… bueno, supongo que podría decirse eso. Nezumi, ¿eh? Por lo menos es fácil de memorizar.”

“¿Tienes planes de recordarlo?”

“Erm… bueno…” Inukashi tenía la sensación de que estaban jugando con él. Si no terminaba con aquello pronto, Nezumi acabaría por atraparle. Igual que la tela de araña atrapaba a los insectos que la tocaban, insectos que se quedaban paralizados y terminaban por morir.

Peligro, peligro, peligro.

“Bueno, nos vemos, Nezumi. Si tenemos suerte, puede que nos volvamos a encontrar.”

“Si tenemos suerte.”

A la mierda la suerte. Voy a asegurarme de no volver a verte la cara en la vida.

Inukashi deslizó la mano por su espalda y abrió la puerta, y salió. En cuanto estuvo fuera, subió las escaleras corriendo lo más rápido que podía. Sus pies se congelaron a mitad de camino. Más o menos a mitad del tramo de escaleras, Inukashi se encontró a sí mismo dándose la vuelta. Podía ver la puerta oxidada.

“Nezumi, ¿eh?” murmuró.

¿Me las voy a poder arreglar para no volver a verte?”

Si tenemos suerte.

La frase que había escuchado momentos antes se repetía en su mente.

Si tenemos suerte.

Probablemente volvamos a vernos. Tenía el presentimiento. Presentimiento que estaba cerca de ser una creencia solida. A partir de aquel momento, volvería a ver al chico más de una vez. Crearían una conexión.

Retrocedió del disgusto. Pero al fondo de tanto disgusto, había algo delicado. Volvió a murmurar.

“Nezumi, ¿eh?”


“¿Me has llamado?”

Escuchó una respuesta muy clara.

¿Eh?

“¿Me has llamado, Inukashi?”

Abrió los ojos. Brillaba todo.

Su habitación, situada en una esquina de las ruinas, estaba llena de luz. Más allá del cristal de la ventana, podía ver el cielo azul a través de un hueco entre las nubes.

El azul empapó sus retinas.

Nezumi estaba observándole. Sus ojos se encontraron. Los ojos de Nezumi seguían teniendo aquel color gris oscuro y elegante que tenían cuando se habían conocido.

“¿Qué… estás haciendo aquí…?”

“¿Eh? ¿A qué viene este trato? Eres tu el que nos ha llamado. Usando a este chico de recadero, ¿recuerdas?” Un perro marrón movía la cola junto a Nezumi.

“¿L-llamaros? ¿A vosotros? Tch, claro que no. Estaba llamando a…”

“¿A quién estabas llamando?”

“Estaba…”

“Inukashi, ¿estás despierto?” Una cabeza cubierta de pelo blanco apareció detrás de Nezumi.

“Sion.”

“Sí, soy yo. Tienes que haber pasado un mal rato. Pero no pasa nada. Vamos a hacer que mejores enseguida.” Sonrió Sion.

A Inukashi le faltó poco para llorar. Se detuvo justo a tiempo antes de abrazarse a Sion y echarse a llorar.

Sion, tenía miedo. Pensaba que iba a morir. Tenía mucho miedo, me sentía muy solo y no sabía qué hacer. Así que os he llamado.

“Toma, bébete esto.” Sion le ofreció un cuenco desportillado. Contenía un líquido verde y espeso. Su olor le picaba en la nariz.

“¿Qué…?”

“Son hierbas medicinales. Me encontré un libro de medicina oriental en una de las estanterías de Nezumi y pensé en darle una oportunidad. He estado buscando por  el bosque y he encontrado muchas cosas. Esto te calmará las nauseas y te ayudará a reponerte del cansancio.”

“¿Eh? ¿Oriental?”

“Un tipo de medicina que se usa en el Este. El libro dice que aumenta las habilidades curativas del cuerpo. Vamos, pruébalo.”

“Tápate la nariz. Hará que sea soportable,” dijo Nezumi. Inukashi se tapó la nariz tal y como le habían dicho, y se bebió el contenido del cuenco de un trago. No pensaba que estuviese tan malo. El sabor amargo que se deslizaba por su garganta parecía darle fuerza. Exhaló.

Han venido por mí. Han recibido mi mensaje de socorro. Les he pedido algo sin ofrecer nada a cambio.

Sion le puso la mano en la frente a Inukashi. Estaba fría y era agradable.

“Será mejor que te quedes en la cama un tiempo. No es neumonía, pero tienes todos los síntomas de un constipado. Y anemia también-”

“Si me quedo en la cama mis perros se morirán de hambre.”

“Nosotros nos encargaremos. Yo me encargaré de tu negocio de alquiler y Nezumi se encargará de la comida. ¿Verdad?”

Nezumi se encogió levemente de hombros. “Claro, puedo hacer algo al respecto. Pero me debes una por esto, Inukashi. Y con intereses.”

Inukashi sonrió a duras penas desde a cama. Los comentarios de Nezumi, que normalmente le sacaban de quicio, le sonaban increíblemente amables.

Tiene que pasarme algo. Si me pongo a llorar ahora, a saber lo que se van a reír de mí después. Si tengo que llorar, que sea cuando esté sólo Sion. Aguanta. No os escapéis, lágrimas.

“Inukashi.” Sion sonrió con más dulzura. “No creo que tengas que preocuparte por el constipado, a juzgar por tu fuerza física. Pero la herida del pie es otro tema.”

“¿Pie? Ah, el pie derecho, ¿no? Lleva un tiempo doliendo.” Inukashi se hacía heridas día sí, día también. Y a no ser que fuese una herida grande, solía lamerla hasta que se curaba.

“Está infectada,” dijo Sion. “Si la dejas, se va a llenar de pus y no vas a poder andar. Así que-”

“¿Así que?”

“Hay que operar.”

Sion sacó aquel kit de emergencia. Tenía el mismo aspecto que la primera vez que Inukashi lo había visto.

“Sion, eh, ¿qué vas a-?”

“Voy a hacer un corte en la herida, sacar el pus, desinfectarla y coserla. Es todo. Tardaré un segundo.”

Sion ya se había puesto unos guantes de goma y sujetaba el escalpelo. Era una cuchilla pequeña y plateada, perfectamente afilada. Inukashi  se quedó helado.

“¿c-cortar? Espera, espera un momento Sion. Para. ¿Y- y la anestesia? ¿Gas somnífero?”

“No tengo.”

“¿Qué es eso de que no-?”

“No pasa nada. Acabaré enseguida. Perdona, Nezumi, ¿puedes sujetar a Inukashi? Que no se mueva.”

“Claro.”

Nezumi sujetó las caderas de Inukashi con las dos manos. La parte inferior del cuerpo de Inukashi quedó completamente inmovilizada.

“Creo que no lo sabes, Inukashi,” Nezumi sonrió de forma provocativa. “Pero a Sion le encanta coser a la gente. Puede parecer inocente, pero es un sádico de cuidado.”

“¡¿Qué?! ¡Para!” gritó Inukashi. “¡Tengo miedo! ¡Ayuda!” Inukashi ya no podía mantener aquella imagen de tipo duro. Estaba a punto de llorar.

“Cálmate,” dijo Nezumi irritado. “Escucha lo que te dice. Además, hasta yo puedo decir que esa herida es bastante seria. Podrías poner en riesgo tu vida si no te la curas. Sé que Sion no te lo ha dicho, pero puede ser lo que está detrás de tu enfermedad.”

“No me importa lo que esté detrás. ¡Duele! Para,” lloriqueó. “¡Qué alguien me ayude! ¡Ten compasión, Sion!”

“No pasa nada. No te muevas,” dijo Sion. “¿Ves? Estaba llena de pus. Me sorprende que pudieses andar con esto así. Tienes que haberte insensibilizado al dolor o algo. Vale, casi he terminado.”

“No me he insensibilizado,” gimió Inukashi. “¡Ooooow, no cosas! ¡Que duele!”

“No llores,” dijo Nezumi. “Buen chico. Aquí tienes tu recompensa.”

Una suave melodía salió de los labios de Nezumi. Meció con suavidad el corazón de Inukashi. Durante un instante, Inukashi volvió a ser un bebé en los brazos de alguien. Se había librado del miedo y el sufrimiento. Dormía pacíficamente.

“Buen chico. No pienses en nada, duerme. Te protegeremos a toda costa. No vamos a dejar que la muerte te coja, pase lo que pase.”

Te protegeremos a toda costa.

Inukashi abrió los ojos y miró a Nezumi. Luego miró el perfil de Sion, inclinado a sus pies. Ambos rostros estaban serios. Gotas de sudor bajaban por las mejillas de Sion, acumulándose en su barbilla.

Te protegeremos a toda costa.

No era mentira.

El mundo estaba plagado de mentiras, pero las palabras de Nezumi eran verdad. Aunque todo lo que hubiese en el mundo fuese falso, Inukashi sabía que podía confiar  ciegamente en aquellas palabras.

Capullos, mira que hacerme llorar.

Inukashi apretó las manos contra sus ojos y lloró en silencio.

El cielo azul seguía estando al otro lado de su ventana.

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